Así como la izquierda debe separarse nítidamente de los gobiernos dictatoriales, autodenominados socialistas, también debe rechazar con firmeza las ideas y políticas neoliberales que promueven injusticias y desigualdades, las que además generan graves tensiones sociales en nuestros países.
Maduro continúa generando profundas controversias políticas en Chile y en el resto del mundo. La derecha internacional, que ya venía fortaleciéndose en buena medida gracias a las impresentables dictaduras autodenominadas “de izquierda” en Nicaragua y Venezuela, le saca ahora provecho adicional al reciente fraude electoral en Caracas.
Por su parte, algunos “izquierdistas” en Chile y otros países, se aferran a un discurso anti-imperialista burdamente binario, que les permite ignorar olímpicamente una realidad política que les resulta incomprensible. Simplemente, se niegan a aceptar toda crítica (independientemente de su origen ideológico), y están aún menos dispuestos a intentar el camino de la autocrítica. Prefieren “disparar al mensajero”, en lugar de refutar argumentos.
Afortunadamente, una creciente mayoría entiende que el verdadero socialismo tiene a la democracia y los derechos humanos como componentes ineludibles de una transformación que apunte a terminar con las injusticias y desigualdades del capitalismo neoliberal.
En este sentido, el cuestionamiento del presidente Boric a las dictaduras de Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua ha sido certero. Además de criticar específicamente las rupturas democráticas y los atentados a los derechos humanos de ambas dictaduras, ha dejado en claro que las propuestas de supuestos cambios, fundadas en cúpulas excluyentes que se perpetúan en el poder, sólo conducen a tragedias humanitarias y sufrimiento de los pueblos.
No en vano escribió Rosa Luxemburgo, en su libro sobre la Revolución Rusa, que la defensa de la libertad debe ser parte de toda propuesta transformadora:
“La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.
En esta misma dirección, el presidente Allende sostenía que en la construcción de la nueva sociedad socialista debían imperar el pluralismo, las libertades individuales y las elecciones. Y ese pensamiento profundamente democrático fue un componente sustantivo de sus políticas de gobierno.
La defensa de la democracia que promueve Boric ha sido clarificadora y un gran aporte político; pero requiere algo más, que no alcanza a aflorar de manera explícita en sus discursos y que debe ser parte integral e indivisible de un proyecto serio de izquierda: enunciar y mantener viva una lucha frontal contra el neoliberalismo.
En efecto, así como la izquierda debe separarse nítidamente de los gobiernos dictatoriales, autodenominados socialistas, también debe rechazar con firmeza las ideas y políticas neoliberales que promueven injusticias y desigualdades, las que además generan graves tensiones sociales en nuestros países.
Lamentablemente, en tiempos recientes, muchas de las ideas neoliberales han sido asumidas gradualmente por la socialdemocracia europea, arrastrando a menudo también a los denominados progresismos en América latina.
Debe reconocerse que incluso los gobiernos progresistas que emergieron en la década del 2000, que se insinuaron radicales en su lucha contra el neoliberalismo (como el denominado Socialismo del Siglo 21), fueron incapaces de hacer las transformaciones prometidas. En ese sentido, llama la atención, por ejemplo, que persistieran en el extractivismo, con la exportación indiscriminada de recursos naturales, junto a políticas sociales meramente asistenciales y prebendarias.
Así las cosas, los trabajadores y sectores medios se sienten traicionados por las elites tradicionales, ya sean liberales, socialdemócratas o progresistas, por su renuncia al Estado de Bienestar, a políticas sociales universales y a la industrialización.
La subordinación al neoliberalismo ha abierto así nuevos caminos a las derechas extremas, que se presentan como una salida populista ante la incapacidad de la social democracia en los centros y el progresismo en la periferia de entregar respuestas frente a las crecientes desigualdades e injusticias sociales.
En consecuencia, resulta evidente que tanto el accionar antidemocrático de las dictaduras autodenominadas “socialistas”, como la subordinación al neoliberalismo de la socialdemocracia y el progresismo, han sido perfectamente instrumentales en abrir camino a las derechas reaccionarias, con consecuencias nefastas para los sectores populares en lo económico, político y cultural.
Si la izquierda quiere recuperar credibilidad, estatura moral y reconocimiento ante los sectores populares, capas medias e intelectuales, deberá presentar una propuesta política clara, construida sobre transformaciones radicales al sistema capitalista neoliberal y, al mismo tiempo, con profundización y blindaje de la democracia.
Hay que tener muy en cuenta: ni las dictaduras autodenominadas socialistas ni el neoliberalismo han sido capaces de dar respuestas a las demandas económicas y sociales más sentidas de nuestros pueblos. Y, a final de cuentas, la extrema derecha ha ganado posiciones.
Por Luis Herrera y Roberto Pizarro Hofer Colaborador de El Maipo
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.