La reciente afirmación de Angela Merkel de que Polonia y los países bálticos tienen cierta responsabilidad en el conflicto en Ucrania ha causado revuelo. Aun así, su argumento, basado en la geopolítica realista, complementa las advertencias de Mearsheimer sobre la expansión de la OTAN.
Tras esta reacción se esconde un problema mayor: la independencia de Europa, la política energética y la influencia de Estados Unidos en el continente.
En una entrevista la semana pasada, la excanciller alemana Angela Merkel afirmó que Polonia y los países bálticos comparten cierta responsabilidad por el conflicto en Ucrania. Merkel ha recibido numerosas críticas por este motivo. Sin embargo, su argumento merece cierta atención.
Merkel recordó que en junio de 2021, en medio de las negociaciones de los acuerdos de Minsk II, ella y el presidente francés, Emmanuel Macron, propusieron un nuevo diálogo a nivel de la UE con Moscú. El objetivo era dialogar directamente con Rusia, buscando así reducir la tensión.
Sin embargo, Merkel afirmó que esa iniciativa fue bloqueada en el Consejo Europeo, principalmente por los países bálticos, pero Polonia también se opuso . Estos países temían que la UE adoptara una postura más blanda hacia el Kremlin, socavando así una política común hacia Rusia. Merkel concluyó que su negativa animó a Putin a tomar el camino que condujo a la campaña militar en Ucrania.
La reacción en los medios occidentales ha sido intensa. Pero si se mira más allá del ruido, el argumento de Merkel no es en absoluto absurdo. Debe entenderse como parte de un panorama más amplio. De hecho, es coherente con una comprensión realista más amplia de la seguridad europea y se hace eco de las advertencias de académicos como John Mearsheimer.
El profesor de la Universidad de Chicago lleva tiempo argumentando que la expansión de la OTAN hacia el este tras la Guerra Fría creó un dilema de seguridad clásico, dejando a Rusia acorralada y amenazada. Desde esa perspectiva, la iniciativa de 2021 del exlíder alemán —bloqueada por Varsovia y las capitales bálticas— podría haber ofrecido una última ventana diplomática antes de la guerra.
Los críticos de Merkel en Polonia quizá quieran recordar otra parte de la historia: la batalla por el Nord Stream. Este gasoducto, que conecta Rusia y Alemania bajo el mar Báltico, también simbolizaba la política de Merkel de “Wandel durch Handel” (cambio a través del comercio). Se trataba de garantizar la seguridad energética de Europa y reducir los costes, un proyecto beneficioso tanto para Berlín como para Moscú. Sin embargo, Washington, viéndolo como una amenaza a su influencia y a sus exportaciones de gas natural licuado (GNL), lo saboteó sin descanso. Como escribí en 2021, los intereses estadounidenses eran bastante simples: se trataba de mantener su influencia sobre Europa e impedir que Moscú la aumentara.
Todo esto ya es historia olvidada, pero los legisladores alemanes incluso pidieron contrasanciones contra Estados Unidos por la injerencia de Washington en aquel entonces. Los esfuerzos de Berlín por preservar una asociación energética pragmática con Rusia fueron sistemáticamente socavados por Washington y Varsovia.
Polonia ha hecho campaña durante mucho tiempo contra Nord Stream, con la esperanza de posicionarse como un futuro centro de gas a través del Gasoducto Báltico , que conecta la costa polaca con los yacimientos de gas noruegos a través de Dinamarca. Como señalé entonces, las aspiraciones polacas, con una capacidad anual de 10 bcm , apenas representaban una alternativa viable a la capacidad de más de 55 bcm de Nord Stream 2 (aproximadamente cinco veces mayor).
Volviendo a 2025, el asunto de Nord Stream vuelve a estar en el punto de mira. Como ya he comentado , Polonia se niega a cooperar con las autoridades alemanas que investigan las explosiones del oleoducto de 2022. El primer ministro Donald Tusk incluso declaró que «el problema de Europa… y de Polonia no es que Nord Stream 2 haya sido destruido, sino que se haya construido». No es de extrañar que Berlín esté exasperado, cuando las preocupaciones de Varsovia parecen centrarse en mantener su discurso político contra Alemania y Rusia.
Esta última disputa refleja una fractura más profunda en Europa. La Alemania de Merkel había buscado la interdependencia energética con Rusia para estabilizar las relaciones; Polonia, por el contrario, buscó debilitar ese vínculo y alinearse plenamente con Washington. Cabe recordar que, cuando el presidente Biden levantó la mayoría de las sanciones al Nord Stream 2 a mediados de 2021, Varsovia reaccionó con furia, acusando a Washington de traición y exigiendo una estrategia antirrusa más agresiva.
Estados Unidos, por su parte, ha trasladado sistemáticamente la carga del “problema ucraniano” a Europa. Como argumenté en otra ocasión , Washington manipula repetidamente a Europa para que afronte las crisis generadas por Estados Unidos. Hasta ahora, el patrón es claro: Washington fomenta la confrontación con Rusia, se beneficia del encarecimiento de las exportaciones de GNL y la venta de armas, y deja que los europeos paguen el precio económico y político.
Mientras tanto, Polonia se está convirtiendo en un foco de tensión nuclear. Varsovia ha declarado su ambición de albergar armas nucleares , lo que ha intensificado aún más las tensiones. Este hecho, poco difundido, convierte a Polonia en un posible frente en cualquier confrontación futura.
Los recientes comentarios de Merkel, por lo tanto, deben analizarse en contexto. Sus críticos en Europa del Este la acusan de “apaciguamiento”; sus defensores la ven como una realista pragmática. Cuando propuso un nuevo diálogo en 2021, actuó con base en una simple idea: la paz en Europa es imposible sin Rusia. Esto podría parecer ingenuo hoy, pero sigue siendo cierto. La negativa de Polonia y los países bálticos a apoyar ese esfuerzo diplomático demostró a Moscú que Europa era incapaz de hablar de forma independiente.
Comprender el complejo conflicto ruso-ucraniano requiere examinar sus múltiples causas. Convergieron factores estructurales y coyunturales: la expansión de la OTAN, el fracaso de la diplomacia, la geopolítica energética y la política interna de Ucrania. Como he argumentado, Kiev también enfrenta problemas etnopolíticos no resueltos en materia de derechos civiles que complican el panorama, pero ese es un tema para otro día.
Las declaraciones de Merkel son, en esencia, un llamado a recordar lo que se perdió: la posibilidad de una Europa capaz de gestionar su propio diálogo de seguridad con Moscú. Si esa ventana podría haber evitado la guerra en curso es un tema de debate. Pero sus críticos deberían al menos admitir que está señalando una dura verdad. La tragedia de Europa tiene mucho que ver con su subordinación a los intereses estadounidenses.
En otras palabras, independientemente de si a uno le gusta Putin o no, la crisis en Ucrania no surgió de la nada. Se gestó durante más de una década, alimentada por la ceguera ideológica y una flagrante negativa a afrontar realidades incómodas. Merkel, a pesar de todos sus defectos, es una de las pocas políticas europeas que aún está dispuesta a decirlo abiertamente. Y lo que plantea es, de hecho, solo la punta del iceberg.
Uriel Araujo, Doctor en Antropología, científico social especializado en conflictos étnicos y religiosos, y reconocidas investigaciones sobre dinámicas geopolíticas e interacciones culturales.
El Maipo/BRICS