Es necesario mantener viva la memoria de lo ocurrido en la zona del carbón tras el golple militar, con todas sus secuelas de tortura, exilio, represión, miedo y muerte a la población civil. El libro “Los cuatro fusilados de Lota, huellas de una herida”, de Nelson Muñoz Mera, presentado el miércoles 8 de octubre de 2025 en el auditorio del Museo de la Memoria y Derechos Humanos, cumple con creces la misión de recordar uno de los crímenes más brutales cometidos por la dictadura contra un pueblo indefenso.
Se atentó contra la vida colectiva, la confianza y la solidaridad de toda una comunidad, con la intención de causar un daño permanente e irreversible a los valores compartidos de quiénes habitaban la zona del Golfo de Arauco, actual región del Bíobío. La inmensa mayoría de los habitantes de esa zona minera apoyaban entonces al gobiernos de la Unidad Popular y el partido comunista tenía una mayoría electoral que superaba el 50%.

Las instituciones armadas actuaron como fuerzas de ocupación, ante un pueblo desarmado, para infundir miedo e impedir cualquier resistencia al proyecto de restauración capitalista que impulsaron los artífices militares y civiles del Golpe. Con esta convicción, desde el 11 de septiembre de 1973 la dictadura actuó sobre tierra arrasada, con una estrategia de exterminio físico, intelectual y emocional que se ciñó al pié la letra a los manuales antisubvesivos y de guerra psicológica creados por la CIA y el Comando Sur del Ejército de la Estados Unidos.
Había que justificar moralmente la masacre de un ejército profesional contra su propio pueblo indefenso y eso, como resulta evidente, no era fácil. El “Plan Z” fue una mentira burda, que contó con la complicidad de la prensa afin a la dictadura y toda la propaganda al servicio del régimen, para dar vida a un “enemigo interno” creíble. Se acusó a los cuatro dirigentes comunistas de planear el exterminio de los opositores al gobierno de Salvador Allende, mediante el uso de armas y un ejército guerrillero que jamás existió.
El consejo de guerra de Lota, compuestos por los mismos altos oficiales que armaron las pruebas falsas para justificar los fusilamientos ocurridos el 22 de octubre de 1973, fue una simple mascarada para asesinar a Isidoro Carrillo, gerente de Enacar; Danilo González, alcalde en ejercicio de Lota; Bernabé Cabrera, líder sindical de Celulosa Arauco, y Wladimir Araneda, dirigente del magisterio, todos destacados líderes locales.
En medio de aquel dolor hubo significativos gestos de solidaridad y humanidad, que han sido recogidos por testigos directos de estos actos criminales:
El ex preso político Fedor Carrillo, hijo de Isidoro, cuenta con emoción que el vigilante de Gendarmería que debía revisar la celda que ocupaba en la carcel, le dejaba bajo su camastro diariamente dos cigarrillos y el trocito de chocolate, como una manera silenciosa de hacer menos ingrato su cautiverio. El entrevistado Manuel Rodríguez cuenta en el libro que el teniente de gendarmería que encabezó el pelotón de fusilamiento le dijo poco después de ese trágico suceso: “Les quiero pedir perdón, yo nunca pensé que me podía tocar asumir esta responsabilidad, tuve que hacerlo. Fue terrible lo que viví, especialmente cuando me tocó dar la orden de disparar al pelotón. Al momento de hacer los disparos, los gendarmes dispararon para otro lado, no querían matar a nadie”.
El mismo oficial relató que Isidoro Carrillo le advirtió sobre los riesgos a los que estaban expuestos si no obedecían la orden: “Teniente Fuentes, ordene disparar al blanco, sino usted va a pagar las consecuencias, lo pueden matar, usted no tiene responsabilidad en la muerte de nosotros, esos están más arriba”.
Los cuatro fusilados de Lota son un modelo de consecuencia, lealtad y compromiso colectivo. No fueron personas grandilocuentes, no vistieron de verde oliva ni portaron armas; pero fueron auténticos revolucionarios; que convivieron como iguales con su entorno, con fuertes lazos camaradería, que salieron cada mañana a comprar el pan al almacén de la esquina, que estuvieron en el pique expuestos al gas glisú y a la silicosis, que concurrieron a la reunión sindical para resolver problemas de la producción, que conocieron de cerca la realidad familiar de las niñas y niños de la escuela, del trabajo infantil y del empuje de las mujeres lotinas, que debieron asumir el peso de la supervivencia cuando sus maridos estuvieron ausentes producto de la represión.
Este libro es destacable no solo por los testimonios escritos, sino también por las fotografías del autor, que muestran cuan difícil fue la vida cotidiana en la cuenca carbonífera del golfo de Arauco en dictadura.
Rubén Andino, periodista, editor, Diario Fortín Mapocho, Punto Final y elmaipo.cl
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