Democracia mercantilizada
Hoy las noticias de Europa (votación última de la UE), la de nuestros vecinos (Ecuador, Argentina) marcan una tendencia del apoyo ciudadano hacia sectores políticos, representantes de los sectores más privilegiados de la sociedad. Usan la democracia como un instrumento para mantener sus prebendas, despreciándola como una forma justa y representativa de gobierno. Para satisfacer sus intereses económicos recurren al autoritarismo manteniendo sistemas de desigualdad social, reinstalando arcaicas formas de patriarcado, provocando sus ajustes estructurales sabiendo de la pobreza que provocan y de las consecuencias que tienen sus políticas de sobreexplotación de los recursos naturales. Con discursos desaforados, emocionales responden a la rabia que, a veces, con justa razón posee el pueblo, exacerbándola y creando la ilusión de ser ellos quienes solucionarán sus problemas. Triunfan. Luego vienen las reacciones ciudadanas por pérdida de beneficios, reconocen que fue un error el elegirlos, pero ya es tarde. Se movilizan por sus derechos y son fuertemente reprimidos en la instalación de un orden reaccionario.
Sin embargo, sus triunfos se basan en las debilidades de la democracia, en la penetración de la ideología neoliberal en representantes, en políticos progresistas, incluso socialistas que no vieron que finalmente profundizaban la desigualdad. Mercantilizaron la política y con ello, sus lacras de corrupción, de desentendimiento de las necesidades populares, de su elitismo acentuado burocráticamente que los lleva a desconocer las necesidades del pueblo. Lo más significativo pasa a ser el individualismo que, con apariencia de representatividad de un colectivo, busca la satisfacción personal por sobre lo que representan. Así surgen y resurgen divisiones, organizaciones que representan el interés de sus líderes sin importarles la comprensión popular que ausculta mezquinos intereses personales tras ellas. Se enajenan del pueblo provocando animadversión, desconfianza de lo político con resultados favorables para el populismo antidemocrático. Se desprestigia la política con la consecuente conclusión: “es una década de deterioro continuo y sistemático de la democracia en la región” (Latinobarómetro 2023).
Partidos enajenados de su función
El deterioro continuo y sistemático de la democracia se debe a una crisis de confianza en los representantes de la ciudadanía y en sus partidos: “Sólo el 1% del país confía en los parlamentarios y en los partidos políticos”, sentencia la Encuesta Bicentenario de la Pontificia Universidad Católica de Chile (abril 2024). Pero eso es sólo un efecto.
Un diagnóstico debería escudriñar el conjunto de causas que explican por qué los partidos han perdido apoyo en el pueblo, cuando su función es ser su organismo intermediario con el Estado. ¿Por qué no cumplen su función de vaso comunicante entre la vida de las personas y las decisiones del poder? ¿por qué se han enajenado de las necesidades e intereses populares sin escuchar la razón de la desconfianza ciudadana? Una razón tiene que ver con los medios y la responsabilidad recae en los gobiernos post dictadura: “El cometido comunicacional de los gobiernos concertacionistas ha sido el hacer desaparecer uno a uno los medios independientes y practicar la política de encantamiento de los medios tradicionales, ofreciendo publicidad estatal a cambio de una oposición discreta” (J.P Cárdenas, un peligro para la sociedad, 2009, 146). Hoy se suman las quejas respecto a la parcialidad de los medios desinformando a la población en beneficio del sistema neoliberal, desvirtuando las acciones y efectos gubernamentales.
Luego de la caída de la dictadura, que tuvo como uno de sus fines imponer lo tecnócrata por sobre lo político, los gobiernos en democracia continuaron esta tendencia. Al estilo S. Edwards de hoy (“sacar Beauchef de la casa de estudios y de cerrar las Becas Chile en humanidades durante 10 años”) la Concertación privilegió la ingeniería comercial, el cálculo matemático para resolver problemas sociales. El principio era “no hagan olas”, no se quería crítica ni movilizaciones. En realidad, se hacía eco a aquel inconsciente que promueve que “los hombres sólo pueden vivir juntos legal y políticamente cuando algunos tienen el derecho a mandar y los demás se ven obligados a obedecer” (H. Arendt, la condición humana, 2015, 242).
