Sábado, Diciembre 20, 2025

Nuevo ciclo. Por Carlos Cerpa Miranda

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Con el triunfo a la presidencia de la República de José Antonio Kast a la cabeza de una alianza política de derechas extremas, se inicia en Chile un nuevo ciclo político. Al cabo de los próximos 4 años poco habremos cambiado en la dirección que necesitamos como sociedad. Al contrario, lo más probable es que empeoren las condiciones materiales de existencia para amplias mayorías.

El pronóstico no es arbitrario. Se basa en lo que Kast y sus partidarios  han sostenido durante todo este tiempo en términos de recortar gasto social en 6.000 millones de US dólares; frenar aún más el alicaído rol del Estado en la economía; negacionismo respecto a los efectos del productivismo extremo en el medio ambiente; desprotección camuflada de la fuerza de trabajo en favor de la clase empresarial, exaltación del individualismo como modelo de sociedad, conservadurismo religioso en materia de orientación sexual e identidad de géneros, mientras que en el plano internacional, solo queda por conocer el ritmo del alineamiento  con las ultraderechas en desmedro de la institucionalidad global que surgió con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

El ascenso al poder de este sector en Chile, es también un paso más en cuanto a que la proclamada libertad individual sin justicia social termina yendo al despeñadero. Sin igualdad material, las libertades individuales se convierten en privilegios de unos pocos. Esas libertades solo podrán ser  plenas si cuentan con un soporte material común: derechos sociales que garanticen educación, salud, vivienda y seguridad frente a la precariedad. Pero  en un régimen económico hiperconcentrado como el chileno, la corrección de la desigualdad estructural se vuelve un desafío extremo, pero ineludible de acometer.

En consecuencia, la posibilidad de retroceder en términos de derechos existe e  incluye la involución del mismo Estado de derecho que surgió tras la dictadura. En lo político, el país estará más dividido de lo que está y el resentimiento social que generan  las desigualdades, continuará en aumento al no contar con soluciones a sus demandas más sentidas ni sus aspiraciones canalizadas politicamente en un proyecto país que entregue perspectivas ciertas y realizables. El chorreo nunca ha sido la solución ni el fanatismo tampoco.

Superar las desigualdades exige políticas deliberadas y sostenidas: impuestos progresivos, regulación de grandes capitales, acceso universal a educación y salud, protección laboral efectiva mediante reconocimiento legal de negociación de ingresos y condiciones laborales, industrialización que sirva de sustento al gasto, factores  que irritan y sacan de quicio a las derechas en el mundo entero.

Tanto como la igualad material a conquistar es la recuperación de una cultura solidaria amplia. La educación y la educación cívica, los medios (que desde marzo pasarán a dar por superada la delincuencia por el solo hecho de no informarla) y el lenguaje político cumplen un rol clave cuando dejan de exaltar el éxito individual como medida del valor social y comienzan a visibilizar los logros colectivos, el trabajo invisible y la cooperación cotidiana.

En suma, esto no es otra cosa que reemplazar la narrativa del mérito aislado por otra que se funde en la corresponsabilidad y el cuidado mutuo, en el marco de instituciones alineadas con objetivos de bien común, con el deliberado fin de priorizar el “nosotros” como condición de posibilidad de una vida digna y sostenible.

Existe por tanto un amplio espacio de innovación y co-creacion política que habrá que trabajar en profundidad porque ideas en abstracto poco cuajan en la realidad social. Con ello nos referimos a que la cultura solidaria se fortalece cuando existen espacios sociales donde la acción colectiva produce resultados tangibles. Cooperativas, organizaciones territoriales, mutuales, sindicatos, redes de cuidado, clubes deportivos y formas de gestión comunitaria del suelo, el agua o la alimentación, enseñan en la práctica que lo común abre nuevas perspectivas de interacción social al margen de la cultura del lucro tan profundamente insertas en todos los pliegues de nuestra sociedad.

De ahí nacen y regeneran las experiencias y surgen los aprendizajes sociales, la reciprocidad y sentido de pertenencia en el que la solidaridad se vuelve una experiencia vivida, no un mandato ético externo, un drama para Chile porque si el neoliberalismo se distingue por algo, es la disolución de los vínculos sociales que genera. Y de eso llevamos décadas.

Si tuviéramos que apuntar una debilidad de todo el progresismo y la izquierda, esta es que no termina de alimentar la creencia que acciones bien intencionadas desde el Estado son suficientes para avanzar. Lamentablemente eso no basta. El Estado es solo el timón de una nave mucho más grande.

El ciclo que se cierra es también claro a ese respecto: sin ningún asomo de  idealización, sin pueblo presente, no hay cambios, lección que tendrán que ponderar profundamente las fuerzas del progresismo y la izquierda, habituadas a la refriega política en los pasillos de las instituciones del Estado, pero desconectadas de la realidad. Un puntito más o menos en la pasada elección parlamentaria, podrá contribuir a mostrar resultados en la interna de los partidos, a lo sumo entre las  “almas”, pero no sirve para nada en lo político  global.

¿Cómo orientarse entonces en una perspectiva que permita construir el proyecto político necesario para salir de la crisis, el estancamiento y superar las injusticias sociales, cuando las condiciones políticas son desventajosas?

Es completamente legítimo y es incluso necesario que las todavía fuerzas políticas oficialistas, avancen en la formulación y reformulación de sus diagnósticos, hagan un balance acucioso de lo que han sido estos últimos años, salden consigo mismo sus recorridos, aciertos y deficiencias, y se perfilen para el futuro.

A partir del próximo 11 de marzo, sin embargo, lo central es cautelar desde la oposición las conquistas sociales de las últimas décadas, recomponer fuerzas y avanzar en la definición de un proyecto político unitario y pluralista, capaz de articular fuerza social y política con proyección de futuro.  Experiencia de cómo convivir existe y se forjó en el ejercicio del poder.

Pero ahora corresponde demostrar que se puede seguir conviviendo sin que sea el poder el único elemento amalgamador de convivencias. Tendrán que prevalecer las ideas, el intercambio franco, los valores por encima del cálculo pequeño, lo colectivo por encima de los egos y la convicción que cualquier futuro país pasa por la defensa de los derechos humanos y derechos sociales conquistados. Y como ya se dijo, pero se reitera: sin pueblo no hay cambio que perdure.

Para El Maipo, Carlos Cerpa Miranda, Ex concejal y ex director laboral Banco del Estado. Colaborador de El Maipo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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