La segunda renovación socialista caerá en una trampa si incorpora el “principio del mérito” en su programa.
Mauro Basaure se esfuerza en convencer que el mérito individual puede favorecer el bienestar social, y que además debiera incorporarse a una segunda renovación socialista. Difícil tarea, ya que la meritocracia está íntimamente asociada al neoliberalismo, y su propósito es valorar el ascenso individual en el mundo del trabajo y en la vida cotidiana, alejado de los lazos sociales.
En mi réplica en El Desconcierto (10-11-2024 y del 23-11-2024), he insistido en que Basaure debe demostrar, dar ejemplos, para probar que el “principio del mérito” puede servir al bienestar social. Pero no lo hace. Y, ahora, en El Mostrador (04-12-2024) insiste en lo mismo y sigue sin responder, con un reiterado despliegue teórico, sin aterrizaje práctico. Su buena voluntad es destacable, pero sin pruebas su propósito solo es un buen deseo.
En realidad, el único ejemplo de Basaure para ilustrar su tesis es su cuestionamiento al Presidente Boric, al sostener que no cumpliría con “mérito político”, por una “supuesta “falta de experiencia y preparación mínima”, lo que además habría conducido al “estancamiento del país” (La Segunda, 26-11-2024). Pero sus pruebas contra Boric son insuficientes para demostrar la existencia de demérito político, lo que creo haber respondido ampliamente en El Desconcierto (30-11-2024).
Los esfuerzos en favor de una segunda renovación socialista son positivos, siempre que superen el fracaso que significó la primera. En esta se renunció a la identidad de izquierda, al asociar democracia con libre mercado (democracia mercantilizada), lo que significó la pérdida del perfil socialista durante la Concertación y condujo a la adhesión a políticas neoliberales y a una identificación con la Tercera Vía de Tony Blair.
Creo que incorporar la competencia meritocrática a la segunda renovación no le hace ningún favor, si desea separarse del neoliberalismo.
En primer lugar, porque instalar la meritocracia como idea progresista, de apoyo al bien común, olvida que las desigualdades nacen en la base material de la sociedad, en la economía y, aunque no le guste a Basaure, en las relaciones de producción.
El predominio aplastante del capital sobre el trabajo es el que ha permitido en Chile que el empresariado se haya apropiado del 50% de la riqueza nacional y de la tercera parte de los ingresos generados.
Es lo que ha debilitado el sindicalismo, exacerbado las desigualdades en la educación, salud y previsión social; y, lo que ha permitido al empresariado controlar los medios de comunicación y también subordinar a la clase política a sus intereses.
Esta es una constatación empírica, alejada de cualquier marco tradicional de pensamiento, del que me acusa Basaure.
Consecuentemente, sin la modificación del modelo económico, la meritocracia solo reproduce las desigualdades y convierte en inútil el esfuerzo por transformar el mérito en un principio democrático.
En segundo lugar, Basaure quiere reinterpretar el mérito en clave socialista: “Rescatar el principio del mérito como forma de reconocimiento social y base para ciertas desigualdades justificables”. Pero no nos dice qué significa eso en concreto, en que favorecería el bienestar social, ni cómo se reducirían las desigualdades y cuáles serían las justificables. La expresión práctica de su discurso es oscura.
Yo no soy guardián de ningún templo, ni tampoco creo que lo sea Cerpa. Solo pido una explicación clara de cómo la meritocracia, eje del neoliberalismo, puede convertirse en un aporte al bienestar social y reducir las desigualdades.
Porque, no se puede promover el mérito como forma de reconocimiento social, cuando existen inmensas brechas sociales de origen. Además, como dice Sandel, concentrarse en el ascenso meritocrático no ayuda a cultivar los lazos sociales y vínculos cívicos que requiere la democracia.
En el paradigma neoliberal lo central es el individuo, nunca lo colectivo, ni la sociedad. En consecuencia, si no otorgamos prioridad en erradicar los fundamentos económicos del capitalismo vigente, la competencia meritocrática seguirá entregando reconocimiento social a los individuos que tienen credenciales universitarias, y se valoran como ganadores en la sociedad.
Y los perdedores serán los de siempre: en Chile, los trabajadores de la construcción y de la basura, los informales, los pobladores de Puente Alto y de La Pincoya, cuyo aporte a la sociedad es indiscutible, pero se les desconoce, no los valoriza el mercado, ni tampoco tienen reconocimiento social.
No existe entonces en el capitalismo vigente un reconocimiento meritocrático al trabajo sin credenciales, ni tampoco se reconoce su contribución a la reproducción social.
Por ello, en vez de incorporar la competencia meritocrática a una propuesta de izquierda, el esfuerzo político debiera apuntar más bien a la modificación del modelo económico, al término del Estado mínimo, al equilibrio en las relaciones capital-trabajo, a la valoración de todo tipo de trabajo y poner acento en la igualdad de oportunidades.
He leído atentamente a Michael J. Sandel, en La Tiranía del Mérito, y comparto su idea que nos hacemos plenamente humanos cuando contribuimos al bien común y nos ganamos la estima de nuestros ciudadanos. Eso es la justicia contributiva, que Basaure intenta utilizar como argumento en su favor, sin razón alguna, porque ese tipo de justicia no se hace presente cuando la meritocracia impone su tiranía y, por tanto, convierte en imposible el mérito como servicio del bien común. Lo dice el filósofo de la Universidad de Harvard y yo lo reitero.
Por tanto, es tarea sin destino repensar el mérito para orientarlo al bienestar colectivo. Y no hay más alternativa que reducir las desigualdades de origen, mediante cambios económicos y políticas públicas transformadoras. Solo así la vida será mejor y más segura para los trabajadores, independientemente de logros y títulos académicos. En ningún caso, a través de la promesa meritocrática de ascenso social (entrevista a M. Sandel, BBC, 03-02-2021).
En suma, reivindicar la meritocracia elude enfrentar las desigualdades de origen y, en cambio, fortalece el discurso ideológico de las elites, reproduciendo la arrogancia de los ganadores y generando resentimiento en los que han quedado atrás. La segunda renovación socialista caerá en una trampa si incorpora el “principio del mérito” en su programa.
Columna publicada en El Mostrador el 6 de diciembre de 2024
Por Roberto Pizarro Hoffer, Economista, ex decano de la Facultad de Economía Política de la U. de Chile, ex Ministro de Desarrollo y la Familia, colaborador permanente de elmaipo.cl
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.