El pasado domingo fuimos testigos de una elección cuyo resultado, paradójicamente, era anticipado por muchos. A pesar del entusiasmo final del comando de Jeannette Jara, que apostaba por capitalizar los tropiezos comunicacionales de su rival, José Antonio Kast se impuso con contundencia: 58% contra 41%. El líder republicano no solo logró la mayor votación histórica para un presidente en Chile, sino que arrasó en todas las regiones del país.
Lo verdaderamente inquietante no es el resultado en sí, sino nuestra falta de sorpresa ante él. ¿Cómo es posible que apenas seis años después del “Chile despertó” y del triunfo arrollador de la izquierda en la Convención Constitucional, nadie se asombre por la victoria de un candidato conservador, reaccionario y con rasgos autoritarios en su expresión?
La clave no reside en Kast, ni en el Partido Republicano, ni siquiera en la derecha chilena. Estos son apenas los rostros visibles de un fenómeno mucho más profundo. La verdadera respuesta yace en la construcción progresiva de un escenario social, político y comunicacional que ha resultado extraordinariamente favorable para este tipo de liderazgos.
El espíritu de una época
El filósofo alemán Hegel popularizó el concepto de “Zeitgeist” —el espíritu de la época— para describir la manera particular en que una sociedad piensa, siente y actúa en un momento histórico determinado. Si observamos el panorama mundial actual, resulta evidente que vivimos en un Zeitgeist propicio para liderazgos como el de Kast. Bukele en El Salvador, Milei en Argentina, Trump en Estados Unidos, Meloni en Italia, Orbán en Hungría, Putin en Rusia, o el ya caído Bolsonaro en Brasil, conforman una constelación de figuras que comparten características similares. Chile, simplemente, no podía quedar al margen de esta tendencia global.
Pero este espíritu de época no surge de la nada. Requiere condiciones específicas que se gestan durante años, no semanas. Para comprenderlo mejor, vale la pena mirar hacia el pasado y preguntarnos qué nos puede enseñar la historia.
Ecos del periodo de entreguerras
Durante las décadas de 1920 y 1930, el mundo presenció el ascenso de liderazgos autoritarios con un apoyo popular considerable. Aunque los métodos y consignas eran propias de su tiempo, las condiciones que permitieron su emergencia guardan similitudes inquietantes con nuestro presente. Como bien se dice, la historia no se repite, pero rima.
Primero, la crisis del sistema capitalista. En el periodo de entreguerras, el malestar generalizado contra las élites económicas se agudizó dramáticamente con la crisis bursátil de 1929, que desató una ola de miseria global. Hoy, aunque no enfrentamos un colapso de esa magnitud, es innegable que la capacidad de generar empleo digno ha disminuido considerablemente, lo que se traduce en un preocupante aumento del empleo informal y en la erosión del poder adquisitivo de las familias.
Segundo, el resurgimiento del anticomunismo. En aquellas décadas, el fantasma de la Unión Soviética y su doctrina férrea generaba rechazo en amplios sectores de la población. Si bien hoy no existe la URSS, los experimentos de izquierda latinoamericanos —con el régimen de Nicolás Maduro como ejemplo paradigmático— han alimentado un anticomunismo generalizado, agravado por las repercusiones que Chile ha sufrido a causa de la situación venezolana.
Tercero, la desafección democrática. Cuando la población siente que la democracia y sus instituciones no responden a sus problemas cotidianos, se abre la puerta al autoritarismo. En Chile, las encuestas muestran sistemáticamente que la valoración de la democracia ha caído en picada, mientras que crece la simpatía por gobiernos de corte autoritario, incluso hacia la dictadura de Augusto Pinochet.
La pregunta crucial
Estas tres condiciones permitieron el surgimiento de regímenes autoritarios en el periodo de entreguerras, y hoy vemos cómo se repiten en un contexto diferente pero análogo. El Zeitgeist se cumple una vez más.
Por eso la victoria de José Antonio Kast no debería sorprendernos. No es una anomalía histórica, sino la expresión local de una tendencia mundial consolidada que privilegia un aparente orden frente a la incertidumbre. El desafío que enfrenta su gobierno será enorme: no defraudar a un electorado que depositó en él esperanzas de soluciones rápidas y contundentes.
La pregunta relevante, entonces, no es por qué ganó Kast. La pregunta urgente es: ¿hasta cuándo durará este Zeitgeist? Y, más importante aún, ¿cómo puede ser combatido con éxito? Porque si algo nos enseña la historia es que estos espíritus de época, aunque poderosos, no son eternos. Pero tampoco desaparecen por sí solos.
Fabián Tello, profesor de Estado en Historia y Geografía, dirigente social de Peñaflor, colaborador de elmaipo.cl
El Maipo
Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.



