El mundo ya no gira únicamente en torno a los viejos centros de poder económico. Los países industrializados del G7 siguen siendo influyentes, pero su peso relativo disminuye frente al empuje de nuevas potencias emergentes. En este escenario, el bloque BRICS+ se alza como un actor de primer orden y, para Chile, representa no solo una alternativa, sino una verdadera oportunidad estratégica.
Las cifras del año 2024 son concluyentes. Chile intercambió con los países BRICS+ un total de 78.756 millones de dólares, de los cuales el 62% correspondió a exportaciones y el 38% a importaciones. En comparación, el intercambio con los países del G7 llegó a 51.791 millones, con una estructura similar, pero con una magnitud sensiblemente menor (1).
El saldo también habla por sí solo: con los BRICS+ Chile obtuvo un superávit de más de 18.000 millones de dólares, mientras que con el G7 la cifra apenas suma unos 6.000 millones. El BRICS+, en otras palabras, es el motor del superávit comercial chileno, la fuente principal de divisas netas para nuestra economía.
El peso de China y la consolidación del bloque
El corazón de esta relación está en Asia. China representa el 72,4% del comercio chileno con los BRICS+, con un intercambio bilateral que superó los 58.700 millones de dólares en 2024. Solo este flujo supera al comercio total de Chile con los siete países del G7 juntos. El superávit con China asciende a 18.231 millones de dólares, reflejo de un intercambio donde predominan los minerales de cobre (más de 20.000 millones), cátodos refinados, cerezas frescas y salmón.
Brasil ocupa el segundo lugar, con 12.560 millones de dólares, aunque con un déficit para Chile de casi 2.000 millones debido a las importaciones de petróleo y combustibles. Le sigue India con 3.843 millones, donde la balanza vuelve a ser positiva y con gran protagonismo del cobre. Otros países, como Vietnam y Tailandia, suman volúmenes menores pero significativos, aportando tanto déficits (Vietnam) como superávits (Tailandia, Bolivia, Rusia).
El mosaico es claro: la relación con el BRICS+ no es uniforme, pero en conjunto ofrece a Chile un superávit amplio y sostenido.
Comparación con el G7: dos modelos de relación
Con los países del G7, el intercambio es también positivo, pero de otra naturaleza. El comercio con Estados Unidos, que concentra el 59% del total G7, alcanzó los 31.600 millones de dólares, con un leve superávit de 796 millones. Japón, en cambio, muestra una relación mucho más favorable para Chile, con un superávit de más de 6.400 millones, gracias a exportaciones de cobre y salmón. Alemania, Francia e Italia generan déficits, mientras que Canadá y Reino Unido aportan balances positivos pero modestos.
La comparación a nivel agregado resulta ilustrativa:
- Volumen total: BRICS+ (78.700 millones) vs. G7 (51.800 millones).
- Superávit chileno: BRICS+ (+18.000 millones) vs. G7 (+6.000 millones).
- Productos exportados: al BRICS+ materias primas, al G7 alimentos, vinos, agroindustria y bienes con mayor valor agregado.
- Productos importados: desde el BRICS+ manufacturas, combustibles y vehículos; desde el G7 tecnología, maquinaria, farmacéuticos y bienes de capital.
Es decir, el BRICS+ asegura la escala y el superávit, mientras que el G7 aporta diversificación, innovación y tecnología.
Oportunidad de diversificación y crecimiento
Chile no debe caer en la falsa dicotomía de elegir entre uno u otro bloque. Ambos son fundamentales y se complementan. Pero es indudable que el BRICS+ ofrece hoy un espacio de crecimiento más acelerado.
Primero, porque concentra a mercados en expansión, con China e India como locomotoras demográficas y económicas. Segundo, porque incorpora a socios latinoamericanos (Brasil, Bolivia, Venezuela), asiáticos (Vietnam, Indonesia, Tailandia) y africanos (Sudáfrica, Nigeria, Egipto, Uganda), ampliando el radio de acción para la diplomacia y los negocios chilenos.
