“Cobarde el periodista que hoy guarda silencio, mientras Israel celebra haber asesinado a uno de los periodistas más valientes del mundo”. Abraham Mendieta, Analista Político @MilenioTV
En memoria de Anas al-Sharif y por cada periodista asesinado en Gaza, que sabían que su mirada era la única luz en la oscuridad.
En Gaza, informar es resistir. Este domingo 10 de agosto, un proyectil israelí impactó la carpa de prensa junto al hospital Al-Shifa, matando a Anas al-Sharif y a tres de sus colegas de Al Jazeera. No fue un accidente. No fue un error. Fue un acto quirúrgico para cegar al mundo. Porque en medio de un genocidio que ha dejado decenas de miles de muertos, cada periodista es un testigo incómodo, un archivo vivo, un grito que atraviesa la censura.
Anas no era combatiente; su única “arma” era una cámara. En sus transmisiones se veían las ruinas, los cuerpos de niños envueltos en sudarios, las madres escarbando con las manos entre los escombros. Lo mataron como antes mataron a Shireen Abu Akleh, a Yaser Murtaja y a más de doscientos cincuenta comunicadores desde octubre de 2023. Todos ellos, en teoría, protegidos por los Convenios de Ginebra y el Estatuto de Roma, los mismos textos que Israel y el gobierno de Benjamin Netanyahu han convertido en papel mojado.
Los tratados internacionales no son poesía: son compromisos para impedir que el hambre, el asedio y la violencia se normalicen. Sin embargo, en Gaza la hambruna se ha usado como arma de guerra, el bloqueo ha asfixiado hospitales y escuelas, y el periodismo local —única ventana real al conflicto, dado que Israel impide el ingreso de prensa extranjera sin su control— ha sido blanco sistemático de ataques.
La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos es tajante: “los periodistas tienen derecho a la protección como civiles bajo el derecho internacional humanitario. Los ataques dirigidos contra ellos son crímenes de guerra.”
En este contexto, la verdad se convierte en un recurso tan escaso como el agua potable. Matar periodistas es más eficaz que censurar medios: sin testigos no hay imágenes del hambre que corroe a Gaza, no hay pruebas de los bombardeos sobre hospitales, no hay registro de las ejecuciones sumarias ni del desplazamiento forzado de miles de personas.
Pero la responsabilidad no se agota en Netanyahu ni en las Fuerzas de Defensa de Israel. Hay cómplices. Lo son los líderes que no solo reciben a Netanyahu con honores en sus países —como Donald Trump en Estados Unidos—, sino que además viajan a su propia colonia para fotografiarse con él, como hizo Javier Milei, quien incluso le extendió una invitación oficial para visitar Argentina. Lo son quienes convierten al principal responsable político de este genocidio en un invitado distinguido, enviando un mensaje de validación y respaldo.
También lo son los medios hegemónicos que, conociendo la magnitud de los crímenes, han optado por relativizarlos, diluirlos o encuadrarlos en narrativas de “conflicto” que equiparan a víctima y victimario. Han elegido ignorar la información real producida por los valientes reporteros en Gaza —fotógrafos, camarógrafos, cronistas— que documentan cada crimen a riesgo de sus vidas. Cuando el periodismo de primera línea se desprecia o se manipula, el silencio deja de ser pasivo: se vuelve activo y funcional a la impunidad.
Cada cámara destruida es una línea arrancada del acta de la historia. Cada voz silenciada es una prueba menos para un tribunal que algún día podría juzgar estos crímenes. Y cada vez que la comunidad internacional calla, envía un mensaje claro a Netanyahu: la impunidad está garantizada.
El periodismo en Gaza no es un oficio: es una forma de resistencia civil frente al exterminio. Wael al-Dahdouh volvió a trabajar horas después de enterrar a su esposa e hijos. Bisan Owda relata su día a día bajo bombas y drones, mientras el hambre se instala como otra forma de muerte. Basem Alhabel, sordo, informa en lengua de señas desde las ruinas para que nadie pueda decir “no lo sabía”.
La pregunta, entonces, es brutal: ¿de qué sirve que estos hombres y mujeres se jueguen la vida si el mundo no está dispuesto a escuchar? ¿Para qué arriesgar la cámara, la libreta y el cuerpo entero, si la verdad se diluye en la rutina noticiosa, entre titulares que reparten culpas como si fueran equivalentes, ocultando que Gaza vive bajo un genocidio documentado en tiempo real?
Silenciar al periodista no solo mata a una persona. Mata la verdad. Mata la posibilidad de justicia. Mata la memoria que podría impedir que esto se repita.
Que el mundo lo entienda de una vez: matar a un periodista en Gaza no es un daño colateral, es un acto deliberado para borrar la verdad y perpetuar el genocidio. Quien recibe a Netanyahu con honores, quien lo visita en su colonia, quien maquilla sus crímenes en los titulares, no es neutral: es cómplice. Y en el juicio de la historia, no habrá espacio para la excusa ni para el olvido.
“Si estas palabras llegan a ustedes, sabrán que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz”.
“No dejen que las cadenas los silencien, ni que las fronteras los contengan. Sean puentes hacia la liberación de la tierra y de su pueblo, hasta que el sol de la dignidad y la libertad se levante sobre nuestra patria robada”.
“Si muero, muero firme en mis principios. O Allah, acepta mi sangre como luz que ilumine el camino de la libertad para mi pueblo y mi familia… No olviden Gaza, y no me olviden a mí”.
Anas Al-Sharif – Al Jazeera. Gaza, 10 de agosto de 2025, asesinado por el régimen genocida de Israel.
Constanza Schaub, periodista.
El Maipo
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