La nueva realidad mundial exige cambios sustantivos y no sólo en la política de relaciones económicas internacionales, sino en la estrategia económica que ha tenido nuestro país en los últimos 50 años. La Cancillería, con sus equipos políticos y económicos, no puede eludir esta tarea.
La globalización está terminando, sus inventores han optado por el proteccionismo. La presión de Estados Unidos para que todos los países desmantelaran barreras comerciales y financieras, mediante los tratados de libre comercio, ha llegado a su fin.
La política económica interna del “sálvese quien pueda”, apoyada con una apertura externa indiscriminada destruyó la industria chilena. Es lo que ha generado empleo precario, desigualdades extremas, depredación del medio ambiente y el agotamiento de nuestros recursos naturales. La política exterior ha sido funcional a un tipo de crecimiento que fue flor de un día y ahora se encuentra frenado.
Hoy es la oportunidad para el cambio. Hay que enfrentar el proteccionismo que impone Trump con una nueva estrategia de relaciones económicas internacionales.
El discurso del “retorno a casa”, ha sido bandera programática del presidente Trump para apuntar a su propuesta de reindustrialización de Estados Unidos, quien renuncia a las políticas globalizadoras que desindustrializaron la economía norteamericana.
Inteligentemente acogió el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China, México y otros países de bajos salarios. Curiosamente, el nuevo presidente, aunque rico y famoso, fue percibido por sus votantes como un hombre fuera de la elite tradicional, factor determinante en sus dos triunfos.
La demagogia ha tenido éxito; pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que ello es producto de el fracaso de las políticas neoliberales de los demócratas, que significó el abandono de la clase trabajadora y el privilegio de los negocios de Wall Street.
Trump ha señalado en su reciente campaña electoral que elevará los aranceles a China al 60% y al resto del mundo entre 20% y 30%. Estas propuestas perseveran en la misma línea proteccionista que inició en su primer gobierno, al redefinir el NAFTA y elevar aranceles contra China, México, Canadá y Europa.
Trump inició el camino proteccionista, pero el presidente Biden continuó en esa misma línea. En efecto, el pasado 4 de febrero del 2023, en su discurso a la Unión, el presidente Biden, en coincidencia con Trump es categórico al señalar:
“Compraremos productos estadounidenses para asegurarnos que todo, desde la cubierta de un portaaviones hasta el acero en las barandillas de las autopistas se fabriquen en los Estados Unidos”. Y agregó que renacerá el orgullo norteamericano con el sello “fabricado en Estados Unidos”, en “lugar de confiar en las cadenas de suministro extranjeras”.
El proteccionismo es hoy una política de Estado, con una dimensión geopolítica, ya que el gobierno norteamericano vive con temor ante la competencia económica China. Y, en respuesta a Estados Unidos, también Europa y China han ingresado en el camino del proteccionismo.
Así las cosas, ha llegado el momento para una reformulación de la política de relaciones económicas internacionales de Chile. Es la oportunidad para que políticos, economistas y empresarios entiendan de una vez la urgente necesidad de recuperar la industria nacional.
Es cierto que un país pequeño como Chile no puede renunciar al espacio internacional para reproducirse económicamente. Pero ello debe hacerse con una apertura inteligente al mundo, no de forma indiscriminada y sobre todo teniendo muy presente el cuidado de los sectores manufactureros y de servicios, que son los principales generadores de fuerza de trabajo.
En esa línea, esbozo algunas ideas, muy preliminares:
En primer lugar, corresponde destacar que el nuevo proteccionismo (no solo de Trump, sino también de Europa y China), junto al inmovilismo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) exigen estar atentos y revisar los actuales TLC (como se dijo en el programa de Boric, lo que no se ha cumplido), para garantizar un efectivo equilibrio en el acceso que los bienes, servicios e inversiones. Ya no hay defensas multilaterales y deberemos sostenernos en nuestras propias fuerzas y quizás junto a algunos amigos de la región.
Pero, al mismo tiempo, este momento es una oportunidad para instalar en nuestra política exterior (y en las indispensables renegociaciones) la necesaria protección frente a la competencia internacional de ciertos sectores en la industria y servicios (que habrá que identificar).
Segundo. Si Trump nos impone directamente nuevos aranceles para proteger su economía, nosotros tenemos el derecho a responder, cuando sea necesario, y en la misma medida de la agresión comercial.
Tercero. Las relaciones con China deberían ir más allá del comercio, ampliándose al ámbito industrial y de infraestructura (como inteligentemente lo hizo Perú con el megapuerto de Chancay).
Pero, al mismo tiempo, debemos exigir transferencia de tecnologías, aplicando las mismas exigencias que impuso el gobierno chino a las transnacionales que durante 40 años se instalaron en su territorio. Es lo que generó las bases para el desarrollo de la ciencia y tecnología en China y que le ha permitido hoy día estar en la vanguardia mundial.
Cuarto. Es preciso Incorporarse a los BRICS, no sólo por ser un extenso mercado para el comercio, sino por la presencia allí de países como India y China, que se encuentran en la punta tecnológica, junto al peso de Rusia, Sudáfrica y Brasil.
Los BRICS pueden ser un apoyo fundamental para nuestra transformación productiva, con inversiones en manufacturas, infraestructura y cooperación en ciencia, tecnología y educación. Debemos ser pragmáticos y no aceptar las presiones estadounidenses que hacen vacilar a nuestra Cancillería.
Quinto. La Unión Europea, y sobre todo los países Escandinavos, son referentes ineludibles. No sólo comerciales e inversionistas, sino deben ser estrechos aliados para potenciar desarrollos científicos, tecnológicos y en educación. Lo mismo con Nueva Zelanda y Australia, los que representan un significativo aporte en desarrollos agropecuarios y en tecnologías ligadas a ese sector, y lo que los convierte en buenos socios para construir una agricultura moderna en nuestro país.
Sexto. Por cierto, nuestro país se encuentra ligado a América Latina. Chile debe tener una política exterior de acercamiento y cooperación con esta parte del mundo con la cual comparte intereses y problemas, aún en medio de las dificultades que presenta la institucionalidad y situación política regional. Es cierto que el asunto es complejo. Las relaciones con los países de la región y, en particular, con nuestros vecinos, no son fáciles, pero son inevitables.
Sin duda, Estados Unidos, como nuestro segundo socio comercial, requiere una preocupación especial. Pero, nuevamente, y sobre todo frente al unilateralismo y proteccionismo de Trump, deberemos saber equilibrarnos entre este país y las otras regiones y países relevantes del escenario internación.
a nueva realidad mundial exige cambios sustantivos y no sólo en la política de relaciones económicas internacionales, sino en la estrategia económica que ha tenido nuestro país en los últimos 50 años. La Cancillería, con sus equipos políticos y económicos, no puede eludir esta tarea.
Columna publicada por El Desconcierto el 18 de noviembre de 2024
Por Roberto Pizarro Hoffer, Economista, ex decano de la Facultad de Economía Política de la U. de Chile, ex Ministro de Desarrollo y la Familia, colaborador permanente de elmaipo.cl
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.