Lunes, Mayo 12, 2025

El racismo que llevamos dentro, por María Emilia Tijoux

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Cuando en 2017 Joane Florvil acudió a la Municipalidad de Lo Prado buscando recuperar los documentos que le habían sido robados, no imaginó que mientras buscaba un traductor que le permitiera comunicarse, y confiaba su niña a un guardia que veía como una autoridad confiable, su acto sería visto como abandono. Nadie se esforzó por conseguir un traductor o tratar de entenderla. Joane fue detenida. Luego, fue fotografiada, insultada en redes sociales y humillada por los medios, convirtiéndose en objeto de múltiples irregularidades institucionales marcadas por el racismo que descompensaron su salud provocándole la muerte (sobre la cual aún no hay claridad). Posteriormente, su esposo no pudo recuperar a su hija pues ella fue institucionalizada, al mismo tiempo que él entraba en una maraña burocrática que le obligó a seguir cursos para demostrar que podía ser un buen padre. Joane era migrante, haitiana, afrodescendiente y no hablaba español. Toda la violencia del racismo se había desatado contra ella.

El 14 de marzo de este año leíamos en distintos medios que se cuestionaba la reunificación familiar de niños y niñas de Haití que llegaban al aeropuerto de Santiago en vuelos pagados por sus familias. Más allá de las dificultades de quienes no pudieron ingresar a causa de las malas gestiones de la empresa contratada, y que dejó pasar el tiempo hasta que se venció el documento que autorizaba el ingreso a Chile, vimos el trato racista que públicamente se produjo. Se dudó de que pudieran pagar un pasaje que durante meses o años las familias habían ahorrado. Se olvidó cuántas personas haitianas trabajan en Chile, y los sacrificios que hacen para organizar sus vidas. Se olvidó que Haití vive una escalada de violencia armada que ha provocado desplazamientos masivos, cuyas consecuencias son muy graves.

Migración obligatoria

Estas situaciones no solo suceden en nuestro país, que desde los años noventa se convirtió en país de inmigración atrayendo a personas de países fronterizos y del Caribe. Son millones las personas en el mundo que experimentan condiciones similares, que emigran obligadamente y son objeto de maltrato permanente. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), ya en 2020 se desplazaba un 3,6% de la población mundial, es decir, eran aproximadamente unos 281 millones de personas. Esta realidad injusta que experimentan quienes abandonan sus hogares, que en ocasiones entran en contacto con mafias, exponiendo las vidas de sus familias y buscando un lugar donde vivir, implica un rechazo construido sobre sus países y sus situaciones. En Chile podemos observar sus incertidumbres debido a la precarización laboral, junto a las repetidas y sistemáticas discriminaciones por parte de los nacionales.

Es así que, tomando en cuenta los efectos que actualmente tiene la discriminación de carácter racista sobre las personas migrantes que desde los años 90 han llegado a Chile, y también sobre las relaciones que mantienen con la población chilena, consideramos que la categoría “migración” ha sido construida negativamente. No solamente por los hechos que actualmente dejan ver la visión de sospecha sobre sus presencias en el país, sino por condiciones históricas y sociales donde, por ejemplo, están presentes las nociones de “civilización” y de “raza”, que distinguen hoy. entre extranjeros y migrantes. Así, se señala a los europeos como un aporte para el mejoramiento físico-racial e intelectual, y a los migrantes como objeto de racismo y de xenofobia. Lo que opera acá es un corte biológico racista, pues se trata de la distinción que se hace entre un extranjero visto como amigo, y un migrante visto como enemigo. Dicha distinción proviene de la lógica del paradigma inmunitario, según la cual la comunidad se constituye protegiendo a unos y destruyendo a otros. Además de esta división, con la persona migrante emergen otras que dividen por el color de la piel, la clase, el sexo, o el país de origen. Esta ruptura termina dividiendo al “cuerpo social” según la línea de fuerza dibujada por los saberes, donde los dispositivos ligados al discurso moderno de la “raza” indican una clara señal hacia la muerte.

El racismo institucional opera biopolíticamente, seleccionando, racializando y animalizando (Brossat, 1998), en un contexto de alto desplazamiento de migración trabajadora y de gran porosidad de las fronteras. Este racismo se puede observar también en el sistema migratorio, dado que las políticas nacionales tienen un enfoque restrictivo y discriminatorio, especialmente contra migrantes que llegan desde Haití, Venezuela o Colombia. Los requisitos burocráticos para su entrada o su estadía dificultan la regularización, dejando a muchos en situación irregular, lo que los hace extremadamente vulnerables. En suma se trata de “dejar vivir” a personas migrantes racializadas que sirven como mano de obra del trabajo más precarizado, y al mismo tiempo gestionar mediante ilegalismos la mano de obra barata que proviene de la persona migrante que está en condición irregular. Esta práctica, ampliamente llevada a cabo en Chile, implica que la falta de papeles convierte a los migrantes en seres que trabajan en pésimas condiciones, pero que al no tener base administrativa, experimentan una vida abandonada en un turbio umbral entre hecho y derecho.

