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Lunes, Diciembre 2, 2024

La traición de Ortega a noventa años del asesinato de Sandino. Por Roberto Pizarro Hofer

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La esperanza que, en su momento, la gente digna y los demócratas del mundo entero cifraron en Nicaragua se ha visto frustrada por el gobierno vergonzante de Ortega. Sin embargo, la valentía del pueblo nicaragüense, junto al sandinismo decente, terminarán con la dinastía de Ortega-Murillo, como antes lo hicieran con Somoza.

Este 21 de febrero se cumplen noventa años de la muerte de Augusto Cesar Sandino, conmemoración que se realiza en medio de una tragedia: la vergonzante dictadura de la familia Ortega-Murillo que ha impuesto cárcel, muerte y exilio al pueblo nicaragüenses. Ortega ha traicionado no sólo a sus propios compañeros que derrocaron a Somoza en la gesta heroica de 1979, sino también ha deshonrado los ideales democráticos y libertarios de Sandino.

El Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, formado y encabezado por el General Sandino, libró una guerra de seis años para expulsar de Nicaragua al poderoso ejército de los Estados Unidos. Su lucha culminó exitosamente el 10 de enero de 1933, y los invasores norteamericanos debieron retirarse con la cola entre las piernas. La energía desplegada por Sandino para desafiar la agresión y en defensa de la autonomía y dignidad de su patria le significó el apoyo de notables personalidades a nivel mundial y latinoamericano, entre los que destacan Henry Barbusse, Haya de la Torre, Gabriela Mistral y Alfredo Palacios.

Cuando el General Moncada, jefe de los liberales, le preguntó a Sandino quien le había dado el título de general, éste le respondió: mis hombres, señor. Y sus hombres eran un puñado de desarrapados, obreros y campesinos, los que se enfrentaron con machetes y viejos fusiles a la mejor tecnología militar de la época, la del ejército norteamericano. Razón de sobra existía, entonces, para calificar a los soldados de Sandino de «pequeño ejército loco«, como lo hizo nuestra poetisa Gabriela Mistral.

Un año después del triunfo de Sandino se impuso la venganza. La noche del 21 de febrero de 1934, momentos después que Sandino se había reunido en la casa de gobierno con el presidente Sacasa para finalizar las negociaciones de paz entre las fuerzas políticas de Nicaragua lo detuvo una patrulla de la Guardia Nacional, encabezada por Anastasio Somoza García. Allí, sin más trámite, se cumplieron las instrucciones de Somoza: fusilar al héroe nicaragüense, junto a sus dos lugartenientes: Estrada y Umanzor.

Los norteamericanos derrotados utilizaban a su esbirro para vengarse del patriota. A los 38 años de edad, terminaba abruptamente la vida de un hombre que, junto con Bolívar y Allende, le ha regalado dignidad a América Latina. Así, Somoza logra instalarse en el poder e inaugurar una de las dictaduras más longevas de la región.

Gabriela Mistral, destacada por el propio General Sandino como la abanderada intelectual femenina del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional expresó su admiración al patriota nicaragüense al señalar en uno de sus escritos:

«Sandino carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero o forjador, con la honra de todos nosotros. Gracias a él la derrota nicaragüense será un duelo y no una vergüenza.»

Es notable que Sandino, un artesano modesto y sin mayor formación intelectual, no sólo fuera un estratega militar, sino también un hombre con gran lucidez política, cuyo pensamiento fue recogido en abundantes cartas y manifiestos, dirigidas a los agresores, a políticos nicaragüenses y a personalidades de todo el mundo.

Augusto César Sandino, no solamente luchó entonces contra la intervención estadounidense. Su pensamiento político buscaba constituir un gobierno democrático, que velara por los pobres en democracia y con leyes apegadas por el Estado de derecho en Nicaragua. Señaló en alguna de sus cartas:

“El pueblo es soberano y debe respetársele el derecho de elegir sus gobernantes; y por esto luchará el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional sin descanso para hacer efectivo este derecho, hoy pisoteado por los conquistadores”.

