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Jueves, Noviembre 21, 2024

Integración para superar el extractivismo y el proteccionismo. Por Roberto Pizarro Hofer

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El presidente argentino, Javier Milei, ha decidido no participar este 8 de julio en la cumbre del Mercosur y, en cambio, ha elegido, esa misma fecha, para reunirse con Jair Bolsonaro. Una nueva provocación contra el presidente Lula, al que recientemente ha calificado de corrupto y comunista.

Los insultos de Milei contra Lula y otros presidentes democráticos de la región no importan mucho. Se sabe que el actual presidente de Argentina no esta en su sano juicio. El problema es que su ausencia constituye un golpe adicional a la ya deteriorada integración del Mercosur, con efecto hacia el conjunto de la región. Y esto hay que detenerlo.

En momentos que retorna el proteccionismo al mundo, encabezado primero por Trump y ahora por Biden, se abre una oportunidad para que nuestra región recupere una moribunda integración. A Milei no le interesa porque ha optado por favorecer la desintegración, al elegir relaciones carnales con los Estados Unidos.

En este momento, la decisión de Milei significa aceptar la tesis estadounidense que exige a nuestros países ofrecer a sus mercados un acceso prioritario de nuestras materias primas estratégicas (que incluye litio y cobre, entre otras). Es lo que vienen gestionando las cancillerías de EE.UU. y de la Unión Europea con sus “Memoranda de Entendimiento para Asociaciones Estratégicas sobre Materias Primas“

Esos Memoranda son un manifiesto intento de control colonial sobre nuestros recursos naturales, lo que no es sólo un asunto económico, sino tiene una trascendencia estratégica. Por ello junto con adoptar una posición común ante las imposiciones imperiales, es la oportunidad para recuperar la decaída integración regional.

Es entonces hora de hacer convergencia industrial, porque la liberalización comercial, aunque importante, no ha sido suficiente para favorecer la integración entre nuestros países. Y, la mejor prueba de ello es que el comercio intrarregional viene cayendo sistemáticamente (hoy apenas un 12%), mientras las exportaciones de recursos naturales hacia el capitalismo desarrollado y a China crecen aceleradamente. Y, el extractivismo no ayuda a la integración.

El extractivismo ha sido dominante en los gobiernos de derecha, pero también durante los gobiernos progresistas que emergieron en la década del dos mil, los que se obnubilaron con los precios de las materias primas, aceptando que nuestras economías fuesen parte del eslabón más frágil de la globalización. Fue una oportunidad perdida para la industrialización y la integración regional.

En esos años incluso economías con cierto grado de desarrollo industrial, como Argentina y Brasil, se primarizaron al multiplicar sus exportaciones de alimentos (especialmente soja), petróleo y minerales para la industrialización y urbanización china.

La integración seguirá siendo retórica si no se modifica la matriz productiva exportadora de recursos naturales y para ello hay que volcar la mirada hacia nuestra región. La diversificación de la estructura productiva de la región se encuentra ligada a la integración y potenciarla favorecerá además el empleo y el crecimiento de las pymes.

El camino de la industrialización es difícil, pero indispensable para avanzar al desarrollo. Obliga al Estado, a políticos y economistas a actuar con autonomía frente al gran capital y con independencia ante las grandes potencias.

Sin contar con la Argentina de hoy, habrá que apuntar a entendimientos concretos entre los gobiernos de Lula, Petro y también de la nueva presidente de México. Son las economías más potentes de América Latina, a las que debiera plegarse el presidente de Chile. Puede ser una oportunidad para salir del pantano en que se encuentra la integración.

Ahora, luego de los sucesivos fracasos de los esquemas formales de integración, habrá que actuar con sentido práctico y apelar a iniciativas concretas.

En primer lugar, intentar un tratamiento común frente al capital extranjero. En vez de continuar en esa desgastante competencia entre nuestros países por atraer recursos provenientes del exterior, reduciéndole exigencias al capital, nuestros países debieran ponerse de acuerdo y adoptar una política común para su acceso; pero, al mismo tiempo, habría que promover estímulos para orientar las inversiones en favor de las actividades industriales, en vez de los servicios y recursos naturales.

En segundo lugar, la política industrial si bien se implementa desde los espacios nacionales, su concreción se ve limitada por los mercados estrechos y, por tanto, resulta indispensable el desarrollo de encadenamientos productivos binacionales y plurinacionales. Pero, para que las cadenas de valor sean competitivas, las políticas industriales nacionales deben apoyar la productividad y la innovación.

En consecuencia, el vínculo entre las políticas nacionales y la integración resulta fundamental. Y así podrán converger empresas grandes y pequeñas, de distintos países en la agregación de valor. Y, como la liberalización comercial es hoy un activo significativo de la región, ello ayudará a ofrecer un mercado ampliado para la realización de las mercancías.

Hay que agregar lo siguiente. En las últimas décadas se han multiplicado las inversiones de empresas de origen brasileño, colombiano, mexicano y chileno en los mismos países de América Latina. Se trata de empresas e inversiones de gran envergadura (Multilatinas), pero muy concentradas en la producción de recursos naturales, alimentos y servicios. Estas empresas pueden llegar a jugar un papel crucial en la complementación industrial de la región si los gobiernos deciden apoyan su integración en cadenas de valor regionales, con medidas de facilitación comercial y financiera.

Tercero. Los Estados deben insistir en potenciar la construcción de una infraestructura regional, que apoye la disminución de los costos de producción de los bienes y servicios para los mercados internos de América Latina. En la actualidad, los costos logísticos de la región están dentro de los más altos del mundo. Por tanto, los proyectos de energía, comunicaciones, caminos y puertos, por su envergadura inversionista, y porque trascienden a un solo país, debieran estar en el centro del proceso de integración regional.

En suma, el freno a la globalización y el renacimiento del proteccionismo en el mundo abren condiciones favorables para impulsar una integración efectiva, que supere lo comercial y favorezca las actividades industriales. Ello permitirá terminar con el extractivismo y avanzar hacia el desarrollo.

Por Roberto Pizarro Hofer Colaborador de El Maipo

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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