El migrante como mercancía

Así, a la persona denominada como “migrante”, además de sacarla de su lugar como un ser que tiene una historia y una memoria, es producida como alguien imperceptible para el capital, y que si bien se trata de quien deviene invisible para la sociedad y las instituciones, el capital profita de su condición de imperceptible, extrayendo valor de alguien que no obstante, deja de ser sujeto de empatía. En cambio, la persona migrante se vuelve objeto de “expertos”, que corroboran la reducción de las personas migrantes a “objetos” –principalmente para las policías–, haciendo de quienes migran una preocupación de orden securitario. En este marco, se traduce en un ser sin valor social, pero de valor económico. Si Marx ha observado en el fetichismo de la mercancía que los humanos se relacionan entre sí como si fueran cosas, y que las cosas interactúan entre sí como si estuviesen animadas, en este marco el migrante solo puede ingresar como objeto cosificado y convertido en mercancía. Así, vemos que el “trabajo migrante” es necesario para la acumulación del capital, dado que el migrante queda fuera de la socialidad para únicamente trabajar en la precariedad, la irregularidad y la informalidad más radical.

Pero, ¿qué entendemos por racismo? Existe una vasta literatura al respecto. Gran parte de ella discute sobre su carácter antiguo o moderno, o sobre sus variaciones, pero rara vez se tematiza su carácter político, que generalmente sirve a propósitos económicos, y por lo tanto a generar ganancias a bajo costo. Sin embargo, lo que sí es claro es que el racismo existe, que se manifiesta de distintas formas y que se devela cuando se trata de la exclusión de un “otro”, ya sea esta social o simbólica. Dicha exclusión -que es permanente-, la podemos observar en acciones y en discursos que conforman una figura para despreciar o humillar, y a la que se despoja de su condición de persona. El racismo es un fenómeno permanente que va y viene (pues se ha producido en distintos momentos de la historia), dando cuenta de la incapacidad de los Estados por trabajar para disminuir o terminar con el racismo cuando al mismo tiempo es quien lo ha constituido y promovido. Sobre todo cuando sabemos que toda identidad patriótica precisa de un “otro” al que inferioriza para distinguirse. Estamos frente a un concepto que parece obvio pero que no lo es, y frente al cual necesariamente debemos detenernos a la luz de hechos que siguen sucediendo –tal como ocurre con las migraciones contemporáneas y lo que experimentan las personas migrantes–, y que refuerzan diversas discriminaciones por parte de quienes solo buscan replegarse en identitarismos, reforzando la preferencia por lo mismo o de lo mismo, teniendo que excluir, reprimir y destruir a la alteridad. Si hablamos de racismo es porque no se trata de acciones puntuales, accidentales o anecdóticas de discriminación o xenofobia, sino de un trato sostenido de inferiorización moral, política y económica, en diversos ámbitos de la vida.

Vemos entonces que el impacto que produce el racismo no puede ser pensado por fuera del colonialismo y del capitalismo. Sabemos que el colonialismo no es una relación de intercambio, sino una relación de sumisión y de dominación. Entonces, el imaginario racista colonial proveniente del colonialismo europeo, que operaba sobre los pueblos negros de las colonias, se proyecta hoy en la persona migrante, haciendo evidente la violencia racista del imaginario humanista occidental.

“Mejorar la raza”

En nuestro país, el proceso modernizador fue influenciado por intelectuales y políticos promotores del positivismo europeo que planteaban al progreso como horizonte. En el siglo XIX llegaban inmigrantes europeos impulsados por la política del Estado chileno a colonizar territorios del sur de Chile para “mejorar la raza”. La diferencia corporal entre europeo e “indio” estaba contenida en esta política de negación del otro para que la mejora fuese biológica y cultural. Actualmente, la militarización de Wallmapu, la falsedad de los juicios, el encierro de sus luchadores, las persecuciones a sus abogados y a quienes apoyan sus luchas, da cuenta de una continuidad del castigo. La reciente desaparición de Julia Chuñil Catricura, las 171 personas del pueblo mapuche desaparecidas y ejecutadas en dictadura, los múltiples crímenes como el de Camilo Catrillanca, al igual que los anteriores y posteriores a estas fechas, dejan ver que la “raza” sigue siendo un potente marcador político de diferencias que continúa golpeando a los siempre señalados como “otros”. Un racismo estructural ha operado desde el momento de la formación del Estado-nación y el uso permanente de la violencia por parte de distintos gobiernos muestra bien que la clase dominante sigue decidiendo sobre pueblos, grupos y familias a quienes ubica en un lugar “inferior”.