Además, Sandino propuso la integración política y económica de América Latina, que daba continuidad al pensamiento de Bolívar («Proyecto que el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional presenta el 20 de mayo de 1929 a los Gobiernos de los Veintiún Estados Latinoamericanos»), donde se destaca, entre otras cosas: El rechazo a la doctrina Monroe; el establecimiento de la ciudadanía latinoamericana; la constitución de la Corte de Justicia latinoamericana; la formación de un ejército latinoamericano para defender la soberanía regional; la unificación de las tarifas aduaneras de los 21 estados latinoamericanos.

Sandino fue sobre todo un demócrata, antimperialista y un luchador por la soberanía de su país, y por la justicia social. La justicia social lo vincula a movimientos y líderes latinoamericanos revolucionarios y de izquierda, con gran influencia de la Revolución Mexicana. Sandino era firme partidario de la integración latinoamericana y proponía en lo económico una suerte de socialismo autogestionario y cooperativista.

Sandino inspiró la revolución popular de 1979, la que terminó con cuarenta años de la dinastía de la Somoza. Una mayoría ciudadanía abrumadora, encabezada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), se rebeló contra la expoliación económica, la represión política, la muerte y la tortura. La revolución popular sandinista no sólo abría un camino de esperanza para Nicaragua, sino se convertía en una referente de lucha para América Latina, región aplastada en los años ochenta por dictaduras militares oprobiosas.

Hoy se cumplen 90 años de la muerte del héroe nicaragüense, que lucho contra el ejército de los Estados Unidos y que inspiro la revolución libertaria de 1979. Pero, se trata de una celebración trágica, que nos llena de tristeza, porque hoy día una nueva dinastía, de la familia Ortega-Murillo, oprime al pueblo nicaragüense.

En efecto, frente a las protestas del 2018, la policía, encabezada por el cuñado de Ortega, junto a bandas paramilitares, asesinaron a más de 300 civiles, con miles de heridos, desaparecidos y torturados. Posteriormente, el dictador Ortega decidió reprimir a sacerdotes y también a sus propios compañeros, a los que expulsó del país y expropió sus bienes. Esta ha sido la respuesta del régimen orteguista frente a las demandas ciudadanas contra la arbitrariedad, el robo y la corrupción.

Ortega privatizó el FSLN y el Estado, convirtiéndolos en instrumentos al servicio de su familia y allegados. Todas las instituciones del Estado – el Parlamento, Poder Judicial, Poder Electoral, Fiscalía, Contraloría, Procuraduría de Derechos Humanos- se encuentran subordinadas a su control.

En los años ochenta, el FSLN no sólo había tenido éxito en derrocar a la dictadura sino también en defender la revolución, negociar la paz y garantizar la alternancia democrática. Fue un proceso político inédito, que le consagró al FSLN un masivo apoyo internacional de gobiernos de variado signo político y de ciudadanos de distintos países que llegaban a Nicaragua a apoyar la revolución.

Hoy, el FSLN de Ortega y su gobierno, son una vergüenza. Deshonran la memoria de Sandino. El nepotismo, la corrupción, los asesinatos masivos de ciudadanos indefensos, y la detención de revolucionarios sandinistas y luego su expulsión al exilio han borrado de una plumada el referente que la izquierda latinoamericana tuvo en el sandinismo.

Las banderas democráticas, libertarias y revolucionarias de Sandino se han arriado. Ello explica la oposición al gobierno de Ortega-Murillo de históricos sandinistas (ahora desde el exilio) como Sergio Ramírez, Mónica Baltodano, Dora María Téllez, Luis Carrión y Carlos Fernando Chamorro, entre otros.

La esperanza que, en su momento, la gente digna y los demócratas del mundo entero cifraron en Nicaragua se ha visto frustrada por el gobierno vergonzante de Ortega. Sin embargo, la valentía del pueblo nicaragüense, junto al sandinismo decente, terminarán con la dinastía de Ortega-Murillo, como antes lo hicieran con Somoza.

Por Roberto Pizarro Hofer – Economista. Colaborador de El Maipo

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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