La predictibilidad de las encuestas y estudios demoscópicos electorales es cada vez más limitada. Este es un fenómeno mundial, que tiene relación con la alta volatilidad de la opinión pública, cada vez más polarizada e influenciable por factores impredecibles.
Los territorios que antes votaban de manera consistente y sólida por un determinado sector durante décadas hoy son volubles a liderazgos de outsiders. Influyen las actividades de desinformación por redes sociales y las tecnologías de inteligencia artificial, cuyo impacto es muy difícil de cuantificar y prever. Y sucesos inesperados, como la guerra en Ucrania o en Gaza, tensionan inevitablemente procesos electorales cruciales en Alemania o Estados Unidos.
América Latina está pasando de los hiperliderzgos, a lo Chávez, Bukele o López Obrador, a lo que se ha llamado la ádeiocracia, el vacío de liderazgos en sociedades desconfiadas, que no están dispuestas a creer en nada ni en nadie. Estamos en un momento de neopopulismos en decadencia.
En nuestro país la “caja negra” de la voluntad popular es cada vez más difícil de escudriñar por razones específicas de nuestro sistema electoral. La implementación del voto obligatorio en 2022 ha supuesto un terremoto para los expertos electorales de los partidos, ya que incorporó a más de tres millones de nuevos electores.
El perfil de este enorme grupo todavía se resiste a ser catalogado en los parámetros de la política que cruza el espectro izquierda – derecha, y el eje cultural que pasa por la geografía, la ocupación, el nivel de renta y el género.
Hay pistas y tendencias: es una población particularmente desafectada de lo político, desconfiada de las instituciones y reacia a las soluciones que demandan la acción colectiva. Pero esta descripción es más sociológica que electoral. No está clara la forma como este verdadero “país desconocido” se va a decantar en las elecciones municipales y de gobernadores del 27 de octubre de este año y menos en las presidenciales y parlamentarias de diciembre de 2025.
La encuesta Data Influye de mayo de 2024, muestra que la carrera presidencial se mantiene altamente indeterminada. Es lo que se denomina una elección abierta. Ante la pregunta por su opción presidencial un 65% afirma que “Aún espero que surja alguien nuevo”, “Aún estoy indeciso” o “No lo sé”, mientras el 35% dice que “Sí, ya tengo mi candidato/a decidido” o “Sí, estoy casi convencido”.
Además, quienes no tienen un candidato decidido aumentaron en 2% respecto a la encuesta anterior, y quienes poseen una opción o candidato disminuyeron en el mismo margen. Este dato es contraintuitivo, ya que lo que se espera es que mientras más se avanza en el tiempo el margen de indefinición debería disminuir.
Al parecer, el liderazgo de José Antonio Kast ha entrado en una fase de desgaste ante su propia audiencia. El surgimiento de competidores cercanos, como Johannes Kaiser e Iván Poduje, muestra ese declive. En el campo oficialista se han levantado varios nombres, pero no se consolidan. Se habla de las ministras Carolina Tohá, Camila Vallejo y Jeannette Jara.
Pero la agenda de cada uno de estos ministerios está en pleno desarrollo, y sus posibilidades electorales dependerá de su desenlace de aquí al próximo año. Si los datos de sus carteras mejoran, las reformas pendientes se concretan y las cifras de referencia se afirman, podrían tener posibilidades. Si no es así, su techo se mantendrá estático.
Un análisis especial merece la expresidenta Michelle Bachelet, que se ha esmerado en dar todas las señales posibles de no aspirar a un tercer mandato, pero a pesar de todo sigue marcando en las encuestas. Seguramente es un efecto residual de la ausencia de otros referentes.
En Chile Vamos el liderazgo de Evelyn Matthei está claramente consolidado, pero no se aprecian en ella los atributos que le permitan crecer más allá de su campo de referencia.
Un liderazgo presidencial no solo debería convencer a su cantera de votos directos, sino seducir a un electorado más transversal y eso no ha ocurrido hasta ahora. Matthei podría quedar atrapada en un nicho similar al de Sebastián Sichel si no incorpora algún elemento innovador a su propuesta.
En el estudio Data Influye también se formuló la siguiente pregunta ¿Con qué palabra o concepto asocia usted al futuro político de Chile? Las respuestas destacaron dos afirmaciones: incertidumbre e incierto. Estas palabras no son necesariamente negativas. La mayor parte de la población no está previendo un escenario catastrófico, pero tampoco un futuro motivante y feliz. El día de mañana se presenta como una gran interrogante, donde la falta de certeza puede dificultar la toma de decisiones reflexivas, ya que el cerebro humano busca minimizar los riesgos y maximizar las recompensas.
Es necesario prevenir las decisiones impulsivas e irracionales que suelen impulsar los liderazgos populistas e irresponsables, como los que han abundado en América Latina en los últimos años. Para evitar que la incertidumbre se vuelva abrumadora, los partidos y las dirigencias políticas deben actuar con agilidad.
La buena noticia es que las encuestas también muestran que el 65% de personas que no se identifica con un claro liderazgo presidencial, valora mucho la experiencia de gobierno. En Chile no están dadas las condiciones para un experimento o una aventura política. Un outsider, a la peruana o a la argentina, hoy no tendría opciones. Por más que se valore la independencia de los líderes y se desconfíe de los partidos, también pesa la necesidad de tener claridad con gente que tenga probada capacidad de gestión.
Si bien la incertidumbre es inevitable en la política, existen estrategias para administrarla de manera efectiva. Es probable que la sociedad levante espontáneamente algunas respuestas a este escenario de falta de liderazgos. Porque el poder nunca se vacía, siempre llama ser llenado cuando alguien lo abandona.
Columna publicada por The Clinic el 2 de junio de 2024.
Para El Maipo: Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), colaborador de El Maipo.
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