A la restricción de los medios antidictadura se le sumó el debilitamiento de la vida partidaria tendiendo a que el gobierno reemplazara su función. El gobierno era el partido. Fueron, entonces, los funcionarios los que hacían política enajenándose la función de partidos como intermediarios del pueblo. Se coartaron los mecanismos de información, formación y de vasos comunicantes entre la ciudadanía y el gobierno. Se constituyeron estructuras de incondicionales en el gobierno como en los partidos. La lucha política se daba entre fracciones con jefes, operadores que movilizaban a grupos de militantes para cumplir con sus fines restringidos al dominio del poder. Las lealtades personales eran fundamentales para el reparto de cargos. Por tanto, no necesitaban informar al pueblo, tampoco a su base partidaria; se eliminaba la educación cívica en una ciudadanía necesitada de ella, como también la formación política de la militancia. Se debilitaba la legítima discusión de tendencias políticas o ideológicas desde las bases a sus direcciones. Sus frentes sociales o de trabajadores no tenían fuerza por insuficientes recursos. Su capacidad de acción era reducida. En suma, existía una desvinculación entre dirección y base. El partido como un todo se desvanecía.
Se produjo una diferencia cuantitativa significativa entre militancia inscrita y aquella que participaba; hubo masivos alejamientos de partidos, se produjeron divisiones y más divisiones organizadas por quienes alguna vez participaron de la elite y fueron derrotados. Se crearon nuevos partidos jóvenes, con juventud que optaron por propuestas y formas de hacer política diferente a las tradicionales. Les fue difícil ser una opción distinta. Se había interiorizado una forma de lograr poder a través de mecanismos a veces, reñidos con la democracia. Sin embargo, había conciencia de la necesidad de un cambio donde la democracia participativa y directa debía ser una realidad nacional y partidaria.
Democracia participativa, una solución
La conciencia del cambio se entendió como un desafío que asumen ya diferentes generaciones para crear nuevos modelos de gestión gubernamental y/o partidaria. La reflexión crítica que ya se da en organizaciones diversas implica la búsqueda de estrategias para la gestación de un nuevo sistema político que haga factible la virtuosa relación entre partidos y ciudadanía.
Esa relación virtuosa tiene su fundamento en una democracia participativa con gran cercanía a una de carácter directa. O sea, una democracia garante de la participación ciudadana en la solución de sus problemas cotidianos, locales y también, nacionales. Es un sistema donde las personas adquieren poder para decidir sobre cuestiones políticas, sociales, económicas y hoy, más necesario que nunca, sobre protección del medio ambiente. En el proceso de decisión, que debe ser ecuánime y objetivamente informado, la ciudadanía se educa cívicamente y va poniendo cortapisas a las manipulaciones políticas que hacen organizaciones de facto apoyadas en medios ad hoc. Con ello se va logrando una población más consciente de sus problemas y soluciones, más comprometida no sólo con su interés personal, sino que con la unidad ciudadana tras el bien común. En este proceso supera un elemento ideológico del sistema neoliberal imperante anteponiendo lo comunitario al individualismo. Esto permite superar los altos niveles de desconfianza dominante en el país, y la ciudadanía logra la necesaria capacidad de acción al decidir y solucionar sus problemas apoyada en la fuerza de una comunidad organizada. Así, a través de referéndums cada cierto tiempo y de acuerdo con un número pertinente de ciudadanos y ciudadanas, el pueblo co- crea política. Con este sistema se podría haber evitado, por ejemplo, la ya cuestionada ley de pesca o se habría impuesto el respeto a la división de poderes del Estado, solucionando el conflicto que provoca el Congreso al resolver una salida para las Isapres por sobre el dictamen de la Corte Suprema. En fin, hay cientos de casos que desprestigian la política y debilitan a la ciudadanía, pero también existe la esperanza del cambio a través de nuevas ideas e instrumentos para superar la crisis de la democracia.
El Frente Amplio y la democracia
“Con fuerza y esperanza el Frente Amplio avanza”. Se mancomunan fuerzas para cambiar la situación de crisis de la democracia e invitar a una praxis esperanzadora. Una praxis hacia un futuro que el Frente Amplio estructura ya en su declaración de principios. Su primer artículo es su definición como ser democrático, de respeto al orden constitucional, sujetándose a la democracia representativa y defendiendo a las instituciones del Estado Social de Derecho. Sobre esta base promueve la lucha “por una democracia avanzada en todos los campos, incluyendo la democracia económica y cultural” al momento que promueve “formas de democracia más participativas y directas”.
El Frente Amplio nace abierto a la esperanza de crear tanto en su ser como en la relación con la ciudadanía la superación de la práctica política de decidir en la elite lo que debiera decidir el conjunto de la organización, siempre en contacto con el pueblo. Sólo así se abrirá a cambiar en su forma una democracia funcional en coherencia con el contenido de una democracia participativa. La coherencia entre forma y contenido haciéndose realidad en sus bases junto al pueblo será un antídoto de un Chile tremendamente desconfiado para recuperar las confianzas en la política, en los partidos. Es la esperanza.
Para El Maipo: Jorge Coloma Andrews. Cientista Social, PhD. Colaborador de El Maipo.
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