La canasta exportadora al BRICS+ está dominada por materias primas, lo que abre un espacio urgente para diversificar. Chile puede aprovechar este vínculo para proyectar no solo minerales, sino también servicios especializados en minería verde, energías limpias, logística, agroindustria y economía digital. La demanda de litio, cobre refinado y productos forestales vinculados a la transición energética global refuerza aún más esta apuesta.
Estrategia política y geoeconómica
Integrarse de manera activa al BRICS+ no significa un viraje ideológico ni un alejamiento del G7. Significa reconocer que el mundo se ha vuelto multipolar, y que los países de menor tamaño relativo, como Chile, deben diversificar sus vínculos para reducir vulnerabilidades.
Chile puede desempeñar un rol singular: ser un puente entre Occidente y las potencias emergentes, aprovechando su reputación de país estable, su tradición multilateral y su apertura comercial. Estar presente en ambos espacios asegura acceso simultáneo a financiamiento, innovación y mercados masivos.
En conclusión, el debate no es G7 versus BRICS+. El debate es cómo Chile aprovecha simultáneamente ambos polos para asegurar un desarrollo más equilibrado, diversificado y sostenible. El BRICS+ es ya nuestro principal socio comercial y el mayor motor del superávit; el G7 es el aliado en innovación y valor agregado.
Renunciar a alguno sería una miopía estratégica. Integrarse con audacia al BRICS+, sin dejar de cultivar los vínculos históricos con el G7, es la fórmula para que Chile se mantenga competitivo y protagonista en la economía global que emerge.
Pero el BRICS+ ¿es más de lo mismo para Chile?
El gran dilema para Chile no es solo cuánto comercia o con quién comercia, sino qué lugar ocupa en las cadenas globales de valor. Hasta ahora, nuestra relación con los países BRICS+ ha reproducido el patrón clásico: exportamos cobre, celulosa o salmones; importamos teléfonos, automóviles o petróleo. Un intercambio funcional, pero que mantiene a Chile atrapado en su histórico rol de proveedor de materias primas.
Sin embargo, aquí está el desafío: ¿y si justamente la profundización del vínculo con el BRICS+ fuera la llave para cambiar este modelo? Estos países no son solo compradores de recursos naturales, también son nuevos polos de inversión, infraestructura, financiamiento y cooperación tecnológica. La experiencia de India en farmacéuticos, de China en energías limpias y economía digital, o de Brasil en biotecnología y agroindustria, ofrece pistas de lo que Chile podría aprovechar si decide ir más allá de vender concentrados de cobre o cerezas frescas.
El BRICS+ abre la posibilidad de negociar de manera distinta: no solo exportar minerales, sino atraer plantas de refinación y manufactura asociadas a la transición energética global; no solo vender litio, sino instalar centros de producción de baterías; no solo despachar salmones, sino articular polos de innovación alimentaria. En suma, transformar el superávit comercial en un trampolín hacia la industrialización y generación de valor agregado.
Claro, nada de esto ocurrirá por inercia. Requiere visión estratégica, un Estado activo y un empresariado dispuesto a apostar por la innovación. Pero la ventana está ahí. En un mundo que se fragmenta en bloques, Chile puede elegir: seguir siendo “la gran cantera del Pacífico Sur” o convertirse en un país capaz de transformar sus recursos en industrias y servicios con sello propio.
Profundizar la relación con el BRICS+ no debería ser visto solo como un movimiento comercial. Podría ser —si hay audacia política y estrategia de largo plazo— el punto de inflexión para dejar atrás el modelo extractivista y abrir camino a un desarrollo que combine integración global con soberanía productiva.
La pregunta es si Chile está dispuesto a jugar en esa liga o seguirá satisfecho con ser el eterno exportador de cobre y frutas.
(1) Todos los datos presentados son elaboración propia a partir de Información analizada, cruzada y verificada en «Fichas País» de la Dirección de Estudios de la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales (SUBREI) del Gobierno de Chile con información de 2024.
*Miguel Jara Gómez, colaborador de El Maipo (elmaipo.cl), es antropólogo social, magister en Educación y Comunicador Social.