Por: Santiago Erazo, Periodista cultural Revista RAYA y la fotografía de Juan Fernando Rojas
Los libros y poemas de Mary Grueso son el fruto de una búsqueda intensa y valiente por visibilizar el valor cultural del Pacífico. A propósito de la publicación de su último libro, Agüela, se fue la nuna, RAYA entrevistó a la escritora y poeta guapireña, una de las voces más prolíficas de la literatura afrocolombiana contemporánea.
La luna anida en un pozo y un niño la quiere recoger como quien acuna un pequeño pez en el cuenco de las manos. Se acerca al agua pero la luna se quiebra cuando la va a tomar. Luego la ve esconderse entre las nubes. Su abuela, enternecida, lo sienta en su regazo y le canta un arrullo. La imagen central de Agüela, se fue la nuna, el nuevo libro de la poeta, escritora y narradora oral Mary Grueso, publicado este año por Editorial Panamericana, remite al cuidado de las mujeres del Pacífico, a la necesidad de proteger y celebrar y nutrir la imaginación de las niñas y niños negros, la misma que la propia Mary Grueso ha reivindicado en esta región del país con más de una docena de libros ilustrados y poemarios. Los arrullos y los alabaos, el mar y las jitanjáforas recorren en sendas proporciones una obra que, lejos del exotismo y las cuotas culturales, tiene el peso de ser reconocida tanto por la crítica como los lectores de a pie: nietos, padres y abuelos que se reconocen en las páginas de Grueso y en el color de piel de quienes protagonizan sus historias y poemas.
RAYA conversó con la poeta y escritora nacida en Guapi sobre la presencia de la música en sus poemas, su relación con la isla Gorgona, el origen de su último libro y el futuro de la literatura afro en Colombia.
¿Cuál diría que es el impacto que ha tenido su obra en las comunidades afro del Pacífico? En el centro del país empieza a haber un reconocimiento necesario de su lugar en la literatura, pero ¿cuál es la relación del Pacífico colombiano con su escritura? ¿Cómo la leen?
Desde diferentes ópticas las comunidades se han ocupado de mi obra, porque no es común encontrar textos donde los negros somos los personajes principales. Para ellos ha sido más bien como un asombro. El lugar donde más he incidido ha sido en Cali, en todo el Valle del Cauca, y en una parte del Cauca –por lo menos en la capital– han trabajado mucho mi obra. Ahora, en la etnoeducación ha sido fundamental mi obra, dado que se está implementando en los colegios. Mis obras se han utilizado como referente de etnoeducación y como apoyo para los profesores. Pero eso ha sido casi en toda Colombia. Aunque, ¿sabe? Creo que la novedad está en la posibilidad de encontrar protagonistas negros en los libros, porque nosotros formamos parte de Colombia y así como nosotros estudiamos a los demás, también es importante que los demás nos estudien a nosotros; desde lo que somos, desde nuestro pensar, nuestro sentir, nuestra idiosincracia, sobre todo la parte en la parte regional, porque es diferente nuestra geografía a la del centro, e inclusive la del otro mar [Caribe].
Entonces, mi obra ha tenido muy buena aceptación, aunque hubo al inicio mucho asombro de la gente de mi comunidad. La gente me decía: ¿Mary es la que ha escrito esto?, no puede ser. Por ejemplo, lo decían personas que me vieron crecer. Yo estudié en Guapi, mi primera hija la tuve ahí y mi esposo era un profesor de matemáticas y física. Pero yo era una mujer común y corriente, entonces me vine para Cali, mi esposo de repente muere y ahí me hice poeta. Todos decían, ¿pero cómo? y yo:, que sí, ¿que soy poeta? Ajá. Eso era una cosa asombrosa.
Mi profesor de español, que todavía está vivo, Luis Ángel Ledezma, me dijo: yo quiero oírte para ver si sos lo que la gente dice que eres, porque no lo puedo creer. Y eso que una gran parte de lo que yo soy como poeta se lo debo a él. Pero hasta que yo salí, él no creyó que yo podía hacer tantas cosas.
En la revista RAYA acabamos de publicar un documental sobre el peligro que se cierne sobre la isla Gorgona: la construcción de una subestación militar, una obra que amenaza no solamente las especies que rodean la isla, sino también la cultura de las comunidades cercanas. ¿Cuál es su relación con Gorgona y su posición frente a este tema?
Aunque no he escrito nada sobre la Gorgona, yo he estado muy relacionada con todo eso a través de la lectura y de las imágenes. La isla cuenta con una gran riqueza. Por ejemplo, las visitas que nos hacen las ballenas yubartas, o jorobadas, como también le llamamos acá, que llegan todos los años. Allá no se debería dañar nada porque existen especies que no son comunes de encontrar en todas partes. Los gringos siempre han querido meterse al Pacífico; una vez intentaron poner una base militar y se levantó el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, hizo un escándalo nacional que detuvo ese proyecto. Yo no sé ahora qué se va a hacer, si se les va a permitir la entrada o hay que crear un movimiento para que no vengan a dañarnos el ecosistema.
