Es muy curioso el énfasis que los candidatos presidenciales le otorgan al crecimiento económico, al desarrollo e, incluso, a la distribución del ingreso. Sin embargo, a personajes como el rey de Bután lo que más le importa es la Felicidad Interna Bruta (FIB), más que el producto interno bruto (PIB) que mide el éxito de tantas experiencias político económicas. Una de las ideas fuerza en la lucha contra la Dictadura fue la melodía de “la alegría que viene”, la que no se ha visto entonar desde el triunfo del No.
En este sentido, hay que destacar una resolución de las Naciones Unidas que lleva por título La Felicidad: hacia el enfoque holístico del desarrollo, que convoca a las naciones del mundo a medir el bienestar objetivo. De esta manera, se consignan datos muy relevantes que influyen en los índices de felicidad, como la buena salud y los mejores niveles educacionales.
Parece evidente que las personas felices viven más y esto mucho depende de parámetros respecto del sexo, la familia y el amor. En la economía estos estándares debieran ser fundamentales y los estudios señalan que la armoniosa vida en familia es el mejor tranquilizante que un individuo puede disponer. Tanto así que el empleo, la riqueza, los amigos y la comunidad son menos importantes que tener una familia bien constituida.
Según el libro “La felicidad no es cosa de otro mundo” del sociólogo chileno Eugenio Tironi, parecen muy relevantes las convicciones religiosas de los pueblos, si se consideran esas expresiones el papa Benedicto XVI, en cuando a que “la sed de infinito está presente en el ser humano de tal manera que no se puede extirpar”.
Con la conquista de América se instaló muy hondo en la conciencia de los pueblos americanos la fe religiosa. Las encarnizadas luchas entre católicos y protestantes en Europa generaron millones de muertos, pero nunca tantos a propósito de las ideologías fundamentalistas asumidas por algunos países como el fascismo y el comunismo. Asimismo, es evidente que en América la fe religiosa ha contribuido mucho a los buenos índices de felicidad. Así lo constatan muchos autores.
En este sentido, parece una falacia que la riqueza trae consigo más felicidad. En efecto, parece necesario que la economía se someta a la política y no a la inversa, de tal manera que desacelerar la producción y el consumo en algunos casos pueda contribuir mucho al uso sostenible de los recursos naturales para quedar en armonía con el medio ambiente. Sin embargo, los actuales candidatos presidenciales en lo que ponen más énfasis es en el crecimiento. De hecho, en el aumento sostenido de este guarismo durante algunos años atrás, no se experimentó un real progreso, si en ello incluimos la alegría social. Las desigualdades, en este sentido, hasta se pronunciaron radicalizado las posturas de muchos chilenos.
Lo resultados de los múltiples sondeos indican que es en nuestra región donde mejor se expresa la alegría en el mundo. No en Europa, ni en Estados Unidos, donde están las naciones más ricas. Los múltiples atentados provocados por grupos fundamentalistas musulmanes son contundentes para apreciar el miedo que se experimenta en el viejo mundo y los países desarrollados. Aquí en Chile y otras naciones vecinas, el miedo está representado por el crimen organizado y el narcotráfico, cuestión que todos los candidatos presidenciales señalan que combatirán drásticamente, pero no dicen cómo hacerlo. A nivel mundial, Chile estaría 55 entre los 156 países del mundo, según el Informe Mundial sobre Felicidad, aunque ahora tememos un descenso estadístico a propósito del incremento de asesinados, secuestros y otros delitos.
En este sentido, nuestro país está por debajo de los grados de satisfacción (alegría) de México, Ecuador, Brasil, Argentina y Uruguay, lo que no se compadece con nuestro mejor nivel de crecimiento. Por otro lado, pareciera más razonable ser pobre que rico si consideramos nuestro más satisfactorio nivel de felicidad, con un ingreso per cápita tan distante de los índices económicos europeos.
Conveniente resulta consignar que los chilenos somos en un 99 por ciento mestizos según los resultados de una muestra de más de 3 mil casos, en los que la identidad amerindia y europea, como algo de la africana, se expresa en nuestro genoma, incluso en los sectores de altos ingresos. Algunos autores consideran que justamente este mestizaje incide en nuestro mejor nivel de alegría. Pero como dato curioso, digamos que respeto de nuestra identidad nacional podríamos alertarnos de que tres de los múltiples candidatos presidenciales tienen apellido alemán, dado que entre todos nuestros inmigrantes se supone que son éstos los que mejor resguardan su identidad, por haber llegado más tardíamente a Chile que españoles, italianos y otras corrientes migratorias europeas. Muchos, todavía, se casan entre ellos y conservan sus creencias y tradiciones ancestrales, más que haitianos, colombianos, venezolanos y otros de más reciente llegada.
Algo relevante de consignar, a propósito de los muchos inmigrantes que se han avecindado en Chile, es que varios de estos grupos se sienten discriminados socialmente y, por ende, son menos felices en relación a los demás. Al respecto es claro que podemos descubrir muchos casos de xenofobia, una lacra que estamos obligados a mitigar, si se quieren mejores índices de felicidad social.
Juan Pablo Cárdenas Squella, periodista chileno, profesor universitario de vasta trayectoria. En el 2005 recibió en Premio Nacional de Periodismo y, antes, la Pluma de Oro de la Libertad, otorgada por la Federación Mundial de la Prensa. También obtuvo el Premio Latinoamericano de Periodismo, la Houten Cámara de Holanda (1989) entre otras múltiples distinciones nacionales y extranjeras.
El Maipo/Le Monde Diplomatique
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