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Lunes, Octubre 7, 2024

Problematizando los conceptos clásicos de la izquierda: ¿qué se entiende por capitalismo hoy? Por Eugenio Rivera Urrutia

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Mientras Harvey y Fraser intentan entender el capitalismo del siglo XXI a partir de la reformulación del análisis de Marx en El Capital, otros autores intentan conceptualizarlo a partir de un análisis de las inmensas transformaciones que experimentan la empresa, la economía, la sociedad y la política. Carlota Pérez, en su conocido libro Revoluciones tecnológicas y capital financiero, introduce la noción de “era informática y las telecomunicaciones” y sostiene que el contexto tecnológico favorece la globalización. Releva la importancia, en la estructuración de la nueva fase, del rol del cambio tecnológico y el capital financiero.

En su libro La nueva izquierda chilena, Noam Titelman indaga en la ideología de los partidos Revolución Democrática, Socialista y Comunista, concluyendo que “las izquierdas chilenas del siglo XXI, con matices, siguen viendo la superación del capitalismo como el horizonte de su quehacer político”, para señalar a continuación que “sin embargo, es innegable que este horizonte se ha vuelto más una brújula, una dirección, que un lugar con claros contornos al que se busque llegar” (p. 83).

Más adelante, sostiene que la izquierda chilena se define como antineoliberal; pero luego de preguntarse “¿qué es neoliberal?”, sostiene que la respuesta no es clara, porque “el peligro de buscar superar algo que no se define es nunca saber si se ha dado un paso en la dirección correcta. No vaya a ser que el neoliberalismo, como tantas veces antes, muestre que las noticias sobre su muerte son prematuras” (p. 100). Arturo Fontaine Aldunate, en columna en El Mostrador, interpreta e interpela a Titelman y por su intermedio a la nueva izquierda, señalando que, lo que el autor dice, “significa abandonar la revolución como ideal y abrazar el reformismo; abandonar ese socialismo cuyo ‘fin último’ es superar el capitalismo y abrazar el socialismo socialdemócrata. Eso no permite soñar tanto, pero permite gobernar mejor y progresar en democracia. Y permite vivir sin esa forma de alienación que es estar siempre escindido, buscando llegar a un lugar al que no se quiere llegar”.

Se trata de un debate relevante, cuyo esclarecimiento supone precisar lo que hoy entendemos por capitalismo, neoliberalismo y socialismo. En esta primera columna problematizamos la primera noción. En las siguientes abordaremos las otras dos.

Repensando el capitalismo a partir de Marx

En Seventeen Contradictions and the End of Capitalism (2014), David Harvey señala que por capitalismo entiende “cualquier formación social en la que los procesos de circulación y acumulación de capital son hegemónicos y dominantes al proporcionar las bases materiales, sociales e intelectuales de la vida social”, subrayando que, si bien el capitalismo está plagado de innumerables contradicciones, tales como las relaciones de género y el racismo, no tienen nada que ver directamente con la acumulación de capital.

Estas contradicciones trascienden las especificidades de las formaciones sociales capitalistas. Su análisis no indica nada acerca de cómo el capital trabaja, aun cuando puede afectar su funcionamiento, lo que obliga a distinguir las contradicciones internas del capital de las del capitalismo, retomando implícitamente la noción de formación social. El autor distingue entre “capitalismo” y “capital”, el que define como un proceso, un flujo continuo de valor a través de varios momentos y a través de varias transiciones de una forma material a otra. La tesis subyacente es que, más allá de las transformaciones del capitalismo, de la gran diversidad que ha dejado en evidencia la literatura sobre variedades del capitalismo (recomiendo leer el artículo de Aldo Madariaga, “Variedades de capitalismo y sus contribuciones al estudio del desarrollo de América Latina”), el capital sigue siendo el mecanismo fundamental para caracterizar estas sociedades.

En el libro Capitalismo, la economista socialista y feminista Nancy Fraser centra sus preocupaciones en superar una visión economicista del capitalismo, propia de cierto marxismo, y expandir la intuición marxiana de que las dimensiones económicas del capitalismo no eran suficientes para una adecuada comprensión de su naturaleza. Según Fraser, la existencia del capitalismo depende de condiciones no económicas (es así como Marx muestra en el último capítulo del primer tomo de El Capital el rol de la acumulación originaria en la estructuración del capitalismo). Mientras la acumulación originaria “libera” a los productores de sus lazos de dependencia y de los medios de subsistencia y de producción, un papel similar –sostiene Fraser– juegan la separación entre la producción y la reproducción, la economía y la política, y entre la economía y el medioambiente. Estos procesos dan paso a diferentes luchas estructurales de los diferentes actores que involucran.

¿Un nuevo capitalismo?

