Los esfuerzos en marcha para persuadir a Maduro de que su tiempo ha expirado deben concitar el apoyo de la izquierda continental y mundial, para superar la crisis, evitar derramamientos de sangre, recuperar estatura moral y reencontrar un camino democrático para Venezuela.
La cosa va quedando cada vez más clara en Venezuela. El recuento electoral “oficial” fue fraudulento, como se deduce objetivamente de los únicos datos entregados apresuradamente por parte del Consejo Nacional Electoral (cifras matemática y estadísticamente imposibles, sin blancos, nulos o respaldo de actas).
El silencio ominoso sobre las actas tiene acorralado a Maduro, quien sólo ha sido capaz de responder con injurias a la oposición y países que exigen transparencia, y con violenta represión de las protestas ciudadanas.
En contraste, la oposición ha exhibido fotocopias de más de un 80% de las actas electorales, dejando en evidencia una ventaja irreversible para su candidato presidencial. Pero ello no ha hecho retroceder al gobierno, que ha optado por acusar al imperialismo, a los medios de comunicación y a varios gobiernos latinoamericanos de confabularse para derrocarlo.
¿Qué es lo que se viene entonces?
Es claro que Maduro conserva un apoyo, aunque minoritario, de parte de la ciudadanía venezolana y, por cierto, cuenta con el férreo control de todas las instituciones del Estado. Y, lo que es más determinante, tiene la lealtad de los mandos de las fuerzas armadas. No parece concebible, entonces, que su sector esté dispuesto a entregar pacíficamente el poder, exponiéndose a un eventual revanchismo posterior.
Por tanto, parece razonable (y responsable), hacer esfuerzos para encontrar una salida negociada a la crisis, que prevenga el derramamiento de sangre al que, dada la actual polarización, conduciría a la victoria total (pírrica), de una posición en desmedro absoluto de la otra. Una transición pactada que, al mismo tiempo, evite la perpetuación de un régimen nefasto, y la entrega de todo el poder a una derecha ostensiblemente extrema. Es a lo que parece apuntan hoy AMLO, Petro y Lula.
Pero, para llegar a esa solución, resulta indispensable desnudar el fraude por completo y demostrarle a Maduro que ya no puede salirse alegremente con la suya.
Evidenciar el fraude y progresar por el camino de la negociación debería ayudar también a la izquierda nostálgica a dejar de lado ese mundo de colores binarios que la caracteriza, superando así, quizás, esa defensa intransigente de situaciones políticas objetivamente condenables, como las de Nicaragua y Venezuela.
Resulta impresentable, por ejemplo, la temeridad de esa izquierda conservadora que intenta incluso equiparar a Maduro con Allende.
Desde luego Maduro no es Allende, ni intelectual ni políticamente. Pero, además, ni la ubicua corrupción desatada, ni las documentadas violaciones a los derechos humanos fueron jamás una característica del gobierno de la Unidad Popular. Tampoco el autoritarismo antidemocrático ni la represión al pueblo.
Durante el gobierno de Allende no hubo millones de chilenos huyendo del país. Nunca se entró en componendas con transnacionales, y siempre se mantuvo firme la dignidad nacional. Ningún pariente o persona cercana a Allende se vio involucrada en tráfico de drogas.
La verdad es que, así como la deriva socialdemócrata hacia el neoliberalismo ha sido funcional al crecimiento de la ultraderecha en Europa, también las aberraciones de regímenes supuestamente “socialistas del Siglo 21” han tenido un efecto similar en América Latina.
Reencauzar democráticamente el proceso en Venezuela tendrá colateralmente la virtud de prevenir una catástrofe migratoria de enormes proporciones, como la que sobrevendría en caso de que Maduro lograse imponerse, contra viento y marea, a pesar de todas las evidencias en su contra.
Los esfuerzos en marcha para persuadir a Maduro de que su tiempo ha expirado deben concitar el apoyo de la izquierda continental y mundial, para superar la crisis, evitar derramamientos de sangre, recuperar estatura moral, y reencontrar un camino democrático para Venezuela.
En esta tarea, las reacciones histéricas en Chile del denominado socialismo democrático, en su propósito de separar al Partido Comunista de la alianza de gobierno, no ayudan a los esfuerzos diplomáticos de nuestra Cancillería por encontrar, junto a Lula, AMLO y Petro una salida negociada a la crisis venezolana.
Ese comportamiento favorece, además, el error de algunos gobiernos de la región que, apresuradamente, han entregado la banda presidencial a Edmundo González, convirtiéndolo en sucesor de Guaidó (de triste memoria), lo que solamente agrega nuevas tensiones a los sufrimientos e incertidumbre que vive el pueblo venezolano.
Por Luis Herrera y Roberto Pizarro Hofer Colaborador de El Maipo
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.