Las declaraciones de Juan Sutil, intentando diferenciar entre una “dictadura” y un “gobierno dictatorial”, son un recordatorio de cómo las élites pueden torcer el lenguaje para evadir sus responsabilidades históricas. A primera vista, podría parecer un juego de palabras inocuo. Pero en realidad, lo que se exhibe ahí no es sutileza conceptual, sino la trampa de una mente incapaz de reconocer con claridad aquello que no se puede —ni se debe— olvidar.
Una dictadura no se define por matices semánticos, sino por hechos concretos: la supresión de libertades, la concentración absoluta del poder, el exterminio de la disidencia y la institucionalización del miedo. Augusto Pinochet no encabezó un “gobierno con tintes dictatoriales”; dirigió una dictadura con todas sus letras, con todas sus consecuencias, con todo el dolor que dejó en el cuerpo de miles de chilenos y chilenas. Y con la voluntad de perpetuarse, sin pudor ni recato.
El sutil intento de rebajar la cruel magnitud del régimen no habla solo de ignorancia: revela la fragilidad de su convicción democrática y la superficialidad de su pensamiento político. Cuando alguien con visibilidad pública juega con estas distinciones, ya no estamos frente a un error casual, sino ante una irresponsabilidad que bordea la complicidad con el negacionismo. Esa preferencia por la dictadura “conveniente” y la rebaja de los estándares de libertad política no lo distinguen en nada de la ultraderecha de la que aparenta distanciarse.
La democracia exige llamar a las cosas por su nombre. No hay “dictaduras suaves” ni “gobiernos dictatoriales” que se puedan disimular con retórica. Sea en Nicaragua o en Hungría, en Venezuela o en El Salvador, lo cierto es que en Chile vivimos una dictadura brutal, y su memoria nos obliga a no relativizar lo que significó: desapariciones forzadas, torturas, censura, exilio y muerte. Pretender confundirlo es banalizar el horror y, peor aún, sembrar confusión en las nuevas generaciones.
Chile no puede permitirse esa confusión. El deber de quienes participan en el debate público es sostener la verdad con firmeza, sin concesiones semánticas ni trampas retóricas. Porque lo que Sutil llama “gobierno dictatorial” fue, en realidad, una dictadura. Y no reconocerlo es, simplemente, una forma de negarlo.
Álvaro Ramis, Teólogo, Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Presidente Centro de Estudios Territorio y Comunidad. Ex presidente de la FEUC y actual investigador del Centro Ecuménico Diego de Medellín. Colaborador de elmaipo.cl
El Maipo/Le Monde Diplomatique