Domingo, Diciembre 21, 2025

El WhatsApp colaborativo del Patito Verde. Por Álvaro Ramis Olivos

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En Chile ya no basta con hablar de fake news como si fueran memes malintencionados circulando por redes sociales. Lo que está en juego es algo mucho más profundo: una red de complicidades que amenaza la salud misma de la democracia. Y en el centro de esa telaraña aparece el nombre de Patricio Góngora, el “Patito Verde”, exmiembro del directorio de Canal 13, cuyo legado no serían precisamente programas emblemáticos, sino la arquitectura de un sistema de desinformación cuidadosamente engrasado.

Ese WhatsApp colaborativo del Patito Verde, del que tanto se murmura en pasillos mediáticos y políticos, funcionaba como una verdadera sala de operaciones. No era un chat inocente entre colegas; era el tablero donde se coordinaban bots, periodistas en ejercicio y medios formales dispuestos a jugar su parte. Allí se delineaban campañas, se instalaban rumores, se decidía qué fake nacía como chispa en un portal fantasma y qué mentira sería “bendecida” en la radio o la televisión para ganar credibilidad.

El mecanismo era perversamente simple: las redes oscuras producían el veneno, los medios formales le daban legitimidad, y luego los ejércitos digitales lo multiplicaban hasta intoxicar la conversación pública. No era espontaneidad, era estrategia. Y lo más grave: con periodistas activos participando del juego, prestando sus voces y sus credenciales profesionales para encubrir propaganda como si fuera periodismo.

¿Puede un miembro del directorio de un canal de televisión orquestar, desde la comodidad de su oficina, un sistema de manipulación informativa con tentáculos en radios, diarios y cuentas automatizadas? Si la respuesta es sí, entonces no estamos hablando solo de un escándalo ético: estamos frente a una amenaza estructural contra el derecho ciudadano a estar informado. Porque cuando la desinformación se institucionaliza, la democracia se vuelve un espejismo.

El “WhatsApp del Patito Verde” es la caja negra de esta trama. Allí se puede verificar quién diseñaba, quién transmitía y quién amplificaba. Es la prueba material de que la mentira circulaba con código de barras, que no era un accidente sino un producto manufacturado. Y hasta que esa caja negra no se abra, las sospechas seguirán contaminando todo el sistema mediático chileno.

El país merece claridad. No se trata de un chisme más en la guerra de los medios, sino de una operación política encubierta que pudo alterar debates, elecciones y climas sociales completos. Investigar no es opcional: es un deber democrático. Porque si el WhatsApp colaborativo del Patito Verde existió como se denuncia, lo que revela es la colonización de los medios por la lógica del troll, y la renuncia al periodismo como servicio público.

En resumen: no es Góngora el problema en sí. Es lo que representa. Un modelo de comunicación tóxica que convirtió a los medios formales en legitimadores de cloacas digitales. Y hasta que no se desmonte esa maquinaria, la democracia chilena seguirá caminando con un lastre en el corazón.

Por Álvaro Ramis, Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), colaborador de El Maipo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo

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