Deerfield Beach, Florida — La muerte de Marie Blaise, una migrante haitiana de 44 años, en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Estados Unidos, ha vuelto a exponer las condiciones de abuso sistémico que sufren miles de personas bajo custodia migratoria. Su fallecimiento, ocurrido el pasado 25 de abril tras fuertes dolores en el pecho que fueron ignorados por las autoridades, no es un caso aislado: siete migrantes han muerto en estos centros desde que Donald Trump inició su segundo mandato hace tres meses.
Según relató una compañera de celda de Blaise al Miami Herald, la haitiana sufrió durante horas temblores y gritos de dolor antes de morir. Aunque recibió medicación, la atención médica fue insuficiente. Su caso se suma al de otros seis migrantes de Haití, Honduras, Colombia, República Dominicana, Vietnam, Ucrania y Etiopía, quienes perdieron la vida en instalaciones de detención del ICE en Florida, Arizona, Misuri, Texas y Puerto Rico.
¿A Quién Le Importa?
La pregunta resuena con amarga ironía. ¿Nos acordamos de Jean Florvil en Chile, de las muertes en Gaza, de las caravanas centroamericanas? La indiferencia global ante estas tragedias refleja un fenómeno inquietante: el síndrome de Estocolmo colectivo, donde sociedades enteras justifican o normalizan la violencia estructural. “En lugar de cuestionar a los opresores, muchos prefieren culpar a las víctimas”, en una suerte bullying, y de complicidad con sistemas que priorizan el poder sobre la vida humana.
La analogía con el mito del avestruz —que esconde la cabeza ante el peligro— se vuelve metáfora de una sociedad que evade su responsabilidad. Plinio el Viejo, en el siglo I d.C., perpetuó esta imagen que luego se hizo símbolo de cobardía, aunque -para ser justos- las avestruces, en realidad, no actúan así. Sin embargo, el “efecto avestruz” define hoy nuestra tendencia a ignorar crisis, como el racismo, la xenofobia y la explotación económica.
Lo peor en esta realidad es que la percepción equivocada de la migración no permite ver los aportes de estas personas, que (pese a todo) son agentes de desarrollo para los países que acogen. Enfrentamos un desafío enorme: no normalizar conductas que colectivamente o individualmente nos llevan al ¡todos contra todos, sálvese quien pueda!, pisoteando lo poco que aún tenemos de humanidad en nuestras comunidades y en el país.
Para El Maipo, Eduardo Cardoza, Coordinador del Movimiento de Acción Migrante en Chile, Red Nacional de Migrantes y Promigrantes de Chile.
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