Miércoles, Diciembre 18, 2024

¿Por qué crece la extrema derecha? Por Roberto Pizarro Hofer

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El principal error de los gobiernos progresistas fue mantener el modelo de crecimiento fundado en la explotación de recursos naturales, fundamento material del neoliberalismo. Ello, fue funcional a una división internacional del trabajo que concentró en China la producción mundial de manufacturas, acorralando a nuestra región como exportador de minerales, petróleo y alimentos.

Como decíamos con Luis Herrera en el artículo de El Desconcierto (31-05-2024), la extrema derecha crece en todo el mundo. Y el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos acentuará esta tendencia.

En Europa los partidos de extrema derecha están consiguiendo puestos de gobierno, junto a los principales partidos de la derecha tradicional, mientras gobierna en Portugal, Suecia, Finlandia, Grecia, Italia, Hungría, Polonia y Austria, y en Alemania el declive del gobierno socialdemócrata es evidenteSi mañana hubiera elecciones en Canadá, las ganaría la derecha.

La responsabilidad de la socialdemocracia europea en el actual crecimiento de la extrema derecha es incuestionable. Su deriva hacia el neoliberalismo, con la progresiva desarticulación del Estado de Bienestar, ha potenciado el desempleo y exacerbado las desigualdades. Ello, al mismo tiempo, ha facilitado el discurso xenófobo, ya que los beneficios sociales de los nacionales se consideran amenazados por los inmigrantes.

Pero, además, la socialdemocracia ha perdido influencia no sólo en el ámbito económico, sino también en el terreno político e ideológico, y la hegemonía cultural, que consiguió durante gran parte del siglo XX, ya no es la misma. Ahora, en enero próximo, Donald Trump tomará posesión como presidente de Estados Unidos, lo que tiende a consolidar el posicionamiento de la extrema derecha en el mundo.

El doble triunfo electoral de Trump, primero el 2016 y ahora el 2024, encuentra parte de su explicación en el descontento de los trabajadores, que perdieron sus puestos de trabajo o que han visto disminuidos sus ingresos, como consecuencia de la exportación de las empresas manufactureras a China y otros países de bajos costos salariales.

Pero, también, su triunfo obedece a la aceptación ciudadana de un discurso fundado en el patriotismo, la raza, el origen étnico, junto al rechazo de las reivindicaciones identitarias (derechos de las mujeres, LGTB+, matrimonio homosexual, entre otros). Y, por supuesto, también en América Latina crece la extrema derecha y se debilita el progresismo.

El “socialismo del siglo 21”, encabezado por Chávez perdió todo prestigio. Se convirtió en una tragedia con la dictadura de Maduro en Venezuela, acompañada en Nicaragua por la perversa dinastía familiar de los Ortega-Murillo; ha sufrido, además, de los arrebatos antidemocráticos de Evo Morales; y, finalmente, Cuba, con una crisis interminable y serias restricciones democráticas, ha dejado de ser un referente político para la izquierda.

Por otra parte, la centroizquierda persistió en el neoliberalismo, con la Concertación/Nueva Mayoría en Chile, el kirchnerismo en Argentina y el primer gobierno de Lula. Es cierto que se esforzaron en reducir la pobreza, junto a reivindicaciones culturales progresistas, pero no enfrentaron los fundamentos estructurales de las desigualdades.

Ni el “socialismo del siglo XXI” ni la “centroizquierda” fueron capaces de impulsar un proyecto de transformaciones estructurales, y abrieron camino a la derecha.

Los esfuerzos de esos gobiernos por reducir la pobreza, así como las iniciativas culturales progresistas (derechos de la mujer, el matrimonio igualitario, las reivindicaciones LGTB+) fueron insuficientes para responder a las demandas más estructurales de los trabajadores e incluso de los pequeños empresarios, acosados por una globalización excluyente que ha cerrado camino al desarrollo productivo y al empleo.

En efecto, el principal error de los gobiernos progresistas fue mantener el modelo de crecimiento fundado en la explotación de recursos naturales, fundamento material del neoliberalismo. Ello, fue funcional a una división internacional del trabajo que concentró en China la producción mundial de manufacturas, acorralando a nuestra región como exportador de minerales, petróleo y alimentos.

Así las cosas, los gobiernos de la región mantuvieron incólume el modelo productivo, impidiendo la diversificación económica, lo que promovió empleos precarios, bajos salarios e informalidad. Ello impidió la redistribución entre el capital y el trabajo y favoreció, además, la ampliación del poder empresarial, el que ha logrado controlar los medios de comunicación y sectores del mundo político.

El modelo económico, fundado en una base productiva extractivista, generó una particular alianza entre los gobiernos progresistas y las corporaciones transnacionales, dedicadas a los agronegocios y al extractivismo. Crecieron las economías, pero al cabo de un tiempo se frenaron, cuando cayeron los precios de las materias primas.

Hay que llamar la atención sobre otro factor de debilitamiento del progresismo (y, en general, de la política): los escándalos de corrupción en todos los países de la región, los que llegaron al extremo con el caso Odebrech. Este afectó incluso al círculo cercano del presidente Lula y a empresarios y políticos en 12 países de América latina.

La debilidad económico-productiva de gran parte de la región, junto a las dictaduras de Maduro y Ortega, han resultado en el inédito aumento de los procesos migratorios, tanto hacia Estados Unidos como hacia el sur de Sudamérica.

A esta compleja realidad, se agrega hoy día la multiplicación de la delincuencia y el narcotráfico, que recorre todos los países de América Latina y que ha sido difícil enfrentar. La fragilidad económica, el aumento migratorio, la delincuencia y el narcotráfico, junto al debilitamiento político del progresismo, en sus diversas expresiones, han favorecido el crecimiento de la derecha.

Así las cosas, la extrema derecha encuentra en Trump, Milei, Bolsonaro y Bukele sus referentes para avanzar por un camino populista, de carácter neofascista. Ofrece mejorar la economía, profundizando el libre mercado; rechaza el multilateralismo de Naciones Unidas; dice defender a los nacionales frente a los inmigrantes; anuncia que terminará con los derechos LGTB+, las libertades de las mujeres y el matrimonio homosexual; asusta a la ciudadanía con ampliar la represión y las cárceles de extrema seguridad, dejando de lado toda consideración sobre los derechos humanos.

Es cierto que Petro en Colombia, Lula en Brasil y Boric en Chile resisten, pero en medio de inmensas dificultades, con minorías parlamentarias, junto a una prensa y un poder empresarial, que los acosa implacablemente y frena sus reformas.

Frente a este preocupante crecimiento de la extrema derecha, la izquierda está obligada a un replanteamiento ideológico y político, que la separe del neoliberalismo, garantice transformaciones en favor de la igualdad económica y social, se comprometa con la democracia representativa y directa, asegure las libertades de las mujeres y disidencias sexuales, y coloque el énfasis en el reencuentro con el mundo popular.

Columna publicada en El Desconcieto el 16 de diciembre de 2024

Por Roberto Pizarro Hoffer, Economista, ex decano de la Facultad de Economía Política de la U. de Chile, ex Ministro de Desarrollo y la Familia, colaborador permanente de elmaipo.cl

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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