El ministro de Hacienda, Mario Marcel, desborda entusiasmo, con la recuperación del crecimiento de 4.5% en el mes de febrero, aun cuando simultáneamente persiste una alta tasa de desempleo (8.5%) y también un elevado porcentaje de trabajo informal (27.4%). Parece, entonces, que la macroeconomía está funcionando; pero, el crecimiento del producto, con la actual estructura productiva, no mejora el empleo.
Desde hace más de treinta años, el crecimiento ha sido preocupación prioritaria de políticos y economistas, tanto de la derecha como de la Concertación y, ahora, también, del ministro de Hacienda del actual gobierno.
Esto es curioso, ya que antes de 1990, durante la dictadura de Pinochet, economistas y políticos opositores cuestionaban la preocupación exclusiva por el crecimiento. Estimaban que el crecimiento fundado en el modelo neoliberal no conduciría al desarrollo y que el “derrame” no serviría para reducir las desigualdades.
Sin embargo, la gente cambia. A partir del momento que la Concertación se convierte en gobierno esos mismos políticos y economistas críticos renunciaron a implementar una estrategia alternativa que trascendiera la preocupación por el puro crecimiento. Se quedaron con el modelo económico neoliberal.
Crecimiento y desarrollo son conceptos distintos. El crecimiento está asociado a índices cuantitativos, fundamentalmente referidos al aumento de la producción de bienes y servicios. El desarrollo, en cambio, se refiere a la calidad de vida de las personas, a una relación equilibrada entre empresarios y trabajadores, al término de las desigualdades, a incorporación de avances tecnológicos, una estructura productiva diversa, con predominio de la industria y la protección del medioambiente y de los ecosistemas.
La autocomplacencia de empresarios y políticos por el crecimiento desplaza a un segundo plano la preocupación por el desarrollo.
La obsesión por el crecimiento, sin mediaciones, ha conducido a la conformación de una estructura productiva en que prima la explotación y exportación de recursos naturales. Y, cuando el mercado orienta la actividad, sin mayores regulaciones estatales, al empresariado le resulta más rentable dedicarse a la explotación de recursos naturales.
Al mismo tiempo, un estado pasivo, sin autoridad para orientar el desarrollo, ha dado por resultado la destrucción de la industria junto a una sociedad marcada por elevada concentración de la riqueza, con desigualdades profundas.
Sin estrategia de desarrollo, la política económica deja de ser un orientador de agentes y recursos y se subordina básicamente a las decisiones del mercado, lo que en definitiva favorece sólo el accionar del gran capital y la concentración de la riqueza en pocas manos. Así las cosas, la economía chilena cierra las oportunidades de progreso a los pequeños empresarios y, por otra parte, impide el fortalecimiento de la fuerza de trabajo.
El crecimiento económico de febrero es positivo, pero no debiera servir para olvidar las tareas prioritarias del desarrollo, que le corresponden al Estado, vale decir: cambio en la estructura productiva, en favor de la industria; reducción de las desigualdades territoriales y, también, en salud, educación y previsión; inversión sustantiva en ciencia y tecnología, fortalecimiento de las organizaciones sindicales; y, apoyo a los pequeños empresarios.
Desarrollo no es lo mismo que crecimiento. Y el desarrollo exige dar una cierta dirección al crecimiento.
Por Roberto Pizarro Hofer – Economista. Colaborador de El Maipo
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.