El énfasis exclusivo en el crecimiento, sin un camino al desarrollo que lo acompañe, ha generado desigualdades profundas: entre el capital y el trabajo, entre empresarios grandes y pequeños, y entre Santiago y las regiones.
El crecimiento se considera la solución a todos los males de Chile. Se ha convertido en obsesión de empresarios, políticos y economistas. Sorprende especialmente en éstos últimos, ya que antes de 1990, el interés principal de los economistas, opositores a la dictadura, era más bien el desarrollo. Se criticaba el modelo instalado por el pinochetismo en que el crecimiento era lo fundamental y lo social venía por derrame.
El abandono del desarrollo en los años de la transición cerró las puertas a la diversificación productiva, favoreciendo el extractivismo; tampoco se avanzó en la calidad del sistema educativo, y la inversión en ciencia y tecnología se convirtió en discurso retórico. El hecho ineluctable es que el crecimiento sin dirección, con un Estado pasivo, ha culminado en un país marcado por una elevada concentración de la riqueza, con manifiestas desigualdades sociales y regionales.
El interés estricto en el crecimiento entregó a la política económica la exclusiva tarea del ordenamiento macroeconómico, renunciando a la orientación de los agentes económicos y recursos. Además, una economía pequeña, como la nuestra, con insuficientes regulaciones, ha acrecentado la colusión de precios en variados sectores de actividad.
El crecimiento, sin dirección, ha conformado en Chile una economía rentista, depredadora de los recursos naturales, con empresarios sin interés por innovar. El Estado ha sido reacio a apoyar iniciativas en favor de la producción de bienes y servicios de transformación y, en cambio, ha subsidiado las plantaciones forestales junto a la entrega gratuita de tierras para la explotación cuprífera, al menos hasta el 2005, favoreciendo así el extractivismo.
El énfasis exclusivo en el crecimiento, sin un camino al desarrollo que lo acompañe, ha generado desigualdades profundas: entre el capital y el trabajo, entre empresarios grandes y pequeños, y entre Santiago y las regiones.
Un crecimiento, sin políticas productivas, orienta a la inversión, nacional y extranjera, hacia la explotación intensiva de recursos naturales, mientras el Estado, con su comportamiento generoso con el extractivismo, cierra las puertas a iniciativas potenciales en favor de la producción de bienes de transformación.
Así las cosas, el crecimiento viene cayendo sistemáticamente, el empleo se ha debilitado y la productividad se encuentra estancada desde hace ya 16 años.
Para recuperar la economía y la productividad es preciso dar un giro, con una estrategia de desarrollo que apunte al objetivo de conformar una estructura productiva y exportadora diversificada, que se extienda a lo largo del país, que incorpore mayor valor agregado nacional a los bienes y servicios, que potencie a los pequeños empresarios y que favorezca empleo de calidad, así como relaciones equilibradas entre el capital y el trabajo.
La voluntad política ha estado ausente para impulsar esa transformación. Y, la verdad es que el crecimiento por sí sólo, por elevado que sea, no conduce al desarrollo.
Para avanzar en esa dirección se requiere un Estado activo, con políticas públicas que estimulen la inversión en nuevos sectores productivos, junto a la multiplicación de las inversiones en ciencia, tecnología e innovación y el mejoramiento sustantivo de la calidad formativa de los estudiantes y la población laboral. Estos son los requisitos para salir del estancamiento económico y alcanzar el desarrollo.
Columna publicada El Descocierto el 23.04.2025
Roberto Pizarro Hofer, Economista, ex decano de la Facultad de Economía Política de la U. de Chile, ex Ministro de Desarrollo Social y Familia, colaborador permanente de elmaipo.cl
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