La sequía registrada desde hace 15 años en el centro-sur de Chile tuvo una abrupta pausa con la irrupción de un sistema frontal que desorganizó la vida desde el Bío Bío hasta la Región Metropolitana.
Este es un país de configuración geográfica curiosa, con una extensión de 756 mil 102,4 kilómetros cuadrados, distribuidos en una estrecha franja entre la cordillera de Los Andes y el océano Pacífico en el sur del continente, lo cual le da el aspecto de una larga lengua de tierra.
El norte es árido, áspero y seco, pero rico en recursos minerales agrandados ahora por la importancia del litio en las nuevas tecnologías de la comunicación, el transporte terrestre, aéreo y naval e incluso en la industria militar.
Allí está el desierto de Atacama, de 105 mil kilómetros cuadrados y considerado como la zona más seca del mundo.
El centro se caracteriza por un clima benigno, es la parte con mayor población, sobre todo la Región Metropolitana donde está la capital, Santiago, con más de 6,2 millones de habitantes.
Otras urbes importantes son La Serena, la ciudad de Gabriela Mistral, Valparaíso y su vecina Viña del Mar.
El sur resulta un mundo diferente, con una gran riqueza forestal y ciudades patrimoniales, entre ellas Concepción, Valdivia, Puerto Montt y Punta Arenas, la puerta de entrada a la Antártica.
SEQUÍA HISTÓRICA
A partir de 2010 comenzaron a sentirse los efectos de una aguda sequía en el centro y parte del sur que, con el paso del tiempo, se fue agudizando hasta convertirse en la más prolongada y grave desde los años 60 del siglo pasado.
De hecho el término para referirse a este fenómeno es “megasequía” y algunos expertos opinan que en realidad comenzó un poco antes y hoy día tiene 15 años de duración, con graves efectos para la calidad de vida de las personas y la economía.
Por mucho, 2019 fue el más seco desde que se empezaron a realizar este tipo de mediciones en 1950 y en la Región Metropolitana cayeron solamente 82 milímetros de agua, insuficientes para atender las necesidades de la población.
El estrés hídrico se extiende desde Coquimbo hasta El Maule, es decir, unos mil 400 kilómetros cuadrados del territorio nacional y la desertificación amenaza a seis millones de personas.
Los efectos son apreciables a simple vista pues las montañas tienen cada vez menos vegetación, abundan los terrenos abandonados y en la cordillera de Los Andes desaparecen el hielo y la nieve.
La sequía incrementó un añejo conflicto entre dos actividades fundamentales para la economía chilena, la agricultura, impensable sin la presencia del agua, y la minería, gran consumidora de este recurso, sobre todo de cara a la explotación del litio en gran escala.
En cuanto a las causas de la falta de lluvias está en primer lugar el cambio climático que modifica las condiciones atmosféricas y oceánicas.
La emisión de gases de efecto invernadero eleva las altas presiones del océano Pacífico e impide que los sistemas frontales avancen hacia el continente y no alcancen a llegar a la zona central de Chile.
La escasez hídrica y el incremento de la temperatura ambiental son un caldo de cultivo para los incendios forestales, como los ocurridos entre enero y marzo de 2023 que causaron la muerte a 27 personas, dos mil 180 heridos, dos mil 500 viviendas destruidas y 439 mil hectáreas calcinadas.
Si bien la acción humana fue el detonante de algunos de los fuegos, la intensa sequía y las plantaciones de especies inflamables, como pino y eucalipto, resultaron el factor determinante para su voracidad.
RÍOS ATMOSFÉRICOS
En la última semana, sin embargo, la situación cambió de golpe cuando un sistema frontal avanzó desde el sur al centro con lluvias abundantes que provocaron la crecida de ríos, inundaciones, cortes en las carreteras y poblaciones anegadas.
Miles de viviendas resultaron destruidas o dañadas, casi 10 mil personas quedaron aisladas y dos perdieron la vida según un recuento parcial.
El fenómeno, que fue anunciado con anticipación si bien nadie previó su fuerza, corresponde a los denominados “ríos atmosféricos”, un término relativamente nuevo en la meteorología.
Consiste en una banda larga y estrecha con alta concentración de vapor de agua formada sobre los océanos, que es arrastrada por los vientos y avanza serpenteando –de allí su nombre- hasta un continente.
Cuando choca con una masa de aire frío o, en el caso de Chile, contra la parte media de la cordillera de los Andes, el vapor se condensa y cae en forma de agua o nieve.
La particularidad en este caso, explicó el profesor en Ciencias Atmosféricas de la Universidad de O’Higgins, Raúl Valenzuela, es que el flujo del río atmosférico no se cortó y mantuvo las lluvias continuas por un período de dos a tres días.
Otra característica es que el grueso de las precipitaciones no ocurrió sobre las planicies, sino en la parte media alta de la cordillera, donde normalmente cae nieve, y eso propició la crecida inusitada del cauce de los ríos y las inundaciones subsiguientes.
Todavía es pronto para asegurarlo, dijo el especialista, pero si el caso está asociado al fenómeno de El Niño, actualmente en formación, se repetirá varias veces, lo cual por un lado pondrá fin a la sequía, pero por el otro obligará a tomar medidas urgentes.
Los resultados del episodio de lluvias pusieron en evidencia la fragilidad de los sistemas de protección y gestión de este tipo de riesgo, además de la indolencia de una parte de la población.
Un botón para muestra es que cuando se cortó la ruta entre Santiago y Valparaíso por el desborde del río Mapocho, las autoridades retiraron del lugar 700 toneladas de basura acumulada en el cauce.
Que el cambio climático ya no es una amenaza sino una realidad lo van aprendiendo los chilenos cuyas vidas cambian rápidamente de la amenaza del calor y el fuego a la del agua y el frío.
Por Edgar Amílcar Morales
Fuente: El Maipo/PL