Martes, Diciembre 24, 2024

Meritocracia, una farsa. Por Carlos Cerpa Miranda

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¿La meritocracia, una “herejía”? ¡Por favor!

Sin siquiera percatarse de que su propuesta es legítima en el amplio espectro del socialismo y la izquierda, pero debatible, criticable y que se puede o no compartir, Basaure se enfada en la búsqueda por concitar validación teórica y política a un concepto como el de la meritocracia, recurriendo a sentencias para nada renovadas, propias de una etapa superada y ya escasamente usadas en el mundo de los socialistas y la izquierda.

De este modo, mientras más conocemos su pensamiento sobre la meritocracia, más nos alejamos de él. Así, por ejemplo, refiriéndose a las opiniones de Roberto Pizarro y las mías, dice en una edición deEl Mostrador que “su perspectiva deja ver con extrema claridad aquel gesto que, en su repetición, es en gran medida responsable del déficit intelectual de la izquierda”. Y luego añade: “Este gesto de guardianes del pensamiento socialista tradicional ⎯la figura sacerdotal frente a la herejía⎯ les impide ver el punto”.

¿La meritocracia, una “herejía”? ¡Por favor!

En virtud de lo anterior, lo primero que quisiera decirle a Mauro Basaure, quien nos declara, sin decirlo, interdictos por disipación y responsables del “déficit intelectual de la izquierda”, que no corresponde que, en un debate público, abierto, democrático y plural, se utilicen descalificativos ofensivos tales como los anteriores.

Si entre los socialistas no hay respeto a expresarse libremente y a discrepar, tampoco lo habrá desde los socialistas al resto de la sociedad. Una invitación fraternal es a que indague a partir de cuáles hechos históricos mundiales los socialistas chilenos, empezando por Eugenio González y Salvador Allende, valoramos el pluralismo político, el respeto y la tolerancia a la opinión ajena.

Yendo al tema que nos ocupa, Basaure continúa sin probar su tesis acerca de que la meritocracia es sinónimo de movilidad social. Además, en su intento por probar lo que empíricamente está demostrado en el mundo entero, es decir, que la meritocracia al no tocar los elementos de base que hacen a las desigualdades de origen, solo sirve para reproducirlas, eternizarlas y consolidarlas, pero él se desplaza hacia la meritocracia política, dándole un mazazo –en La Segunda del 25-11-24– al Presidente Boric sin mucho más respaldo que todo lo que ha sostenido al respecto sobre su mantra meritocrático.

Un planteamiento muy “sui generis”. Es que sitúa al Presidente Boric por encima de la realidad social, como si se hubiese encumbrado en un arrebato personal, pasándole por encima –quien sabe con cuáles maniobras– a los centenares de miles de jóvenes y dirigentes que comenzaron a marchar por ahí por el 2006 en contra del lucro en la educación, proceso que continuó el 2011 con los movimientos universitarios y, ¡vaya detalle!, acicalado luego por una serie de hechos asociados a colusiones empresariales y actos de corrupción a nivel de varias importantes instituciones, hasta converger en la revuelta social de 2019. Proceso, además, del que no hemos podido salir hasta el momento presente.

Boric, en nuestra interpretación, con todos sus bemoles, aciertos y limitaciones, no ha transgredido ningún principio del mérito político, porque en lugar del rebuscado mérito de Basaure, lo que cuenta son las fuerzas sociales y políticas en constante pugna y convergencia. Y esto pasa en todas las fuerzas políticas sin excepción, de derecha, centro e izquierda y así seguirá siendo mientras vivamos en democracia.

Así es como Boric fue electo como candidato a la Presidencia de la República en una primaria legal y democrática en la que se impuso sobre Daniel Jadue, para luego converger con Socialismo Democrático para la segunda vuelta y acumular fuerza social, política y electoral, para enfrentar al candidato de las derechas lideradas en ese momento por José Antonio Kast.

Por si Basaure no lo sabe, esos acercamientos suponen negociación política, acordar caminos, puntos de encuentro. En el mejor de los casos, generar espacios institucionales para procesar y resolver diferencias. Que las hay, por supuesto que sí, lo más normal en la izquierda y los socialistas. El tema siempre ha sido cómo resolverlas. Lo esencial, en todo caso, es poner los interese del país por encima de las diferencias y evitar la repartija del poder sin contenido.

