Jueves, Octubre 23, 2025

La delicada línea entre la pluralidad y lo inaceptable, por Constanza Schaub

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Hoy, mientras las redes sociales se encienden condenando a Kaiser, pocos se atreven a mirar al otro lado del problema: el medio que le prestó la vitrina. El comunicador que no cumplió su rol. El gremio que guarda silencio. ¿Hasta cuándo seguiremos fingiendo que no somos parte del problema?

Por estos días más que preguntarnos por la salud de la democracia, es tiempo de preguntarnos por la salud del periodismo. Porque cuando un candidato presidencial afirma en televisión que apoyaría un nuevo golpe de Estado “si se repitiera el escenario del 11 de septiembre de 1973”, lo que queda expuesto no es sólo su desprecio por las instituciones democráticas, sino también la alarmante falta de reacción de quienes somos los llamados a interpelar. El problema no es solo el discurso, sino la pasividad del periodista que lo
amplifica sin filtros ni preguntas incómodas. O peor: la renuncia deliberada al rol crítico que nos compete.

Johannes Kaiser, el presidenciable libertario, no ha escondido jamás su desprecio por los valores democráticos. Sus declaraciones misóginas, xenófobas y autoritarias están ahí, en registros públicos, entrevistas y redes sociales. No hay sorpresa. Lo que sí debería escandalizarnos es la forma en que los medios de comunicación, en particular sus periodistas, han decidido normalizar sus dichos bajo el pretexto de “dar tribuna a todas las voces”, como si la libertad de expresión fuera un cheque en blanco sin
responsabilidad editorial.

La entrevista más reciente, realizada en Meganoticias por Tomás Mosciatti —abogado, empresario de medios, pero no periodista— nos enfrenta a una inquietante realidad: a veces el ejercicio de la comunicación pública queda en manos de personas sin formación ni compromiso con los valores del periodismo; otras, en cambio, en quienes deliberadamente deciden omitirse de nuestro principio rector: la responsabilidad. Porque cuando un diputado y aspirante a la primera magistratura del país dice que apoyaría un golpe de Estado y el entrevistador no reacciona, no pregunta, no contextualiza ni objeta, el problema ya no es el invitado: es el dueño del micrófono.

Y es que no nos equivoquemos: fue un Golpe de Estado que devino en dictadura cívico militar (no un “pronunciamiento militar”, como el invitado quiso edulcorar), y quien la encabezó -en la memoria histórica y para todo efecto – fue el dictador Augusto Pinochet.

Sin ambages, fuerte y claro.

La ignominia del golpe de Estado no se habría concretado sin una prensa que preparó el terreno. Diarios como El Mercurio y otros medios de la época no solo allanaron el camino a la intervención militar, sino que ocultaron violaciones a los derechos humanos, justificaron la represión y criminalizaron toda disidencia.

Hoy, 50 años después, algunos sectores de la prensa parecen repetir ese guion, esta vez disfrazado de imparcialidad.

Pero, no se trata de censurar ideas. Se trata de entender que la libertad de expresión no ampara discursos que inciten al quiebre de la democracia. Esa libertad exige responsabilidad, memoria y, sobre todo, límites. No es libertad de expresión cuando se le da tribuna a quien busca dinamitar el pacto democrático. Es negligencia. Es complicidad.

Frente a esto, como gremio nos urge y convoca una autocrítica honesta y sin ambigüedades. No podemos seguir matizando ni relativizando la gravedad de discursos que atentan contra la democracia, en nombre de una supuesta imparcialidad. Tampoco podemos ignorar la crisis estructural de un oficio saturado y vulnerable que sobrevive permanentemente en el dilema de acatar la agenda del poder o llevar el sustento a la mesa.

Debemos discernir.

No menos importante, y si de responsabilidad se trata, es hora de mirar también hacia las universidades. Los planteles que forman a las nuevas generaciones de periodistas deben reforzar, con urgencia, la formación en ética, memoria histórica y compromiso con la verdad. El periodismo no es una herramienta de relaciones públicas, es un pilar de la democracia y su ejercicio exige carácter, conciencia, convicción y coraje. Nada más en las antípodas de la comunicación social que “mantenernos al margen” o ser meros soportes de un micrófono. Necesitamos más vocaciones comprometidas que no teman incomodar cuando lo justo está en juego.

Hoy, mientras las redes sociales se encienden condenando a Kaiser, pocos se atreven a mirar al otro lado del problema: el medio que le prestó la vitrina. El comunicador que no cumplió su rol. El gremio que guarda silencio. ¿Hasta cuándo seguiremos fingiendo que no somos parte del problema?

Constanza Schaub, periodista, colaboradora de elmaipo.cl

El Maipo

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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