Los biocombustibles de primera generación provienen de cultivos agrícolas como la caña de azúcar, la remolacha o la melaza, cereales como el trigo, la cebada o el maíz, o aceites como la colza o la soja. Los biocombustibles de segunda generación se fabrican a partir de residuos orgánicos, como aceites usados de cocina, desechos agrícolas o ganaderos, y biomasa forestal, entre otros.
“Los beneficios de estos últimos son innumerables, ya que no sacrifican tierras de cultivo y crean una economía ventajosa en términos de emisiones de CO₂, siempre que la descomposición de la materia orgánica abandonada produce gases de efecto invernadero sin aprovechamiento alguno. Además, si esta descomposición se controla y se lleva a cabo en reactores específicos para ello, es posible producir metano o etanol, que luego pueden ser usados posteriormente para crear energía o calor”, explica Roberto Gómez-Calvet, profesor de Economía de la Universidad Europea de Valencia y experto en energía.
La Comisión Europea ha planteado un paquete de medidas denominado ‘Fit for 55’ para reducir las emisiones contaminantes en las próximas décadas y alcanzar la neutralidad climática en 2050. En este contexto, “resulta prioritario seguir investigando para reducir los costes de producción, que todavía duplican y hasta triplican los de los combustibles tradicionales, lo que convierte los biocombustibles prácticamente en una quimera. En cuanto a los lobbies del petróleo no cabe esperar gestos altruistas porque el beneficio económico es la razón de ser de su existencia”, opina Gómez-Calvet.
Sobre la reciente decisión de una treintena de ONGs de pedir a Bruselas que elimine progresivamente el apoyo a los biocombustibles de soja que provocan deforestación, el experto de la Universidad Europea de Valencia explica que “se ha demostrado que el biodiésel a base de soja emite hasta el doble de CO₂ que el gasóleo fósil al que sustituye si se tiene en cuenta la deforestación indirecta”. Y apostilla que “en muchos casos las variedades de soja cultivadas son modificadas genéticamente para que resulten más resistentes y rentables, lo que puede producir alteraciones en los ecosistemas con consecuencias imprevisibles”.
Fuente: El Maipo/ECOTICIAS