Domingo, Junio 1, 2025

El irracionalismo filosófico y su influencia en la derecha actual, por Álvaro Ramis

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El irracionalismo filosófico, entendido como una corriente que privilegia la intuición, los impulsos emocionales y la fe por sobre la razón, ha ejercido una profunda influencia en diversos momentos de la historia política y cultural. En la actualidad, su impacto es evidente en el pensamiento y las estrategias discursivas de sectores de la derecha contemporánea, y de la derecha chilena en particular. Estos grupos han encontrado en este enfoque un recurso eficaz para movilizar a sus bases, consolidar proyectos autoritarios y deslegitimar el pensamiento crítico.

El irracionalismo tiene una larga trayectoria en la filosofía occidental. Desde la exaltación de la “voluntad de poder” en Friedrich Nietzsche hasta el rechazo del racionalismo ilustrado en Martin Heidegger, estas corrientes han cuestionado la capacidad de la razón para comprender y dar sentido al mundo. Si bien estas ideas filosóficas eran, en su origen, complejas y matizadas, su apropiación en el ámbito político ha simplificado y distorsionado sus planteamientos, convirtiéndolos en herramientas de manipulación emocional y rechazo a la reflexión crítica. En la actualidad, muchos movimientos de derecha han adoptado principios del irracionalismo como estrategia política. Esto se refleja en:

1. El rechazo al pensamiento crítico y la ciencia:

Deslegitimación de la evidencia científica en temas como el cambio climático, las vacunas o la igualdad de género. Uso de teorías conspirativas para justificar narrativas simples y emocionales. De allí su permanente negación o minimización del cambio climático, argumentando que es un invento, una exageración de la izquierda o una conspiración global para controlar la economía. Para respaldar estas afirmaciones, citan fuentes no científicas o interpretaciones sesgadas de datos. También promueven “soluciones” alternativas sin fundamento científico. ¿Cómo se puede sugerir que el cambio climático se soluciona con medidas simples y aisladas, ignorando el consenso científico sobre la necesidad de acciones profundas y coordinadas? Otro ejemplo es la difusión de información falsa o engañosa sobre las vacunas. Propagan teorías conspirativas acerca de los efectos secundarios de las vacunas, vinculándolas a enfermedades o a planes ocultos de control poblacional. Esto se evidenció particularmente durante la pandemia de Covid-19. Y difunden “remedios” no probados científicamente, ignorando la evidencia sobre su seguridad y eficacia.

Argumentan que la igualdad de género ya se ha alcanzado. Sostienen que las demandas feministas son exageradas o innecesarias, ignorando la persistencia de brechas salariales, violencia de género y otras formas de desigualdad. Estimulan los roles de género tradicionales como “naturales” o “divinamente ordenados”, obviando que son construcciones sociales para defender una visión esencialista y jerárquica de las relaciones entre hombres y mujeres. Presentan los estudios de género y las políticas de igualdad como una conspiración para “destruir la familia tradicional” o “pervertir a los niños”.

2. Apelación a emociones primarias:

Esto se observa en una constante exacerbación del miedo, la inseguridad y la nostalgia por un pasado idealizado. Los discursos sobre la delincuencia la presentan como una amenaza existencial y creciente, a menudo vinculándola a grupos específicos (inmigrantes, minorías) para generar temor en la población. Utilizan estadísticas selectivas o anécdotas impactantes para intensificar la sensación de inseguridad.

Se aprecia en su alerta sobre la supuesta “pérdida de valores” o la “decadencia moral”. Siembran la preocupación de que las tradiciones y normas sociales están siendo erosionadas por “influencias externas”, generando un sentimiento de vulnerabilidad ante el futuro. Y en su alerta sobre la supuesta amenaza que representan ciertas ideologías políticas o movimientos sociales (feminismo, movimientos indígenas, izquierda), presentándolos como destructivos para la “identidad nacional” o el “orden establecido”. Cultivan una nostalgia por un pasado idealizado, con referencias constantes a un “pasado glorioso”. Evocan una versión selectiva e idealizada de la historia de Chile, resaltando figuras, eventos o valores históricos que se presentan como superiores al presente. Esto puede implicar una omisión de aspectos negativos o conflictivos de ese pasado, en especial los hechos vergonzantes y conflictivos. Utilizan simbología y retórica tradicionalista: emplean símbolos, lenguaje y referencias culturales que evocan un pasado específico (a menudo ligado a una visión conservadora de la nación y sus tradiciones) para generar una conexión emocional con quienes comparten esa nostalgia. Construyen enemigos internos o externos (migrantes, élites globales, ideologías progresistas) como amenazas a una supuesta “identidad nacional” o “valores tradicionales”.