Tras la persona de Boric se congregaron todas las fuerzas políticas del ancho arco del progresismo y las izquierdas en Chile, porque es lo que correspondía hacer de cara a los desafíos que continúan pendientes de resolver.

Y se concurre a ellos con toda la acumulación política de que se disponga, con los conocimientos y experiencia puestos en un objetivo común y no como lo ve lineal y mecánicamente Basaure, “como un ajuste entre las capacidades adquiridas y un cargo específico”. Ver estos procesos sociales y políticos desde el mérito político individual, es un completo absurdo.

¿Qué es la experiencia, que alega Basaure entre los componentes de así llamado mérito político? La experiencia es una forma de conocimiento y la capacidad que tenemos los humanos para adquirirla. Pero también se puede desechar porque, al estar basada en hechos ya vividos, tiene un componente conservador que puede ser poco atractivo.

¿Se puede adquirir? Obvio que sí. Pero el proceso de adquirirla como conocimiento útil no es automático y su proceso de adquisición, a la hora de requerirla como recurso valido en política, no necesariamente coincide con las urgencias contingentes. Sin embargo, es la práctica el instrumento a partir del cual es posible aprender y sacar conclusiones socialmente útiles.

Para abordar consistentemente las desigualdades en el caso concreto de nuestro país, y sin temor a equivocarme, en la mayoría de los países latinoamericanos, no es posible dejar de abordar el rol del Estado en la economía y en la sociedad.

Bajo el neoliberalismo, que sigue determinando las relaciones sociales en Chile, exacerbadamente individualista y disociador, la tarea principal sigue consistiendo en superar el Estado subsidiario.

Ello no es una tarea esencialmente de los socialistas y otros sectores de izquierda, corresponde a todo el pensamiento democrático y progresista y de los más amplios sectores sociales, culturales y reivindicativos, en el sentido más amplio del término.

Superar el Estado subsidiario es un objetivo similar al de la recuperación de la democracia por allá por los lejanos 80; el derecho a elegir a nuestros gobernantes en el marco de la conquista de derechos civiles y políticos negados por el régimen de terrorismo de Estado de la dictadura. Hay en esto un pequeño gran detalle, que no es el de la meritocracia, algo marginal e intrascendente, sino que la forma política de la democracia, que, siendo importante y central, no es suficiente.

Se requiere enriquecerla desde la incorporación de los derechos sociales, económicos, culturales y de género, cuya síntesis la condensa el Estado social democrático de derecho, el que necesariamente deberá hacerse cargo de descentralizar poder y recursos hacia las comunas y regiones, sin lo cual seguiremos anclados en una forma de organización portaliana y pinochetista del Estado, que atiza el descontento y la violencia.

Al Estado social democrático de derecho, una forma concreta de organización de la sociedad, le corresponderá dotar al país de una base material que le permita solventar decentemente la vida de todos y todas las ciudadanas de nuestro territorio –del que no se podrá excluir a los inmigrantes–. Algunos economistas, como Pizarro y otros, que no comparten la visión de la meritocracia, a eso le llaman diversificar nuestra matriz productiva y no me cabe más que respaldar esa postura.

¿Por cuál poderosa razón, a lo largo de toda su defensa de la meritocracia, un recurso intelectual y político neoliberal, Basaure invisibiliza a la organización de los trabajadores, a los sindicatos? ¿Es que acaso piensa que son muy tradicionales y demodé?

Craso y sorprendente error. Tiene todo el derecho a perseverar en él, defenderemos, como dijo Voltaire, todo su derecho a expresarse del modo más libre que sea posible hacerlo, pero junto con la defensa que hacemos de los sindicatos, la negociación ramal y la participación de los trabajadores en los directorios de las empresas –un aporte de la corriente socialdemócrata, olvidada y dejada de lado por quienes se reconocen en ella–, persistiremos en la necesidad de ampliar la democracia fundiéndola en tres pilares universales: democracia política, democracia social y democracia económica.

Para El Maipo, Carlos Cerpa Miranda, Ex concejal y ex director laboral Banco del Estado. Colaborador de El Maipo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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