Viernes, Septiembre 19, 2025

Territorios que piensan, pueblos que deciden: otra idea de país. Por Rossana Carrasco Meza

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“Una lucha que moviliza todas las capas del pueblo, que expresa las intenciones y las impaciencias del pueblo, que no teme apoyarse exclusivamente en ese pueblo, es necesariamente victoriosa.”[1]
—Frantz Fanon

En tiempos de desencanto institucional, crisis climática y simulacros de participación, las palabras de Frantz Fanon resuenan como un recordatorio incómodo: ninguna transformación profunda puede venir desde arriba. Ninguna justicia verdadera puede construirse entre élites que se hablan entre sí, mientras el pueblo permanece como espectador. En Chile, esa tensión se ha vuelto evidente. Desde el estallido social hasta los intentos —frustrados— de reescribir el pacto constitucional, lo que se ha expresado una y otra vez es una impaciencia acumulada. Un cansancio con los límites del sistema. Una demanda por algo más que reformas graduales: por un cambio estructural que parta desde las bases.

Pero lo que ha seguido no ha sido precisamente la victoria de esa lucha. Tras las grandes marchas, vinieron los cálculos políticos; tras las esperanzas, la restauración. La política institucional respondió con tecnocracia, con retórica del orden, con miedo a la calle. Se cerraron espacios de deliberación real y se impuso una lectura conservadora del malestar social: la lectura de que “el pueblo no sabe”, de que “hay que conducir”, de que “el crecimiento” traerá, eventualmente, bienestar para todos. Se reinstaló el viejo espejismo del crecimiento económico como sustituto del desarrollo, como si más PIB pudiera resolver la precariedad estructural, la crisis ambiental, o el debilitamiento de los lazos sociales.

Hoy, incluso hablar de “pueblo” parece casi un acto subversivo. El concepto ha sido desplazado por eufemismos tecnocráticos —“usuarios”, “segmentos”, “ciudadanía”— que fragmentan y despolitizan. El sujeto colectivo se ha vuelto incómodo para un sistema que prefiere individuos gestionables antes que comunidades deliberantes. Pero sin pueblo no hay democracia sustantiva, ni proyecto común. Recuperar la palabra es también recuperar la posibilidad de actuar juntos.

El problema es que el modelo está agotado. Crecer no es suficiente. Chile necesita desarrollarse de forma justa, equitativa, sostenible. Y eso implica, necesariamente, una redistribución del poder. No solo del dinero o los servicios, sino del poder de decidir, de imaginar, de construir. El desarrollo debe dejar de ser una promesa vertical y pasar a ser un proceso colectivo, democrático, donde todas las capas del pueblo —como decía Fanon— estén involucradas, no como audiencia, sino como protagonistas.

Lo que hace peligrar la democracia no es el pueblo movilizado, sino su exclusión constante. No son los territorios organizados, sino su marginación del diseño de políticas públicas. No es la protesta social, sino la sordera institucional. En Chile, la democracia se ha vuelto una forma sin contenido cuando se limita a reproducir los intereses de una minoría, mientras se criminaliza la disidencia -o peor incluso-se invisibiliza el conflicto.

Lo popular ha sido, históricamente, leído con desconfianza por las élites chilenas. Se asocia a lo desbordado, a lo incontrolable, a lo “irracional”. Pero Fanon nos propone una lectura distinta: una política verdaderamente popular no es la negación de la democracia, sino su posibilidad más profunda. Una política que se apoya “exclusivamente en ese pueblo” es aquella que confía en su capacidad de deliberar, de soñar, de construir con otros y otras un país distinto.

La tarea, entonces, no es volver al orden anterior, ni repetir las fórmulas del crecimiento que nunca llegan a todos. Es reinstalar el desarrollo como una estrategia de equidad, como una apuesta por redistribuir la riqueza, el poder y el sentido. Y para eso, se necesita más que reformas desde arriba: se necesita una lucha que movilice todas las capas del pueblo. Que exprese no solo las carencias, sino las ideas, los proyectos, las formas de vida que ya existen y resisten en los márgenes.

Chile está a tiempo de aprender de su propio pueblo. Pero para eso, la política debe dejar de temerle a la calle y empezar a apoyarse en ella. Solo así, como nos recordó Fanon, esa lucha será verdaderamente victoriosa.

Columna publicada por Le Monde Diplomatique el 25 de julio de 2025.

Por Rossana Carrasco Meza. Cientista Política PUC; Magister en Gestión y Desarrollo Regional y Local de la Universidad de Chile.

Nota: EL contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial de El Maipo

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