Pensando de nuevo en Guapi, hay un elemento muy importante, no solamente de la cultura del municipio y de la región, sino de su propia poesía y literatura: la música del Pacífico, los arrullos y los alabaos. Ambos están trenzándose constantemente en su obra, pero me pregunto cuál viene siendo ese influjo en concreto para usted. ¿Escribe también teniendo en mente las letras de los alabaos y los arrullos? ¿Cuál es esa impronta, esa importancia del componente musical en su obra?
Buena pregunta. Si usted me lee, va a encontrar música por todas partes, porque nosotros en sí somos música. La música es parte de la existencia del hombre y la mujer negra. Mi trabajo literario está permeado tanto por el mar como por el río, por el agua, por los entornos de la naturaleza, así como también por la música, que son los elementos constitutivos de nuestra cultura. Los arrullos son los cantos que se hacen cuando uno nace; cuando a uno lo bautizan es con canto. Y desde el primer instante se le canta al niño para arrullarlo. Cuando está durmiendo, cuando uno quiere que se duerma, cuando está llorando, esa es la conexión madre-hijo, abuela-nieto.
De hecho, en este nuevo libro, Agüela, se fue la nuna, hay un arrullo que muestra esa conexión. Yo quisiera que se prestara más atención a ese vínculo entre abuela y nieto, porque yo creo que, con este correr y correr por buscar plata, nos está haciendo falta amor. Los niños están pasando mucho tiempo solos o con personas que no tienen esa cercanía.
Su poesía surge desde la oralidad, y esto implica una dificultad para un lector que no conoce su contexto ni el léxico de su región. ¿Cómo plantea Mary en su obra esa presencia de un léxico aterrizado en el Pacífico que resulta opaco o complejo para un lector ajeno?
Bueno, esas son cosas que yo hago de adrede. En mi primer libro, El otro yo que sí soy yo, sí coloqué pies de página para explicar lo que significaban algunas palabras, porque soy consciente de que nosotros en el Pacífico manejamos un léxico que no es el común denominador aquí mismo en Colombia. Pero ya después no lo hice porque es una manera de que investiguen para poder interpretar el texto. Además, utilizo mucho el hecho de que nosotros omitimos algunas letras al final de las palabras, como las D, las S o las R. Entonces, en vez de “correr” decimos “corré”. Empleamos muchos términos españoles, directamente, pero también la jitanjáfora africana, que es un recurso literario que no tiene significado, sino sonoridad y ritmo. Cuando yo digo, por ejemplo, “urrutawá urruté”, ¿qué es urrutawá, qué es urruté? No significa nada. Es puro sonido. Eso es africano. Y es de adrede.
Además de la música, otro elemento predominante en su obra es el mar. ¿Cuál diría que es su relación con el mar? ¿Cómo el mar permea o se riega en su poesía?
Yo nací en Guapi, que está a 8 kilómetros de la bocana del mar. Es decir, he vivido muy cerca del mar, también del río. Por eso no solo yo, sino todas las personas de acá del Pacífico, hablamos mucho del mar. Si usted lee a Helcías Martán Góngora va a encontrar que el mar, que es una de las maravillas del mundo, está por todas partes, también el agua, el río, porque es lo que tenemos a mano. Eso lo hizo Dios, ya no lo hace nadie. Hay gente que se muere y nunca conoció el mar, pero nosotros estamos frente a él y podemos mirar sus efectos desde diferentes lugares. El mar está presente siempre: si yo me enamoro, hablo del mar; si yo le voy a hablar de un poema erótico, también me meto al mar; si voy a hablar de angustias, también lo hago en el mar. Porque el mar es la fuente de donde yo bebo a diario para mi creatividad.
En 2019, usted hace un giro de tuerca en su obra y empieza a publicar literatura infantil. Cuénteme sobre ese interés y por qué surge.
Empecé a escribir literatura infantil porque primero que cualquier otra cosa yo soy maestra. Cuando era niña, los profesores nos enseñaban cuentos en la escuela como el de Caperucita Roja, que nos aprendíamos de memoria. Francamente, nos enseñaron cuentos que no tenían nada que ver con la cultura negra, a pesar de que los negros tenemos muy buenos cuentos porque venimos de la oralidad, somos orales. Quizá por eso nuestros cuentos son tan largos, o eran tan largos que nunca los alcanzamos a escuchar del todo. ¿Por qué? Porque cuando el contador va a decir cuentos, nosotros nos acostamos a dormir en una casa para escucharlo. Cada uno lleva su propia cobija, su petate, su almohada y se acuesta en la sala a escuchar. Entonces la persona empieza: “Este era un hombre casado con una muerta. Estuvieron viviendo, estuvieron viviendo hasta que llegaron a tener tres hijos o cuatro hijos”. Siempre en los cuentos del Pacífico se empieza así, todo el mundo está callado escuchando y cada vez que el cuentero hace un descanso, uno le dice ujummm. A medida que va pasando el tiempo, los ujummm van mermando porque la gente se va quedando dormida. Hasta que ya no hay quien le haga ujummm al contador, y ahí se da cuenta de que ya todos se han dormido. Es difícil terminar un cuento porque son demasiado largos.
