Domingo, Diciembre 21, 2025

El montaje de Arica. Por Álvaro Ramis Olivos

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La frontera norte de Chile ha vuelto a convertirse en un escenario donde se cruzan intereses electorales, ansiedades sociales y gestos diplomáticos improvisados. Pero esta vez, más que una crisis migratoria real, lo que presenciamos es un montaje político, cuidadosamente alimentado y amplificado, cuyo epicentro es Arica.

El episodio que detonó la controversia fue la publicación, por parte del candidato presidencial José Antonio Kast, de una imagen que pretendía retratar lo que ocurre “hoy” en la Línea de la Concordia. La fotografía —oscura, dramática, cuidadosamente seleccionada— mostraba a un grupo de personas caminando de noche con maletas. Era perfecta para reforzar una narrativa de descontrol, abandono y amenaza. El problema es que era falsa. O, para ser precisos, era verdadera… pero de 2019, tomada por Reuters y difundida originalmente por Infobae para ilustrar el tránsito de venezolanos desde Ecuador hacia Perú.

La verificación mediante Google Lens no dejó dudas. La imagen era vieja, ajena al contexto actual y completamente inaplicable al escenario fronterizo entre Chile y Perú. Sin embargo, ya había cumplido su función: más de 150 mil visualizaciones y miles de interacciones, instalando emocionalmente la idea de una crisis que no existe en los términos en que se presenta.

Este es el primer elemento del montaje: la producción simbólica del miedo.

El segundo acto vino desde Perú. La decisión del gobierno interino de decretar estado de emergencia en su frontera sur fue presentada como respuesta a un eventual aumento de migrantes provocado por el ultimátum de Kast, que dio “111 días” para que toda persona en situación irregular abandonara el país si él ganaba la elección. La visita del presidente José Jerí Oré al límite con Chile, cuatro días después, pareció una reacción automática. Pero no sólo obedecía a la política chilena. También respondía a un informe reservado que denunciaba cobros ilegales de funcionarios peruanos —100 dólares por migrante sin papeles—, una práctica que podría desatar escándalos en un gobierno cuya estabilidad ya es precaria.

En otras palabras, no era una crisis migratoria: era una crisis de imagen para Lima, y una oportunidad para mostrarse firme.

Luego vino la tercera escena del montaje: la Inca Kola. Una fotografía de Kast bebiendo el icónico refresco peruano, publicada en Instagram, desató irritación al otro lado de la frontera. No importó que no fuera tomada en territorio peruano. En un contexto de alta sensibilidad, se leyó como un gesto arrogante, casi como una apropiación simbólica del otro país. Una tontería, podría decirse. Pero en política exterior, las tonterías también hacen daño.

Mientras tanto, en Arica, el gobernador regional Diego Paco Mamani comenzó a transmitir desde la frontera alertando sobre una “estampida migratoria” en reversa, una expresión que combina dramatismo y espectacularidad, pero que no corresponde a los datos. Hasta ahora, el flujo no guarda relación con los picos de 2019 o 2022. Sin embargo, un bloqueo temporal de cerca de treinta venezolanos —provocado, según testimonios, por la suspensión momentánea de los cobros ilegales en Perú debido a auditorías internas— fue usado para inflar la sensación de urgencia.

Todo esto fue suficiente para construir el ambiente de alarma. Pero cuando los subsecretarios del Interior y de Seguridad Pública llegaron finalmente a Chacalluta, la versión oficial fue categórica: no hay crisis. Solo acumulación temporal de personas, problemas puntuales y la necesidad de coordinar un flujo ordenado con Perú. Las cifras lo respaldan: los meses recientes muestran una disminución de egresos en comparación con el verano; diciembre, como siempre, tendrá un alza por las fiestas.

¿Entonces qué queda? Queda la evidencia de un patrón peligroso: la instrumentalización de la frontera como plataforma política. La circulación de imágenes falsas. El uso de símbolos nacionales del país vecino para provocar. Las transmisiones alarmistas que confunden más que informan. Y la disposición de algunos actores a amplificar cualquier incidente para sostener un relato electoral.

La frontera es un lugar real, con personas reales, problemas reales. Pero lo que hemos visto estos días no es eso. Es un montaje.

Un montaje que busca instalar miedo, exacerbar tensiones y reconfigurar el debate público en plena campaña. Arica no merece ser utilizada como escenografía. Tampoco lo merecen quienes viven, trabajan o migran por esa franja compleja del continente.

La política chilena ya tiene suficientes desafíos sin convertir la desinformación en herramienta de campaña. Y la migración, por su magnitud humana, exige responsabilidad, no teatralidad. En tiempos donde una foto de 2019 puede detonar turbulencias diplomáticas, el deber es claro: desmontar el espectáculo y recuperar la seriedad.

Para El Maipo, Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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