George Lakoff enseña que negar una idea, la refuerza. Cuando José Antonio Kast insiste en decir —explícita o implícitamente— que “no es cuico” o que ciertos cuestionamientos sobre su origen familiar son injustos, lo que hace es activar justamente aquello que busca desmentir.
El punto no sólo es su biografía, sino el encuadre político que proyecta: una defensa del orden, la autoridad vertical y la homogeneidad cultural, valores centrales del marco conservador que describe Lakoff. Ese marco suele ocultar privilegios, justificar jerarquías y minimizar la diversidad como un problema más que como una riqueza democrática.
Kast intenta reposicionarse como un hombre “de esfuerzo”, cercano a la ciudadanía. Pero su trayectoria política —opuesta a reformas redistributivas, favorable a privilegios tributarios e insistente en un orden social rígido— contradice ese relato. Las palabras no borran los marcos; los revelan.
Por eso sus negaciones no despejan dudas, sino que muestran el problema: en lugar de discutir abiertamente la desigualdad, la memoria histórica o la diversidad cultural, Kast prefiere negar los símbolos que lo rodean. Y al hacerlo, confirma que su proyecto sigue anclado en valores autoritarios y excluyentes.
En política, no basta con decir lo que uno no es. La democracia exige responder qué marcos se defienden, qué visión de país se propone y qué lugar se da a quienes son distintos. Y allí, más allá de cualquier negación, el marco de Kast habla por sí solo.
Para El Maipo, Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
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