La extrema derecha en América Latina está enojada. Jair Bolsonaro, de Brasil, y Javier Milei, de Argentina, siempre parecen furiosos y siempre hablan en voz alta y de forma agresiva. La testosterona se les sale por los poros, un sudor tóxico que se ha extendido por toda la región. Sería fácil decir que se trata del impacto del neofascismo característico de Donald Trump, pero no es cierto. La extrema derecha tiene raíces mucho más profundas, vinculadas a la defensa de las familias oligárquicas que tienen sus orígenes en la época colonial en los virreinatos, desde Nueva España hasta Río de la Plata. Sin duda, estos hombres y mujeres de extrema derecha se inspiran en la agresividad de Trump y en la entrada de Marco Rubio, un furioso defensor de la extrema derecha en América Latina, al cargo de secretario de Estado de los Estados Unidos. Esta inspiración y este apoyo son importantes, pero no son la razón del regreso de la extrema derecha, una marea de ira que ha ido creciendo en toda América Latina.
A primera vista, parece que la extrema derecha ha sufrido algunas derrotas. Jair Bolsonaro está en prisión por un largo tiempo debido a su papel en el fallido golpe de Estado del 8 de enero de 2023 (inspirado en el propio intento fallido de golpe de Estado de Trump el 6 de enero de 2021). En la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, obtuvo la mayoría de los votos y liderará el bloque de centroizquierda en la segunda vuelta (14 de diciembre). A pesar de todos los intentos por derrocar al Gobierno de Venezuela, el presidente Nicolás Maduro sigue al mando y ha movilizado a amplios sectores de la población para defender la Revolución Bolivariana contra cualquier amenaza. Y, a finales de octubre de 2025, la mayoría de los países del mundo votaron a favor de una resolución de la Asamblea General de la ONU que exige el fin del bloqueo a Cuba. Estos indicadores – desde el encarcelamiento de Bolsonaro hasta la votación sobre Cuba – sugieren que la extrema derecha no ha sido capaz de impulsar su agenda en todos los lugares y a través de todos los canales.
Sin embargo, bajo la superficie, hay indicios de que América Latina no está asistiendo al resurgimiento de lo que se denominó la Marea Rosa (tras la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998), sino que está experimentando el surgimiento de una marea de ira que poco a poco ha comenzado a barrer la región desde Centroamérica hasta el Cono Sur.
Elecciones en Sudamérica
La primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas arrojó un resultado preocupante. Mientras que Jara, del Partido Comunista, obtuvo el 26,85% de una participación del 85,26%, José Antonio Kast, de la extrema derecha, quedó en segundo lugar con el 23,92%. Evelyn Matthei, de la derecha tradicional, obtuvo el 12,5%, mientras que el candidato de extrema derecha que antes estaba con Kast y ahora a su derecha, Johannes Kaiser, obtuvo el 14%. Es probable que Jara recabe algunos de los votos del centro, pero no los suficientes para superar la ventaja de la extrema derecha, que parece contar con al menos más del 50% de los votantes de su lado. El llamado social liberal, Franco Parisi, que quedó en tercer lugar, apoyó a Kast en 2021 y es probable que lo vuelva a hacer. Eso significa que en Chile la presidencia estará en manos de un hombre de extrema derecha cuyos antepasados tienen sus raíces en el nazismo alemán (su padre fue miembro del Partido Nazi y escapó de la justicia gracias a la intercesión del Vaticano) y que cree que la dictadura en Chile de 1973 a 1990 fue, en general, una buena idea.
Al norte de Chile, en Bolivia, el nuevo presidente Rodrigo Paz Pereria, hijo de un expresidente, venció al ultraderechista Jorge Tuto Quiroga (también expresidente) en la segunda vuelta de las elecciones, en las que no hubo ningún candidato de izquierda (esto después de que el Movimiento al Socialismo gobernara Bolivia de manera ininterrumpida desde 2006 hasta 2025). El partido de Paz tiene una posición minoritaria en la legislatura, por lo que tendrá que alinearse con la coalición Libre de Quiroga y es probable que adopte una política exterior proestadounidense y una política económica libertaria. Perú celebrará sus propias elecciones en abril, en las que se espera que gane el exalcalde de Lima, Rafael López Aliaga. Rechaza la etiqueta de extrema derecha, pero adopta todas las políticas genéricas de la extrema derecha (católico ultraconservador, defensor de medidas de seguridad severas y partidario de una agenda económica libertaria). Iván Cepeda, de Colombia, es el probable candidato de la izquierda en las elecciones presidenciales de mayo de 2026, ya que Colombia no permite segundos mandatos (por lo que el presidente Gustavo Petro no puede volver a presentarse). Cepeda se enfrentará a una fuerte oposición de la oligarquía colombiana, que querrá devolver el país a su dominio. Es demasiado pronto para saber a quién se enfrentará Cepeda, pero podría ser la periodista Vicky Dávila, cuya oposición de extrema derecha a Petro está ganando adeptos en sectores inesperados de la sociedad colombiana. Es probable que a mediados de 2026, la mayoría de los estados del extremo occidental de Sudamérica (desde Chile hasta Colombia) estén gobernados por la extrema derecha.
