Huachipato cerrará la empresa, ahora de forma definitiva, enviando a la cesantía a 22 mil trabajadores, los que directa e indirectamente dependen de ella. El argumento es la “imposibilidad de traspasar a precio las sobretasas al acero chino” y, al igual que en marzo pasado, suspenderá indefinidamente su operación siderúrgica.
O sea, los responsables no eran los chinos, sino la ineficiencia de la empresa: su incapacidad tecnológica, productiva y financiera.
En efecto, el 20 de marzo la presidencia de Huachipato declaró el cierre de sus actividades, con el argumento que no puede competir con el acero importado proveniente de China, acusando a las empresas de ese país de competencia desleal (específicamente dumping). La empresa dijo que podía ser competitiva con mayores aranceles a las importaciones.
La Comisión Antidistorsiones de Precios (CAD) recomendó, entonces, aplicar sobretasas arancelarias (salvaguardias), primero de 15,3% a las bolas de acero y 15,1% a las barras. Pero, Huachipato exigió más. El gobierno, el mundo empresarial, los sindicatos y los representantes políticos de la zona del Bío-Bío le creyeron a los ejecutivos de la empresa: y la obediente CAD subió las sobretasas a 24,9% para las importaciones de barras de acero y a 33,5% las bolas de acero para molienda, aunque con controversias sobre los fundamentos técnicos.
Sin embargo, los ejecutivos de la empresa acerera resultaron mentirosos. Ninguna sobretasa les servía para hacer competitiva a la empresa.
El ministro de Economía y el de Hacienda acusan a los ejecutivos acereros de irresponsables, y con razón. Porque la crisis de la CAP-Huachipato pone de manifiesto el completo desinterés de los dueños de la empresa por invertir en nuevas tecnologías y en mejorar procesos productivos y financieros, para competir con las importaciones chinas. Por tanto, China no tiene la culpa de la ineficiencia de Huachipato.
Pero, también, hay una culpa gubernamental o, mejor dicho, estatal. Porque, desde la instalación del modelo neoliberal, no existe en nuestro país una política que promueva y apoye a la industria nacional. No hay política industrial. Se le ha entregado al mercado toda la responsabilidad en la asignación de recursos, sin ninguna orientación desde el Estado sobre prioridades del desarrollo y, por tanto, de inversiones.
A ello se ha agregado el fanatismo nacional por una apertura radical al mundo, con tratados de libre comercio, que han llevado los aranceles a cero, favoreciendo las importaciones, sin ningún grado de regulación.
Huachipato es una víctima más del modelo económico en curso, que ha promovido la desindustrialización del país. A pesar de la ampliación de los mercados externos, mediante los TLC, y sin una política industrial, tampoco ha sido posible que la empresa privada se haya interesado en la diversificación productiva.
Los chinos, en cambio, tienen un plan de desarrollo, en el que la industria desempeña un papel principal. Han sabido, además, utilizar la apertura al mundo, los TLC, pero para favorecer sus intereses industriales y avance tecnológico. Y, en país, el Estado no es neutro, sino ha desempeñado un rol activo en apoyo a las iniciativas privadas, pero en correspondencia con el plan de desarrollo nacional. Y así ha sido en el caso del acero.
A diferencia de Chile, China tiene muy claro que para acelerar la industrialización la producción de acero es fundamental, ya que éste se utiliza en la fabricación de casi todo: edificios, puentes, vehículos y desde electrodomésticos hasta productos electrónicos y tecnológicos. Y en esto nunca han pensado los gobiernos de Chile.
Ello explica porque el Estado chino ha promovido vigorosamente la industria del acero inoxidable. Se han implementado políticas e incentivos para apoyar la investigación y el desarrollo, fomentar la innovación y mejorar la eficiencia de la producción. Estas medidas han ayudado a los fabricantes chinos a mejorar sus capacidades y producir bienes de acero de alta calidad que cumplen con los estándares internacionales.
Paralelamente, las empresas chinas han invertido fuertemente en instalaciones y equipos de producción de última generación, lo que les permite mejorar la eficiencia, reducir costos y aumentar la producción. Esto ha permitido a China ser el primer exportador de acero en el mundo y, además, producir una amplia gama de productos como láminas, bobinas, tubos y cables, que satisfacen diversas necesidades industriales y de los consumidores.
¿De qué nos quejamos entonces? Huachipato no inventa, no tiene avances tecnológicos, ni mejora procesos productivos y financiero- administrativos. Quiere ganarse la plata sin mayores esfuerzos y eso en el mundo de hoy no es posible. Y, por otra parte, los gobiernos de Chile, sin una propuesta para la industria y, con una apertura radical de la economía favorecieron que ingresara el acero chino sin restricción alguna.
En consecuencia, en la crisis de Huachipato los irresponsables no son sólo sus ejecutivos sino también las autoridades económicas que ha tenido el país. La irresponsabilidad de éstos es no haber defendido la industria y, en vez de ello, favorecieron su destrucción.
Así las cosas, la participación de la manufactura en el total de la producción nacional se ha reducido desde el 20% del PIB que representaba a principios de los años noventa, a menos de un 10% en la actualidad. Paralelamente, el capital industrial ha sido desplazado paulatinamente por el capital financiero.
La elite empresarial, la clase política y sus economistas, de variados signos (derecha, centro e izquierda) se equivocan al creer que es posible el desarrollo (que en Chile es sinónimo de crecer), con el libre mercado y vendiendo nuestros recursos naturales, para el progreso económico chino y de los países desarrollados.
Hay que entender, además, que el elevado desempleo, el crecimiento de la informalidad, los bajos salarios e incluso el aumento de la delincuencia, son consecuencia de la escasez de actividades industriales y de los limitados procesos de transformación en el sector de servicios.
A fin de cuentas, el desarrollo exige modificar la matriz productiva-exportadora y favorecer un activo rol del Estado en la dirección de los procesos productivos. Esto lo han entendido muy bien los países asiáticos en las últimas décadas y, por cierto, en el pasado, las economías hoy desarrolladas En suma, la crisis de Huachipato es una muestra más que el país necesita cambiar el modelo económico, para colocar en el centro de sus preocupaciones la industrialización del país.
Por Roberto Pizarro Hofer. Economista colaborador de El Maipo
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