Mientras Harvey y Fraser intentan entender el capitalismo del siglo XXI a partir de la reformulación del análisis de Marx en El Capital, otros autores intentan conceptualizarlo a partir de un análisis de las inmensas transformaciones que experimentan la empresa, la economía, la sociedad y la política. Carlota Pérez, en su conocido libro Revoluciones tecnológicas y capital financiero, introduce la noción de “era informática y las telecomunicaciones” y sostiene que el contexto tecnológico favorece la globalización. Releva la importancia, en la estructuración de la nueva fase, del rol del cambio tecnológico y el capital financiero. Para la autora, el conocimiento, la experiencia y la información se han vuelto bienes de capital.

Repensando la teoría de Marx de la creación de valor, sostiene que no es la forma de comprarlos lo que los define como tales, sino el hecho de que –aunque intangibles– son capaces de crear nuevo valor, el cual puede ser también intangible. Una porción creciente de la economía, en términos de inversión y comercio, estará relacionada con intangibles y requerirá instrumentos apropiados, así como creatividad conceptual. Cabe preguntarse, sostiene, ¿cómo puede medirse el capital intelectual?, ¿puede servir como garantía?, ¿cuál es el valor de un producto infinitamente reproducible a un costo casi cero? Las operaciones globalizadas de producción, comercio y finanzas son profundamente moldeadas por el potencial de la revolución informática y las telecomunicaciones, así como por el correspondiente paradigma de redes flexibles.

La globalización de por sí implica una escala de transacciones sin precedentes en términos de volumen y frecuencia, pero especialmente un salto cuántico en complejidad. Baste –señala Pérez– mencionar la dificultad que supone manejar múltiples monedas y tasas de cambio, tanto para las operaciones diarias como para el cálculo del valor de los activos. El poder del procesamiento de la información y la naturaleza virtual e instantánea de las transacciones han ido transformando rápidamente los instrumentos financieros y las formas de funcionamiento, mientras los problemas de seguridad han crecido hasta alcanzar proporciones graves. Enfatiza también la importancia de las innovaciones institucionales, el marco legal, los esquemas de seguridad social, los sindicatos, el sistema masivo de impuestos, entre otras instituciones.

Sin duda, una dimensión crucial de estas transformaciones es la asociada a las nuevas tecnologías, que están cambiando abruptamente nuestras formas de vida, la actividad económica y que generan desafíos novedosos a nuestros sistemas políticos. No es necesario ser un observador prolijo para ver que un número mayor de personas están conectadas por diversos dispositivos Apple u otros aparatos de otras empresas que son operados por Android, el sistema operativo construido por Google. Del mismo modo, en cada oportunidad que hacemos una búsqueda en internet nos reencontramos con el buscador de esta última empresa.

Millones de vehículos en el mundo son guiados por Google Maps o su filial Waze. Miles de millones de personas, incluidos varios millones de chilenos, utilizan Facebook, WhatsApp, Instagram, TikTok. Aunque todavía no en las magnitudes de otros países, un creciente número de residentes en el territorio nacional realiza compras a través de las plataformas de Amazon, la empresa de retail más grande del mundo. Varias firmas de las mencionadas tienen capitales accionarios que superan el billón de dólares, casi 4 veces lo que produce Chile en un año, lo que indica la creciente concentración del capital en el mundo globalizado.

Si bien para surfear en el mundo digital es necesario comprar diversos dispositivos, utilizar el buscador de Google, Google Maps, Facebook, WhatsApp, Twitter o Instagram es gratis. Surgen preguntas inéditas: ¿como se compatibiliza la gratuidad de los servicios con el hecho de que las compañías nombradas conforman el pequeño grupo de las empresas más grandes del globo (a las cuales habría que sumar Microsoft)?; ¿a la formación de qué tipo de sociedad contribuyen estas empresas (eludiendo con frecuencia la vigilancia de los gobiernos y las decisiones de los ciudadanos) y qué consecuencias tiene el fuerte dominio que ejercen para el capitalismo y la democracia?

¿Cómo conceptualizar estos procesos?

Richard Baldwin propone el concepto Globotics (2019) en el libro que lleva el mismo nombre, según el cual lo radicalmente nuevo es el “aprendizaje automático” que permitió que las computadoras superaran la limitación de “seguir un conjunto explícito de instrucciones llamado programación”. Sobre esa base, las computadoras empiezan a ser tan buenas o mejores que los seres humanos en una serie de tareas “mentales instintivas e inconscientes, como reconocer el habla, traducir idiomas e identificar enfermedades a partir de rayos X. El aprendizaje automático está dando a las computadoras, y a los robots que ejecutan, nuevas habilidades que son valiosas en las oficinas. Ahora pueden imitar el pensamiento humano en tareas que involucran percepción, movilidad y reconocimiento de patrones. Hablando en términos generales, el aprendizaje automático está permitiendo que las computadoras tomen decisiones ‘directamente desde el intestino’, como podría decir el legendario ex CEO de General Electric, Jack Welch”.

