Hay gestos políticos que no solo sorprenden: duelen. El apoyo explícito de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, hijo del expresidente Eduardo Frei Montalva, a José Antonio Kast es uno de esos actos que no resisten ni la memoria histórica ni la decencia política. No se trata de una simple discrepancia intergeneracional ni de la libertad democrática de marcar una preferencia. Se trata de algo más profundo: una negación directa del legado político, humano y ético de Frei Montalva. Y eso, sencillamente, él no lo merece.
Porque Frei Montalva no fue un conservador “razonable”, como algunos intentan reinterpretar. Fue el símbolo de una generación que rompió de manera radical con el conservadurismo oligárquico y clerical del que venían. Una generación que entendió que Chile necesitaba transformaciones estructurales y, por lo mismo, levantó un proyecto nacional y popular que buscaba abrir un camino nuevo.
Esa generación impulsó la reforma agraria; imaginó la chilenización del cobre como eje de un desarrollo autónomo; expandió la promoción popular; construyó la infraestructura de un país moderno; democratizó instituciones que habían permanecido cerradas al pueblo. No lo hicieron desde el neoliberalismo naciente ni desde el orden autoritario, sino desde una apuesta por una vía no capitalista de desarrollo, tal como lo planteaba con absoluta claridad el programa de Radomiro Tomic en 1970.
Esa visión, que hoy muchos caricaturizan, fue lo suficientemente audaz como para incomodar a los poderes económicos internos y a los intereses geopolíticos externos. Por eso Frei Montalva fue seguido, vigilado, acosado. Y muy probablemente asesinado por los mismos aparatos represivos que consolidaron la dictadura cívico-militar. Por eso Bernardo Leighton sufrió uno de los atentados más brutales del terrorismo pinochetista. Por eso tantos democratacristianos fueron perseguidos, torturados, exiliados.
Ese es el linaje político y moral del que proviene Eduardo Frei Ruiz-Tagle. No el de la derecha autoritaria que hoy abraza. No el del pinochetismo reciclado que José Antonio Kast representa. No el de quienes justificaron, promovieron o relativizan las mismas estructuras que destruyeron a su propio padre y a sus camaradas.
Por eso su posición no es solo un error político: es un acto que genera una profunda injusticia histórica y humana, que hiere la memoria de quienes lucharon —con sus límites, sí, pero también con enorme coraje— por un Chile más justo, más democrático y más digno para las mayorías.
Si Frei Montalva hubiese querido que su obra derivara en una restauración autoritaria, en una negación de los derechos humanos o en un proyecto conservador-radical, lo habría dicho. Hizo exactamente lo contrario. Lo escribió, lo denunció, lo enfrentó.
La historia no obliga a nadie a repetir dogmas ni a fijar para siempre las coordenadas políticas. Pero sí exige, como mínimo, no traicionar la memoria de quienes dieron incluso su vida por un ideal democrático. Y en eso, Frei Montalva no merece lo que hoy se hace en su nombre.
Para El Maipo, Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.



