El perro matapacos ya forma parte de la leyenda. Construyeron su relato esos insurgentes en aquellos generosos días de octubre.
El presidente Boric manifestó que nunca fue de su agrado el símbolo de aquel animal, el perro traspasaba normas básicas de las buenas costumbres. Es una agresión a los responsables de mantener la seguridad de Chile. Lo dice el presidente.
El tiene su perro en el sur.
En aquellos días de terror y sombra cuando la DINA controlaba la vida y los militares festejaban el terror, la oficial de carabineros Ingrid Olderock, la misma institución que hoy manda el general Yáñez, tenía un perro que lo llamaban perro Volodia. Perfectamente conociendo los orígenes alemanes y fascistas de aquella oficial de carabineros, optó por el nombre de un dirigente comunista. Descartó llamarlo Martin o Adolf.
Eso lo conoce el presidente.
Ingrid Olderock y sus acciones tienen la marca de lo más bajo y nauseabunda perversión, aquello de maltratar sexualmente a las mujeres que estaban secuestradas en los recintos de tortura que los aparatos represivos de la dictadura mantenían. Una oficial de carabineros que convirtió a su animal en un agente torturador. Esto no es historia del siglo pasado, esos meses no están en el olvido ni en el color sepia.
Las salas de tortura tienen un olor que nunca se olvida.
Ruidos eternos y siempre presentes, con sus voces, sus gritos, una ampolleta encendida siempre, el insulto, el saco de arpillera, el tarro con tu almuerzo en la puerta de la celda, la venda que hace suponer que el mundo con sus horas llegó al final. El cerrar los ojos para que la picana no te haga saltar los ojos. No hay luz en ese túnel. El dolor no inventado como la amenaza de quemarte todos los cuadernos.
Ellas solas así estaban. Amarradas a un catre metálico indefensas, aferradas a un compromiso que no tenía ni calle ni número, azotadas sin amparo. Ingrid Olderock jugaba y hacía preguntas mientras su perro jadeaba, ella lo había enseñado, animal obediente recibía órdenes. De lo sucedido en esos tiempos no tan abandonados están las palabras de las agredidas, su verdad incuestionable.
El silencio de carabineros. Uniformes con gorras indignas.
Al presidente no le gustó el perro callejero. Provoca daño moral, debilita una institución. Eso es negacionismo. Sabe que desde la calle nació la potente fuerza para llevarlo a la casa de los presidentes. Millones de chilenos colocaron sus razones para que la vida cambie, han pasado años y no se ha ganado nada. Entonces es justo hablar de traición.
Ni el presidente, ni sus ministros, podrán comprender lo sucedido en aquellos subterráneos donde la música siempre era fuerte. Las secuelas que arrastran las mujeres que dignamente formaron parte de la resistencia popular no tienen espacio en ningún libro. Las letras que cuentan dolores no desaparecen jamás. Son la memoria de un país.
Ingrid Olderock fue oficial de carabineros de Chile.
Ingrid Olderock se paseaba tranquila por los pasillos en los centros de tortura, mientras su perro esperaba la orden de su amo. Ella lo había enseñado, dedicó horas de trabajo para que aquel animal con su presencia se convierta en un asunto aterrador, era uno más en la sala de torturas. Volodia tenía domicilio fijo.
Y el matapacos, perro vago sencillamente de asustado ladraba. No mordió a ningún policía. Nunca cometió algún acto ilícito. Aprendió sólo a vivir en la calle donde por alguna razón fue parte de sus amigos.
Cuando se colocan todos los asuntos en la mesa país hay un maldito intento de impunidad, es el olvido que actualmente intentan imponer los grupos económicos y una clase política pusilánime sin luz ni sombra.
La memoria no es un asunto de trasnochados y melancólicos, son páginas de la historia a la altura de los que fueron a las batallas para alcanzar la Independencia de Chile, asunto no menor.
Los años setenta y ochenta fueron extremadamente violentos para quienes voluntariamente y de profundas convicciones formaban parte de la resistencia popular.
La mujer de los perros. Ingrid Olderock, oficial de carabineros de Chile fue acusada de humillar sexualmente a detenidas en la Venda Sexi, un centro de torturas de la DINA. El presidente desconoce a matapacos y carabineros a Volodia.
También justo para esos tiempos haber intentado ejecutar a Ingrid Olderock era una acción de la resistencia que no requería contexto. Sencillamente derrotar la ignominia de la dictadura, su perversión extrema. En eso el buen Raúl Castro Montanares tenía toda la razón.
Cuando Olderock entraba a las salas de tortura con su perro era un asunto institucional, de seguridad nacional, carabineros de Chile estaba en ese lugar.
Ir a jugar cartas sin conocer cuales son las del triunfo es sencillamente no entender nada. No aceptar al matapacos sea posiblemente un derecho presidencial, pero tampoco es justo desconocer que un perro fue parte de un equipo de torturadores. Las revistas institucionales de carabineros alaban el trabajo de Ingrid Olderock.
Se equivocó el presidente.
En esta historia los perros no son culpables de nada. No era necesario doblar la rodilla para mostrar certificado de buena conducta democrática. Olvidó Gabriel a las mujeres maltratadas y abusadas hasta el cansancio. Para esas mujeres la vida siguió porque así lo clama la vida misma, con sus hijos y sus nietos y sus viajes al mercado.
Chile es un país con cuentas no saldadas, con dolores sin explicaciones y abandono. Pero en este asunto de perros, si al presidente no le gusta el matapacos, debe saber que las mujeres maltratadas por el perro de una oficial de carabineros no se olvidan.
Existe el convencimiento que es posible la instauración de algún proyecto más humano, más justo, equilibrado, más digno que el actual que obliga en una comparsa de los grupos económicos y sus sacristanes al sacrificio diario.
Eso con este gobierno ya está perdido.
Para El Maipo, Pablo Varas. Profesor de Historia y Escritor.
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.