Aunque entendamos que la “raza” es una ficción, y que no tiene sustento científico, ella sigue siendo un concepto que organiza los grandes sistemas de clasificación de diferencias en las sociedades, que tal como lo advirtiera W. E. B. Du Bois aunque esas diferencias fueran sutiles, es de manera silenciosa y segura que han logrado separar a los grupos humanos (Du Bois, 1897). En el año 2003, el 5 de junio, se firmaba la Convención Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial y Formas Conexas de Intolerancia. Y su artículo 1 decía: “la discriminación racial es cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia, en cualquier ámbito público o privado, que tenga el objetivo o el efecto de anular o limitar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de uno o más derechos humanos o libertades fundamentales consagrados en los instrumentos internacionales aplicables a los Estados Parte. La discriminación racial puede estar basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico”. No es el único instrumento ratificado por el Estado chileno, y sin embargo, no por ello se aplican estos principios en lo que atañe el respeto a los derechos.

Es por ello que podemos aseverar que la ficción racista es constitutiva del Estadonación, y que al ser esta inseparable de la “frontera” como ficción complementaria que atañe inmediatamente a la inmigración, hay reciprocidad entre el nacionalismo y el racismo, porque pensamos lo “chileno” como lo “superior” frente a la inmigración. Entonces, cierto tipo de antagonismos se pueden transformar rápidamente en racismo. Por ejemplo, como ocurre con la búsqueda de trabajo y de oportunidades que moviliza las personas a migrar, y que rápidamente se transforma en una cuestión de “raza”, precisamente en la época de la crisis postcolonial de la nación, en esta época de mundialización de la economía, o como también está sucediendo con la crisis medioambiental.

Racismo camuflado

Entonces, la “otredad” que revela el lugar ajeno o aparte de una persona migrante, ayuda a que se revele el sentimiento nacional, e intensifica aquella fragmentación que hace que el racismo indique a la “raza” de este “otro”, para inmediatamente separarse de él/de ella. Estamos frente a un racismo que supone la existencia de formas de vida que serían incompatibles con el modo de ser nacional, como si se tratase de idiosincrasias a las que nada consigue unir, debido al supuesto de que habría una “raza” superior a otras, donde una suerte de supremacismo exigiría mantener a las culturas separadas y sobre todo alejadas entre sí. Sin embargo, se suele exhibir una falsa cercanía cuando se trata de exotizar y de folklorizar lo que no es sino una forma más del racismo camuflado, en el siempre oculto deseo de poseer lo que un “otro u otra” racializado/a tiene.

Comprender al racismo necesita de lo que ha trabajado la filosofía política y la teoría social, sin olvidar el carácter histórico tan cambiante del fenómeno, además del cuidado de estar muy atentos y atentas a los diversos cambios económicos y políticos. Es preciso captar el modo en que opera el racismo en las sociedades modernas, pero siempre buscando sus condiciones de producción en lo sucedido con la conquista de América y la acumulación de capital, para buscar la producción de la “raza”, y el lugar que tuvo, ha tenido y tiene sobre todo en el trabajo. La particularidad del racismo precisa entender los procesos de acumulación del capital y las transformaciones contemporáneas del racismo.

Patrones migratorios

Después de una dictadura civil-militar, que no se caracterizó por recibir a migrantes sino por expulsar a nacionales, es solamente desde 1990 que Chile se vuelve más atractivo para las migraciones de la región. Pero hay que considerar las crisis económicas del 2000 y el 2008, las transformaciones en la desregulación del trabajo y el aumento de la irregularidad, en miras a comprender las transformaciones de los patrones migratorios, entre los cuales cabe considerar la migración sur-sur, lo que es relevante, pues en investigaciones anteriores se ha observado una “distinción entre extranjeros (civilizados, extraños y apreciados) e inmigrantes (bárbaros, extraños y despreciados)” (Tijoux y Díaz, 2014, p. 299) que se explica dada una “intencionalidad racista” respecto a quienes migran desde nuestra propia región y que se entiende por el lugar superior que nacionales dicen tener.

