Resulta entonces en extremo preocupante que los sectores populares estén aceptando el discurso de la derecha autoritaria. Se ha convertido en la salida desesperada, ante la incapacidad de la social democracia en los centros y el progresismo en la periferia, de entregar respuestas frente a las desigualdades y la injusticia social.
Vivimos tiempos difíciles. Una extrema derecha, con rasgos populistas y fascistas, crece aceleradamente en Europa, en los Estados Unidos y también en América Latina. Los trabajadores y sectores medios se sienten traicionados por las elites tradicionales -liberales, socialdemócratas y progresistas- las que han renunciado al Estado de bienestar, doblegándose ante el neoliberalismo.
La hegemonía del capital financiero, junto a una globalización excluyente, han multiplicado la riqueza del 1% de los más ricos en los centros y la periferia del mundo, generando desigualdades inéditas, que un Estado en repliegue no ha sido capaz de compensar. Y sus efectos políticos son preocupantes en la mantención de la democracia liberal.
Martin Wolf, destacado liberal demócrata y economista del Financial Times, se manifiesta preocupado por la creciente emergencia de la extrema derecha autoritaria y su impacto en la democracia. “A medida que la riqueza y el poder económico se concentran cada vez más es inevitable que la democracia liberal se vea amenazada” (M. Wolf, en La crisis del capitalismo democrático, Ed. Deusto, 2023).
La exportación de industrias a China y a otros países asiáticos ha debilitado la estructura productiva en los centros capitalistas y, paralelamente, ha intensificado la explotación de los recursos naturales (primarización) de las economías en la periferia, con un manifiesto repliegue industrial. Ello ha transformado las estructuras sociales radicalmente, restando poder a los trabajadores.
Así las cosas, los trabajadores y sectores medios (acosados por el sector financiero) han comenzado a aceptar el discurso de la extrema derecha, que responsabiliza a los extranjeros migrantes, a los organismos internacionales, a los movimientos medioambientalistas e incluso al emergente poder feminista y a la diversidad sexual por la crisis que viven nuestros países.
Las ideas de la extrema derecha están calando hondo y pareciera que una nueva hegemonía cultural crece desde las entrañas de la crisis del capitalismo neoliberal y la globalización. Han sido las derechas tradicionales y también la socialdemocracia, que se subordinó al neoliberalismo, las que han abierto camino a las derechas extremas.
No podemos olvidar que Margaret Thatcher en Inglaterra señaló que “su mejor triunfo político fue la emergencia de Tony Blair y la Tercera Vía”. Esa afirmación simboliza en Europa la subordinación de la socialdemocracia al capitalismo de libre mercado desregulado y a la globalización excluyente. Esta misma subordinación se presentó en la periferia (Consenso de Washington), que tuvo en la Concertación chilena su máxima expresión.
El discurso del crecimiento sin dirección, los equilibrios macroeconómicos y la focalización social, propios del modelo neoliberal, no han sido suficientes para dar satisfacción a las demandas de las mayorías y sobre todo reducir las desigualdades. Por el contrario, la concentración de la riqueza se ha multiplicado varias veces en los centros y en la periferia. Así las cosas, el descontento ha crecido inexorablemente.
La derecha tradicional, en su incapacidad para responder a las demandas ciudadanas, arrastró en su fracaso a la socialdemocracia en Europa, a los demócratas en los Estados Unidos y también a los progresismos en América latina. Incluso los intentos progresistas, aparentemente más radicales, de la década del 2000 (socialismo del siglo 21, especialmente) no fueron capaces de hacer las transformaciones al modelo neoliberal. Sobre todo, llama la atención que persistieran en el extractivismo, con la exportación indiscriminada de recursos naturales para la industrialización y modernización de China.
Por su parte, la izquierda, cuestionadora del neoliberalismo, se encuentra muy debilitada, sin la fuerza suficiente para articularse al movimiento social y ofrecer un proyecto viable de transformación del régimen neoliberal, que represente fielmente los intereses populares.
En este cuadro, el avance de la ultraderecha en Europa se muestra inexorable y sus ideas se están convirtiendo en hegemonía cultural. Varios países son gobernados por partidos de ultraderecha o tienen coaliciones de gobierno que incluyen a estos partidos:
Los Hermanos de Italia, y su aliado La Liga Norte; la Unión Cívica Húngara (Fidesz), de Viktor Orbán; el partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia; los Finlandeses Puros y los Demócratas de Suecia; el ultraderechista Amanecer Dorado en Grecia; la Agrupación nacional en Francia de Marien le Pen; y la Alternativa para Alemania (AfD); sin olvidar a Vox que ha sido vociferante en España y aliado del Partido Popular.
