Viernes, Noviembre 21, 2025

El votante incómodo: Franco Parisi y el Chile que la política no supo leer. Por Fabián Tello

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Pasado el fin de semana de elecciones, ya con los nervios más calmados, las cartas sobre la mesa y los resultados a la vista, cuesta identificar un ganador claro. Jeannette Jara obtuvo un rendimiento muy por debajo de las expectativas de su comando; José Antonio Kast llegó contrarreloj a enfrentar el sorpresivo ascenso de Johannes Kaiser; y Evelyn Matthei presenció cómo su candidatura y el proyecto de una derecha que prometía unir al país se desmoronaba rotundamente. Sin embargo, hubo un ganador, uno que incluso líderes de opinión como Alberto Mayol tuvieron que reconocer: el fenómeno “les quedó grande”.

Nadie pudo anticipar la arremetida electoral de Franco Parisi y el Partido de la Gente, quienes alcanzaron el tercer lugar presidencial y lograron elegir 14 diputados, consolidándose como una tercera fuerza política que ahora debe tomarse en serio.

Este ascenso no es casual. Es el resultado de un trabajo constante de un candidato que aparece en la escena electoral desde 2013. En contraste con el cada vez más desgastado espectáculo de Marco Enríquez-Ominami, quien en cada elección ve cómo sus votos disminuyen, Parisi, como buen economista, ha logrado “rentabilizar” su apoyo electoral hasta situarse hoy en una posición de poder considerable.

La pregunta repetida en matinales y noticiarios: “¿Cómo es el votante de Parisi?”.

Esta necesidad tan humana de clasificar para comprender y actuar mejor se topa aquí con una realidad mucho más compleja de lo que muestran los titulares. Al observar su franja electoral —tanto presidencial como parlamentaria—, se evidencia un público profundamente molesto con la élite política. El eslogan constante “ni facho ni comunacho” refleja un rechazo transversal. Es un electorado que exige orden, incluso aceptando medidas extremas como militares en las calles o minas antipersonales en la frontera, pues la inmigración y sus efectos los tienen hastiados. Hasta aquí, parecería un votante cercano a Kast.

Pero esa misma franja también mostró con claridad la demanda por mejores pensiones, acceso digno a la salud y medicamentos a precios razonables. Es decir, un votante que necesita al Estado, aunque perciba que éste opera exclusivamente al servicio de la élite “facha y comunacha” mediante altos sueldos y prácticas corruptas. Aquí es donde el comando de Jara comienza a prestar atención.

En resumen, el votante de Parisi quiere un Estado más pequeño, pero al mismo tiempo exige que ese Estado lo proteja. Busca seguridad, pero reclama libertad para vivir sin interferencias. Es, en cierto modo, como un paciente enfermo que detesta el remedio.

El votante de Parisi es, en esencia, Chile desde 2019. A diferencia de los análisis simplistas —tanto de izquierda como de derecha— sobre el estallido social (tema que da para otra discusión), el mensaje de entonces fue claro: “De derecha e izquierda, todos los políticos a la…”. Un rechazo profundo hacia un sistema político que no está respondiendo a sus necesidades. Esto sugiere que buena parte de los votantes de Parisi quizás marchó en 2019, pero luego, ante el temor a la continuidad del gobierno de Sebastián Piñera, votó por Gabriel Boric en segunda vuelta.

Así, frente al aparente “divorcio” entre el orden, la mano dura y la seguridad que propone Kast, y las mejoras sociales impulsadas por Jara, surge la pregunta inevitable: ¿con quién se quedará el voto de Parisi?

La respuesta no es sencilla, porque este electorado representa la contradicción fundamental de nuestro tiempo político. Son ciudadanos que han perdido la fe en las etiquetas tradicionales, que rechazan tanto el modelo neoliberal en su expresión más dura como el estatismo redistributivo clásico. No caben en los moldes preconcebidos del ajedrez político tradicional, y esa es precisamente su fuerza disruptiva.

Lo que ambos comandos deben entender es que estos votantes no buscan pureza ideológica, sino soluciones pragmáticas. No les interesa si una propuesta viene de la izquierda o la derecha; les importa si resuelve sus problemas concretos: la inseguridad en sus barrios, el hospital que colapsa, la pensión que no alcanza, la sensación de que el país se les escapa de las manos.

Quien conquiste este voto no será quien mejor defienda sus principios doctrinarios, sino quien logre articular un discurso que reconcilie estas aparentes contradicciones. Un Estado que funcione, pero que no ahogue; seguridad sin autoritarismo; dignidad social sin burocracia ineficiente. Un proyecto que, en definitiva, reconozca que el votante de Parisi no está confundido: está expresando la complejidad de un país que la política tradicional se empeña en simplificar.

La segunda vuelta dirá si alguno de los candidatos logró descifrar este enigma. Pero más allá del resultado electoral, el mensaje ya está dado: hay un Chile que no se siente representado por ninguno de los polos tradicionales, y ese Chile acaba de levantar la mano. Ignorarlo sería el mayor error político de esta década.

Fabián Tello M. Profesor de Estado en Historia y Geografía. Dirigente Social y colaborador de elmaipo.cl

El Maipo

Nota: El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de sus autores, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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