Pero ¿cómo funciona la “raza” hoy, en el contexto de una división del trabajo mundial y, particularmente, en un escenario de migraciones entre países latinoamericanos? Recordemos que de la mano de la mundialización económica, ha habido una gestión securitaria de las fronteras, que mientras dinamiza el mercado de las mercancías, condiciona e incluso dificulta el paso de algunas personas. Así cabe pensar en las características del racismo actual. El carácter diferencialista del racismo contemporáneo en Chile se debe, entre otras causas, a la mundialización que trae aparejadas la precarización y desregulación del trabajo, y el aumento de las migraciones, tratadas como chivo expiatorio a la precarización.

Pero lo que nos interesa ante la preocupación por comprender el fenómeno del racismo en nuestro país es detenernos en la chilenidad e invitar a comprender la emergencia de un nacionalismo producido en ausencia de una base étnica común y comprobable. ¿Ante quiénes buscamos una identidad que puede estar atada a la representación imaginaria de la chilenidad, que articula un imaginario colonial –la blanquitud– y un imaginario estatal-nacional – “soberano”, frente a enemigos que lo amenazan?

El racismo produce simultáneamente una exclusión política y una suerte de forcejeo a la inclusión económica, aunque en condiciones que están por debajo del mínimo legal, amparándose en la condición de irregularidad que produce el Estado, y que parece legítima dada la inferiorización de las personas migrantes.

La producción ambigua del “migrante” como fuerza laboral –aun si es en condiciones de irregularidad– desprovista de la posibilidad de ser sujeto político, se yergue sobre un racismo securitario que señala que el extranjero representa un peligro para la nación. En la Nueva Ley de Migración y Extranjería, los artículos 32 y 33 indican las causales de prohibición de ingreso imperativas y facultativas. La ley se anticipa a la posibilidad de quién es o podría ser la persona migrante que ingresa y que podría “poner en peligro la soberanía y la seguridad interior”. La ley, que se plantea como objetivo el garantizar los derechos de “Toda persona que se encuentre legalmente en el territorio nacional”, o de todo extranjero que se encuentre “lícitamente dentro del territorio nacional” (art. 2), ve frustrada esta aspiración cuando la persona migrante es configurada inmediatamente como ilegalidad y peligro.

Entonces el racismo produce un orden, una jerarquía. Se trata de una producción de jerarquía moral que, sin embargo, puede articularse coherentemente con la acumulación de capital en un mundo en crisis, pues legitima los mecanismos para explotar de forma diferenciada el trabajo de las personas migrantes, a la vez que sirve a la reproducción del orden al reforzar la etnicidad ficticia que supone que en Chile todo habría sido siempre de un modo particular.

Sin duda queda mucho por reflexionar y por hacer, muchas veces a contracorriente de un punto de vista que consigue que las y los nacionales se sientan ofendidos por la presencia de quienes trabajan en sus casas, en los hospitales, las escuelas, los espacios públicos y los diversos campos donde se mueve la vida de todos los días. En días en que el fascismo ingresa por nuestras ventanas, independientemente de las diferencias que tengamos, es hora de ponerse de acuerdo y repensar al racismo para examinarlo, desarmarlo y combatirlo, porque aún lo llevamos dentro.

María Emilia Tijoux. Profesora titular en la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile. Doctora en sociología de París 8. Investiga temáticas de la inmigración y el racismo en Chile. Colaboradora permanenete de elmaipo.cl

El Maipo/Le Monde Diplomatique

Nota: Este texto proviene de reflexiones del Proyecto Fondecyt Regular 124012: Trayectorias laborales y precarización de los(as) migrantes en la Región Metropolitana desde 1990 al presente.

Du Bois, W.E.B. (1970) “The Conservation of Races”, en P.S.Foner (ed), W.E.B. Du Bois Speaks: Speeches and Addreses, 1890-1919, N. York, Pathfinder, p. 75.
Brossat, A. (1998) « Le corps de l’ennemi. Hyperviolence et democratie», en La Fabrique, París. Sin/pág.
Hall, S. (2019) Race, ethnicité, nation. Le triangle fatal. Traducido del inglés por Jerome Vidal, Ed, Ámsterdam, Paris.
Tijoux, ME y Díaz, G. (2014) “Inmigrantes, “los nuevos bárbaros, en la gramática biopolítica de los estados contemporáneos”, en Quadranti Rivista Internazionale di Filosofia Contemporanea, Vol. II, nº 1, Salerno, 2014, pp. 283-309.

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