3. Desconfianza en las instituciones democráticas:

El rechazo a los mecanismos de control y balance, el debilitamiento de las instituciones que promueven el pluralismo y la transparencia, y la idealización de liderazgos autoritarios que apelan al “sentido común” por sobre las normas y procedimientos institucionales son rasgos que pueden manifestarse en la ultraderecha chilena de diversas maneras. A continuación, se presentan algunos ejemplos de conductas o discursos que podrían ilustrar esta tendencia:

Críticas y deslegitimación de instituciones de control: Cuestionan la independencia y legitimidad de los tribunales cuando sus fallos son contrarios a sus intereses o a la agenda que promueven. Esto puede incluir acusaciones de “politización” o “sesgo ideológico”. Difunden su escepticismo o incluso hostilidad hacia instituciones como la Contraloría General de la República o el Tribunal Constitucional, especialmente cuando ejercen su rol de control sobre el gobierno o actores relevantes de su sector. Siembran dudas sobre la transparencia y la imparcialidad del Servicio Electoral (Servel) y de las instituciones encargadas de supervisar los procesos eleccionarios, especialmente en contextos de derrota electoral o cuando se implementan reformas que no favorecen sus intereses.

Debilitamiento de mecanismos de transparencia y pluralismo: Desacreditan a los medios de comunicación que no se alinean con su visión, acusándolos de difundir “noticias falsas” o de ser parte de una “conspiración” en su contra. Muestran resistencia a la inclusión de voces diversas en el debate público o en la toma de decisiones, argumentando que representan intereses “particulares” que van en contra del “bien común” o el “sentido común” de la mayoría. Manifiestan reticencia a la rendición de cuentas y a la apertura de información pública, argumentando razones de “seguridad nacional” o “eficiencia”.

Idealización de liderazgos autoritarios y apelación al “sentido común”: Exhiben su admiración por líderes del pasado que gobernaron sin contrapesos institucionales, como el dictador Augusto Pinochet, resaltando su “mano dura” o su capacidad para “restaurar el orden”. Justifican acciones o propuestas argumentando que son “de sentido común” o que “la gente lo sabe”, sin necesidad de un análisis técnico, legal o basado en evidencia. Esto busca eludir el debate racional y la necesidad de justificación dentro del marco institucional.

Un desafío a la democracia

El irracionalismo filosófico en la derecha contemporánea plantea un desafío significativo para las democracias. Al deslegitimar el pensamiento crítico y priorizar las emociones sobre la razón, este enfoque limita la capacidad de los ciudadanos para debatir y deliberar en torno a problemas complejos. Esto no solo erosiona el diálogo público, sino que también consolida formas de poder autoritarias y populistas. Es crucial contrarrestar esta influencia. ¿Cómo?

  • Educando en pensamiento crítico: Fomentar habilidades que permitan discernir entre argumentos válidos y falacias emocionales.
  • Reforzando la enseñanza de la historia del pensamiento: Incluyendo la reflexión sobre los peligros del irracionalismo en el pasado.
  • Reconstruyendo el diálogo público: Crear espacios donde las diferencias puedan ser discutidas de manera racional y respetuosa.
  • Fortaleciendo los medios de comunicación críticos y sus plataformas digitales: Priorizando el análisis basado en evidencia.
  • Defendiendo las instituciones democráticas: Proteger la autonomía de las universidades y centros de investigación como espacios de conocimiento crítico. Garantizar que las decisiones políticas estén fundamentadas en datos y análisis rigurosos, no en impulsos emocionales o prejuicios.

El irracionalismo filosófico, aunque históricamente vinculado a debates intelectuales profundos, ha sido instrumentalizado por sectores de la derecha contemporánea para erosionar el pensamiento crítico y fortalecer agendas autoritarias. La respuesta a este fenómeno no puede ser otra que una defensa radical de la razón, el diálogo y la evidencia como pilares de las democracias modernas.

Álvaro Ramis, Rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano, colaborador de elmaipo.cl

El Maipo/Le Monde Diplomatique

Imagen: Freepik

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial El Maipo.

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