A pesar de que Bolsonaro está en prisión, su partido, el PL (o Partido Liberal), es el bloque más grande del Congreso Nacional de Brasil. Es probable que Lula sea reelegido para la presidencia el próximo año debido a su inmensa conexión personal con el electorado. El candidato de la extrema derecha, que será Tarcísio de Freitas, gobernador del estado de São Paulo, o uno de los Bolsonaro (su esposa Michelle o su hijo Flavio), luchará contra él. Pero el PL hará incursiones en el Senado. Su control sobre la legislatura ya ha endurecido las riendas del gobierno (en la COP30, el representante de Lula no hizo ninguna propuesta para hacer frente a la catástrofe climática), y una victoria en el Senado reforzará su control sobre el país.
Agenda común de la marea furiosa
Los políticos de esta marea furiosa que están causando revuelo tienen muchas cosas en común. La mayoría de ellos tienen ahora cincuenta y tantos años: Kast (nacido en 1966), Paz (nacido en 1967), la política venezolana María Corina Machado (nacida en 1967) y Milei (nacido en 1970). Alcanzaron la mayoría de edad en el periodo posterior a la dictadura en América Latina (la última dictadura terminó en Chile en 1990). La década de los noventa continuó con el estancamiento económico que caracterizó a los años ochenta, la década perdida que convulsionó a estos países con bajas tasas de crecimiento y con ventajas comparativas poco desarrolladas, obligados a la globalización. En este contexto, los políticos de esta marea desarrollaron su agenda común:
Anticomunismo. La extrema derecha en América Latina está moldeada por una agenda antizquierdista heredada de la Guerra Fría, lo que significa que sus formaciones políticas suelen respaldar la era de las dictaduras militares respaldadas por los Estados Unidos. Las ideas de la izquierda, ya sean de la Revolución Cubana (1959) o de la era de la Marea Rosa (después de 1998), son anatema para estas fuerzas políticas; estas ideas incluyen la reforma agraria, la financiación estatal para la industrialización, la soberanía estatal y la importancia de los sindicatos para todos los trabajadores y campesinos. El anticomunismo de esta ola es rudimentario, la leche materna de los políticos, y se utiliza hábilmente para enfrentar a unos sectores de la sociedad con otros.
Políticas económicas libertarias. Las ideas económicas de la Marea Furiosa están moldeadas por los “Chicago Boys” chilenos (entre ellos el hermano de Kast, Miguel, que fue jefe de la Comisión de Planificación del general Augusto Pinochet, su ministro de Trabajo y su jefe del Banco Central). Su tradición proviene directamente de la escuela libertaria austriaca (Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Murray Rothbard, así como Milton Friedman). Las ideas se cultivaron en think tanks bien financiados, como el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (fundado en 1978) y el Centro de Estudios Públicos chileno (fundado en 1980). Creen que el Estado debe ser una fuerza para disciplinar a los trabajadores y a los ciudadanos, y que la economía debe estar en manos de intereses privados. Las famosas payasadas de Milei con una motosierra ilustran esta política no sólo de recortar el bienestar social (obra del neoliberalismo), sino también de destruir la capacidad del propio Estado.