Sin duda, la crisis financiera del 2008 fue un momento determinante en el repliegue del Estado de bienestar. El despliegue de políticas de austeridad, junto a un creciente nivel de desempleo han golpeado fuertemente a los trabajadores y a las clases medias, sin que los partidos políticos tradicionales ofrecieran respuestas oportunas y plausibles.
La llegada masiva de refugiados e inmigrantes a Europa a partir de 2015 ha sido descrita como amenazante no solamente para el bienestar económico, sino además para la identidad cultural y seguridad de los ciudadanos europeos. Es decir, la multiculturalidad fue caracterizada como foránea y “antinacional”, directamente contrapuesta al concepto de soberanía.
Con un desempleo creciente y la masiva ola de refugiados, generada por las guerras en Siria e Irak, la ciudadanía resulta atraída por el populismo de extrema derecha, mientras la clase obrera europea se desdibuja y sus sindicatos (cada vez más frágiles), pierden convocatoria, peso específico, y poder de negociación. El Estado de Bienestar se deteriora gradualmente, y las conquistas sociales y políticas van siendo desactivadas, paso a paso.
Así las cosas, y con una izquierda marginalizada, la extrema derecha europea se presenta entonces como alternativa para enfrentar la desprotección. La extrema derecha, aunque defensora del capitalismo, se presenta aliada a la ciudadanía, contra las clases dirigentes tradicionales, mostrándose ajena a los que históricamente han mandado. Y, el pueblo, en su desesperación, les cree.
El discurso agrega que la burocracia europea comunitaria los está afectando y que es preciso recuperar la identidad nacional, y las tradiciones. Se rechaza la diversidad cultural y todo lo extranjero, convirtiendo a los musulmanes en uno de los enemigos principales.
Estados Unidos no se queda atrás en la creciente presencia de las ideas de extrema derecha. Donald Trump lidera muchas de esas ideas y se encuentra en plena sintonía con los partidos de extrema derecha europea, en cuanto a su populismo y xenofobia.
El liderazgo agresivo de Trump rechaza la globalización, con la obsesión de la nación renacida, se desentiende de los acuerdos internacionales, impulsa un exacerbado odio a los extranjeros pobres y un renovado culto a las armas. En su intervención, en septiembre del 2018, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, denunció las “amenazas a la soberanía” derivadas del multilateralismo y rechazó la “legitimidad y autoridad” de la Corte Penal Internacional de La Haya. Señaló “Rechazamos la ideología de lo global y abrazamos la doctrina del patriotismo”.
Sin duda, el ultranacionalismo de Trump y de la extrema derecha europea se contradice con la tendencia globalizadora del capital y de la derecha tradicional, la que aspira a maximizar ganancias a escala planetaria. Y, ello también genera tensiones al interior de las clases dominantes y entre países.
América Latina sorprende también en el despliegue de ideas conservadoras, combinadas con un accionar autoritario. Ello ha sido evidente con la emergencia de Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina e incluso Bukele en El Salvador.
El presidente Milei, en Argentina, habla explícitamente que su proyecto es una “guerra cultural” contra la izquierda con un inédito extremismo neoliberal en asuntos económicos. Ha declarado al comunismo (inexistente) y al Estado como sus principales enemigos y defiende, con agresividad, las virtudes de un libre mercado radical.
Resulta entonces en extremo preocupante que los sectores populares estén aceptando el discurso de la derecha autoritaria. Se ha convertido en la salida desesperada, ante la incapacidad de la social democracia en los centros y el progresismo en la periferia, de entregar respuestas frente a las desigualdades y la injusticia social.
Lo dice bien García Linera, cuando señala que los sectores populares no pueden soportar más la incertidumbre de un porvenir que no aparece y, por ello, tienen que agarrarse de algo que les devuelva un mínimo de creencia en mejores días (Álvaro García Linera, Seis hipótesis sobre el crecimiento de las derechas autoritarias, Jacobin, 22-10-2023).
Por Luis Herrera y Roberto Pizarro Hofer Colaborador de El Maipo
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