Sábado, Mayo 31, 2025

Ni consignas ni milagros: Mujica sabía. Por Rossana Carrasco Meza

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“Mi historia personal: la de un muchacho (…) que como otros quiso cambiar su época, su mundo, el sueño de una sociedad libertaria y sin clases. Mis errores son en parte hijos de mi tiempo. Obviamente, los asumo. Pero hay veces que me grito con nostalgia: ’¡Quién tuviera la fuerza de cuando éramos capaces de abrevar tanta utopía!” (1)

Augusto Monterroso, en su brevísimo y brillante cuento La Fe y las montañas, nos deja una advertencia disfrazada de fábula: cuando la fe (o la esperanza, si se quiere) se desborda y se convierte en moda, las montañas comienzan a moverse sin control. El paisaje se altera caóticamente, y lo que parecía transformación se vuelve confusión. La moraleja es clara: incluso las mejores intenciones pueden crear más problemas que soluciones si no van acompañadas de dirección, responsabilidad y sentido común.

En un tiempo como el nuestro, donde las promesas de cambio se multiplican y los liderazgos —especialmente en la izquierda— parecen debatirse entre la consigna fácil y el desencanto, esta pequeña historia cobra una vigencia brutal. Porque no basta con querer mover montañas. Hay que saber por qué, cómo y para quién se mueven.

Ahí es donde la figura de José “Pepe” Mujica se vuelve ejemplar. El expresidente uruguayo que fue guerrillero, preso político, campesino austero y referente moral en un mundo saturado de cinismo, representa algo cada vez más escaso: un líder de izquierda con coherencia entre palabra y práctica, entre sueño y acción. Su historia, marcada por la cárcel y la lucha armada, pero también por la renuncia al resentimiento y la búsqueda de diálogo, es una encarnación viva de lo que Monterroso advierte: no toda esperanza moviliza bien, pero la que se combina con humildad y trabajo constante puede cambiar el terreno, no con estruendo, sino con raíz.

Mujica no solo creyó en la posibilidad de una sociedad más justa, sino que empujó —con sus manos y su vida— para hacerla posible. A diferencia de quienes agitan la esperanza como si fuera un eslogan más, Mujica entendió que transformar implica también sostener, esperar, ceder. No se dejó arrastrar por el impulso de derribarlo todo. Supo que algunas montañas deben moverse, sí, pero otras hay que aprender a caminar alrededor de ellas.

Hoy, cuando muchos sectores progresistas parecen perder el rumbo entre la radicalidad vacía y la moderación resignada, urge recuperar una esperanza con dirección. No una que juegue a reinventar el mundo cada día, sino una que construya a partir de lo que hay, con las personas reales, en los territorios concretos. Porque mover por mover no transforma: desordena. Y muchas veces, como en el cuento de Monterroso, genera derrumbes.

Frente a eso, Mujica encarna una esperanza distinta: no la que promete milagros inmediatos, sino la que camina lento, firme y con los pies sucios de realidad. Su ejemplo recuerda que los verdaderos cambios no nacen del entusiasmo fácil, sino de una voluntad lúcida, ética y persistente. No la esperanza que derrumba, sino la que sostiene.

Volver a Monterroso y a Mujica es, en este contexto, una forma de recordarnos que el cambio social no es una utopía ingenua, sino una tarea ardua, paciente y profundamente humana. La izquierda del siglo XXI necesita más que discursos: necesita convicciones que caminen, sueñen y trabajen. Necesita esperanza, sí —pero, sobre todo, necesita manos que empujen.

El desafío es claro: menos promesas que desbordan y más coherencia que siembre. Porque hasta el más leve atisbo de esperanza mal dirigida puede generar ruinas. Y hoy, más que montañas por mover, necesitamos suelos firmes donde volver a caminar.

1) José Mujica, discurso ante la 68ª Asamblea General de las Naciones Unidas, 24 de septiembre de 2013.

Columna publicada por Le Monde Diplomatique el14 de mayo de 2025.

Por Rossana Carrasco Meza. Cientista Política PUC; Magister en Gestión y Desarrollo Regional y Local de la Universidad de Chile.

Nota: EL contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial de El Maipo

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