Guerras culturales. Aprovechando la ola de ideología antigénero y la retórica antimigratoria, la marea furiosa ha logrado atraer a los cristianos evangélicos conservadores y a amplios sectores de la clase trabajadora que se han visto desorientados por los cambios que parecen venir de arriba. La extrema derecha sostiene que la violencia en los barrios obreros creada por la industria de la droga es fomentada por el “liberalismo” y que solo la violencia dura (como ha demostrado el presidente de El Salvador, Nayib Bukele) puede ser la solución; por esta razón, quieren fortalecer el ejército y la policía y dejar de lado las limitaciones constitucionales sobre el uso de la fuerza (el 28 de octubre, el gobierno de Cláudio Castro, aliado de Bolsonaro, en Río de Janeiro envió a la policía, que mató al menos a 121 personas en la Operación Contención). A la extrema derecha le ayuda haber adoptado diversas teorías conspirativas sobre cómo las “élites” han difundido ideas “globalizadas” para dañar y destruir la “cultura” de sus naciones. Se trata de una idea ridícula procedente de las fuerzas políticas de extrema derecha y de la derecha tradicional, que defienden la entrada a gran escala de las empresas estadounidenses en su sociedad y cultura, y que no respetan la historia de lucha de la clase obrera y el campesinado por construir sus propios mundos culturales nacionales y regionales. Pero la marea furiosa ha sido capaz de construir la idea de que son guerreros culturales que defienden su patrimonio contra las malignidades de la “globalización”. Parte de esta guerra cultural es la promoción del empresario individual como sujeto de la historia y la denigración de la necesidad de la reproducción social.
Son estos tres elementos (el anticomunismo, las políticas económicas libertarias y las guerras culturales) los que unen a la extrema derecha en toda América Latina. Les proporcionan un sólido marco ideológico para galvanizar a sectores de la población y hacerles creer que son los salvadores del hemisferio. Esta extrema derecha latinoamericana cuenta con el respaldo de Trump y de la red internacional de la extrema derecha española (el Foro Madrid, creado en 2020 por la Fundación Disenso, el think tank del partido de extrema derecha Vox). Está fuertemente financiada por las antiguas clases sociales elitistas, que han abandonado poco a poco a la derecha tradicional en favor de estos nuevos y agresivos partidos de extrema derecha.
Crisis de la izquierda
La izquierda aún no ha desarrollado una evaluación adecuada del surgimiento de estos partidos y no ha sido capaz de impulsar una agenda que brille por su vitalidad. Una profunda crisis ideológica se apodera de la izquierda, que no puede decidir adecuadamente si construir un frente unido con la derecha tradicional y los liberales para disputar las elecciones o construir un frente popular entre la clase obrera y el campesinado para construir poder social como preludio de un impulso electoral adecuado. El ejemplo de la primera estrategia (la alianza electoral) proviene de Chile, donde primero se formó la Concertación de Partidos por la Democracia (Concertación) en 1988 para mantener fuera del poder a los partidos de la dictadura y, en segundo lugar, se formó Apruebo Dignidad en 2021, que llevó a Gabriel Boric, del Frente Amplio centrista, a la presidencia. Pero fuera de Chile, hay pocos indicios de que esta estrategia funcione. Esta última se ha vuelto más difícil a medida que las tasas de sindicalización se han desplomado y la uberización individualiza a la clase trabajadora para erosionar su cultura.
Es revelador que el exvicepresidente socialista de Bolivia, Álvaro García Linera, mirara hacia el norte, a la ciudad de Nueva York, en busca de inspiración. Cuando Zohran Mamdani ganó las elecciones a la alcaldía, García Linera dijo: “La victoria de Mamdani demuestra que la izquierda debe comprometerse con la audacia y un nuevo futuro”. Es difícil no estar de acuerdo con esta afirmación; sin embargo, la agenda propuesta por Mamdani consiste principalmente en salvar la desgastada infraestructura de Nueva York, más que en avanzar hacia el socialismo en la ciudad. García Linera no mencionó su propia etapa en Bolivia, cuando intentó construir una alternativa socialista junto con el expresidente Evo Morales. La izquierda tendrá que ser audaz y articular un nuevo futuro, pero tendrá que ser uno que surja de su propia historia de luchas y de construcción del socialismo.
Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos Las Naciones Oscuras y Las Naciones Pobres. Sus libros más recientes son Luchar nos hace humanos: aprendiendo de los movimientos por el socialismo, La retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder estadounidense y Sobre Cuba: 70 años de Revolución y Lucha (los dos últimos en coautoría con Noam Chomsky). Chelwa y Prashad publicarán How the International Monetary Fund is Suffocating Africa a finales de este año con Inkani Books.
El Maipo/Globetrotter
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