Entonces, contrastando esto con los libros de texto entendí que ahí no aparecíamos, a pesar de que nosotros tenemos nuestra propia literatura, nuestra propia forma de ver el mundo, y que en este país pluricultural tenemos que aportar desde lo que somos para que se encuentre de todo. Así, empecé a escribir desde el aula, utilizando a mis alumnos como protagonistas. Ese año me nombraron la mejor maestra porque mis estudiantes eran los mejores alumnos que yo hubiera podido tener. Todos querían ser protagonistas de mi obra y todos trabajaban como locos para ser los mejores, para que yo los colocara como protagonistas.
Pero además los textos son ilustrados, ¿cómo es ese proceso?
Empecé a escribir porque quería que esta nación colombiana también tuviera textos donde los niños negros fueran protagonistas, pero los quise publicar ilustrados para que el lector pudiera vernos en las páginas y que los niños negros también sintieran que formaban parte de la educación, que a ellos también los podían leer y que los otros también los conocieran, y quizás evidenciar el problema del racismo. Mi proyecto es que desde la primera infancia, desde los primeros años, los niños en Colombia lean textos donde hay negros, así ya no les es ajeno encontrar un negro en la calle, porque desde el aula han visto textos donde los niños negros son protagonistas. De esa manera empecé a traer al Pacífico en mis obras, para que los demás también nos miren y nos conozcan, que sepan sobre el Pacífico y conozcan las casas de palafito, los ríos, los productos, la fauna; por ejemplo, que investiguen qué son las ballenas yubartas o las aves migratorias.
El libro que acaba de publicar, Agüela, se fue la nuna, me hizo recordar un poema de un poeta español, Ángel González, que se titula “Luna de abajo”. Con una propuesta muy parecida, plantea la imagen de otra luna, que no está arriba en los cielos, sino reflejada en los charcos. En un momento, el poema dice:
“Luna de abajo,
luna por los suelos
para los transeúntes de la noche,
que vuelven a sus casas cabizbajos”.
Encuentro cierta similitud entre la luna del pozo de su libro y este uso de esa segunda luna, que es la que se refleja en el suelo, en los charcos, como un consuelo para quienes llegan tristes a sus casas. Y con todo, en su libro esa segunda luna es también un pretexto para reforzar ese vínculo entre abuela y nieto. ¿Cuál fue la génesis de la historia?
Esa es una historia real. Resulta que yo tengo dos nietos, y al mayor, cuando tenía tres años, un día la mamá lo mandó a pasar unos días conmigo a Buenaventura. Entonces estamos ahí, yo estoy tejiendo y mi nieto me llama y me dice: “Abuela, abuela, ahí está la nuna”. Yo le digo: “¿La nuna? ¿Y qué es eso?”. “La nuna, abuela, allá está la nuna”. Me levanto de donde estaba estaba sentada y voy, entonces veo que me está mostrando la luna que está reflejada en un pozo de agua. Yo le digo: “La luna, diga ‘luna’ ”. Regreso a hacer lo que estaba haciendo, cuando al rato me dice: “Abuela, abuela, se dañó la nuna”. Vuelvo a mirar y le digo: “No, lo que pasa es que va a llover. Por eso la luna, cuando va a llover, se esconde para que el aguacero no la moje”. Al final le dije: “Venga que vamos a cantar una canción para que vaya a coger la luna”. Así que lo subí a mi regazo y le empecé a cantar:
“Urrutawá
Urruté
Ahí está la nuna
Ahí está la nuna
La nuna ahí está
y se fue la nuna
Se fue la nuna
Porque iba a llover”
En el libro, la abuela está tomando el rol que tenemos las mujeres en el Pacífico de cargar, de responder las preguntas metafóricamente, pues se le contesta al niño, pero se busca la manera de que él entienda que la luna se viene a ver en el espejo del agua.
Para finalizar, ¿cómo ve el panorama de la literatura afro en Colombia?
Bueno, estamos abriendo espacio. Esto no ha sido el común denominador. Estamos abriendo espacio para que la gente nos lea. A los negros siempre nos tocó leer a los demás, ahora es el momento de que nos lean, de que miren nuestro pensamiento, nuestro sentimiento de lo que escribimos, por qué lo escribimos, para qué lo escribimos. Para que a través de la literatura se conozca nuestra cultura, nuestra identidad, nuestra forma de ser. Estamos haciendo un trabajo muy fuerte para abrir el espacio, porque la literatura nuestra ha estado en la periferia, pero queremos acercarnos un poco más al núcleo de la poesía universal.
Tomado de la Revista Raya
El Maipo