Para Shoshana Zuboff, en su libro La era del capitalismo de vigilancia (2019), está en marcha la fusión del capitalismo con lo digital. Aprovechando su inserción en una nueva sociedad, cuyos individuos presentaban nuevas aspiraciones y demandas de consumo individualizado, Apple liberó y reconfiguró los activos y las operaciones del capitalismo. Con las innovaciones iPod/iTunes, Apple trastocó la vieja lógica industrial, al utilizar las capacidades de las tecnologías digitales para transformar la experiencia de consumo, reescribiendo, por ejemplo, la relación entre quienes escuchan y los que producen música.

La digitalización permitió rescatar activos valiosos (música en este caso) de los espacios institucionales en que estaban atrapados, evitando la producción física del CD, así como su embalaje, inventario, almacenamiento, comercialización, transporte, distribución y venta física. Con el iPod cada cual podía escuchar la música que quería, donde quería y como quería (pp. 34 – 35). Concepto crucial es el UPI, “User Profile Information” o información sobre el perfil del usuario (pp. 78 – 79). En suma, sostiene Zuboff, Google desarrolla una manera de traducir interacciones no mercantiles con usuarios en la materia prima para la fabricación de productos dirigidos a transacciones de mercado con sus reales clientes: los anunciantes.

Crea así un nuevo tipo de mercado. Aparecen lo que la autora denomina activos de vigilancia, ingresos de vigilancia que se traducen en el capital de vigilancia (p. 93) y los mercados de comportamiento futuro (p. 97). Se genera así una carrera obsesiva por lograr nuevas formas y dispositivos para extraer información sobre las personas, conformando una verdadera “arquitectura de extracción” que se expande desde el mundo online al mundo real. Aparece el Internet of Things (Internet de las cosas) que pretende informatizar todos los servicios en el mundo real para ayudar a sus propietarios, siempre y cuando estos acepten los contratos de privacidad que exigen las grandes empresas tecnológicas.

Este proceso se expande, además, a empresas de origen industrial tradicional, como la de automóviles, que incorpora dispositivos que registran información sobre los conductores, así como las grandes empresas del retail, que registran cuándo y qué compran y otras informaciones sobre los usuarios.

Una tercera mirada está constituida en torno a la idea de la reestructuración de la economía a partir de las plataformas. Para José van Dijck y otros, en su libro The Platform Society (,2019), la plataforma alude a “una arquitectura programable diseñada para organizar interacciones entre usuarios”. Una plataforma está alimentada por datos, automatizada y organizada a través de algoritmos e interfaces, formalizada a través de relaciones de propiedad impulsadas por modelos comerciales y gobernada a través de acuerdos con los usuarios. Desde esta perspectiva, las transformaciones tecnológicas se estructuran en una plataforma que cambia las bases sobre las cuales operan las transacciones, los procesos de producción e intercambio, la creación intelectual y la vida social y política generando cambios e innovaciones.

La mediación generalizada de las interacciones entre personas, entre empresas y al interior de las empresas, y entre personas y empresas, otorga al propietario de las plataformas un poder inusitado. El centro neurálgico de las plataformas se desvincula de la idea de nación/Estado, pues opera por sobre las fronteras, dificultando o transformando el problema de la contribución de los dueños de estas empresas al mantenimiento de los Estados, vía impuestos.

Por otra parte, el propietario de las plataformas está habilitado para extraer ingresos de todas las actividades intermediadas por su plataforma. El problema de la propiedad incursiona en ámbitos hasta ahora inimaginables, produciendo y haciendo necesarias múltiples reformulaciones. ¿Quién es el propietario de la información que se genera desde un dispositivo que ayuda a conciliar el sueño? ¿Quién es el propietario de los datos que se van generando a partir del uso que hace un individuo de los distintos dispositivos que pone a su disposición de manera “gratuita” Google? La experiencia es propia del individuo, pero como los datos y la ulterior elaboración no existían hasta que la experiencia individual se acumula y se estructura como conocimiento, las empresas las reclaman como propiedad.

Al requerir la propiedad la sanción jurídica y su protección acciones por parte del Estado, los nuevos campos de posibilidad de la propiedad y la distribución de los derechos que de ahí surgen, involucran a la política.

En suma, las tremendas transformaciones históricas y en marcha han modificado y diversificado el funcionamiento del capitalismo que conceptualizó Marx en El Capital. La idea de su superación se complica tanto por la globalización y su complejidad como por los fracasos que experimentaron (como veremos en el artículo tercero de esta serie) la estatización de los medios de producción, la eliminación del mercado y el sistema político asociado. China, que articula un capitalismo de Estado con las empresas paradigmáticas de la economía global, hace aún más complejo el tema.

(Columna publicada por el Diario El Mostrado)

Para El Maipo, Eugenio Rivera Urrutia. Fundación Casa Común. Colaborador de El Maipo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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