El narcotráfico ha sido tradicionalmente analizado como un problema de seguridad pública o salud. No obstante, un examen cuidadoso de la historia revela que las drogas han sido utilizadas como una herramienta de geopolítica, un instrumento de dominación, control y conflicto. Desde las Guerras del Opio en el siglo XIX hasta las tensiones contemporáneas entre Estados Unidos y América Latina, el uso de estupefacientes ha servido para debilitar a sociedades rivales, financiar conflictos y justificar intervenciones.
Un patrón histórico de intervencionismo
Los ejemplos históricos de cómo el narcotráfico se ha utilizado como una palanca política son numerosos y se extienden por varios continentes. La Compañía Británica de las Indias Orientales en los siglos XVIII y XIX forzó el cultivo de opio en Bengala, India, para luego exportarlo a China. El objetivo era crear una adicción masiva en la población china y, al mismo tiempo, debilitar su economía y gobierno. De manera similar, en el “Triángulo de Oro” (Myanmar, Laos y Tailandia), el opio se convirtió en una fuente de financiamiento para gobiernos y guerrillas, proporcionando un medio para el control territorial y el sostenimiento de guerras civiles.
Más tarde, durante la Guerra de Indochina en las décadas de 1950 a 1970, el tráfico de opio y heroína floreció. Se ha documentado que algunos servicios de inteligencia, incluida la CIA, toleraron e incluso se beneficiaron de este tráfico para financiar operaciones clandestinas en Vietnam y Laos, creando redes clientelares en la región. El caso de Afganistán es otro ejemplo contundente. Desde la década de 1970 hasta el presente, el opio ha sido la principal fuente de financiamiento para señores de la guerra y el Talibán. Se acusa a Estados Unidos de haber tolerado la producción de opio durante la Guerra Fría para debilitar a la Unión Soviética, y de utilizar la posterior “guerra contra las drogas” como pretexto para sus intervenciones militares.
El “enemigo interno”: la justificación para la intervención
El uso del narcotráfico como instrumento político no se limita a escenarios de conflicto internacional. Dentro de las propias fronteras de Estados Unidos, la epidemia del crack en la década de 1980 afectó desproporcionadamente a las comunidades afroamericanas y latinas. Investigaciones periodísticas han sugerido que la CIA estuvo implicada en la introducción de cocaína en estas comunidades para financiar a los Contras en Nicaragua. Esta crisis no solo debilitó a las comunidades marginadas, sino que también justificó la implementación de políticas represivas de la “guerra contra las drogas” en el país.
Este mismo patrón de justificación se manifiesta en América Latina. El Plan Colombia, financiado por Estados Unidos a partir de 1999, se presentó como una iniciativa para combatir el narcotráfico y el terrorismo en la región. Aunque su objetivo declarado era la lucha antidrogas, en la práctica sirvió para justificar la intervención extranjera y la militarización de la seguridad interna en Colombia, reforzando la narrativa de que el tráfico de drogas es una amenaza a la seguridad hemisférica.
En el contexto actual de las tensiones entre América Latina y Estados Unidos, el narcotráfico sigue siendo un eje central. La “guerra contra las drogas” proporciona a Washington un marco para ejercer presión política, militar y económica sobre países de la región. De esta manera, el narcotráfico deja de ser un simple problema criminal para convertirse en una herramienta de dominación que permite a las potencias justificar su intervención y control sobre terceros países, usando la retórica de la seguridad para enmascarar intereses geopolíticos más profundos.
El caso Noriega: de aliado a enemigo
La invasión de Estados Unidos a Panamá en 1989, conocida como Operación Causa Justa, es un ejemplo paradigmático de cómo la geopolítica del narcotráfico se manifiesta. El principal objetivo declarado por el presidente George H. W. Bush fue capturar al general Manuel Noriega para que fuera juzgado por cargos de narcotráfico. Sin embargo, este mismo Noriega había sido durante años un aliado clave de la CIA, proveyendo inteligencia y apoyo para operaciones estadounidenses en la región.
El vínculo de Noriega con el tráfico de drogas, incluyendo su relación con el Cartel de Medellín de Pablo Escobar, era conocido por las agencias estadounidenses, que hicieron la vista gorda mientras les era útil. La situación cambió cuando Noriega se convirtió en un obstáculo para los intereses estadounidenses en la región, especialmente en lo que respecta al control del Canal de Panamá. Así, lo que antes era un activo, su vínculo con el narcotráfico, se convirtió en la justificación principal para la invasión y el derrocamiento de un ex-aliado. Esta acción militar es vista por muchos como una demostración clara de que la “guerra contra las drogas” puede ser un pretexto para alcanzar objetivos geopolíticos y de control territorial.
Álvaro Ramis, Teólogo, Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Presidente Centro de Estudios Territorio y Comunidad. Ex presidente de la FEUC y actual investigador del Centro Ecuménico Diego de Medellín. Colaborador de elmaipo.cl
El Maipo/Le Monde Diplomatique



