Arte y fe se entrelazan hoy en la Semana Santa en Guatemala, donde “florecen” las alfombras que unen a las familias al pie de un puñado de aserrín.
Jamás el visitante se perdonaría no traer una cámara para registrar un momento tan efímero, aunque su confección bien pudo durar varias horas o hasta un día completo.
Estos tapetes que ahora cubren las calles expresan devoción suprema, pero al mismo tiempo constituyen obras únicas si pensamos en que aserrín de colores, pétalos de flores, pino, arena, frutas o verduras son los principales materiales de los lienzos que se roban las miradas y elogios de nacionales y extranjeros.
Es curioso ver cómo los vecinos olvidan por unos días el peligro de la violencia diaria y salen a los barrios desde horas de la madrugada para «tejer» los tapetes por donde más tarde pasarán las procesiones.
Intervienen desde los niños -acá llamados patojos-, hasta los más ancianos, quienes, si bien ya no pueden permanecer agachados, se sientan muy cerca para dar instrucciones.
La tradición de ofrecer las alfombras a Jesucristo como un acto de gratitud por favores concedidos y para pedir bendiciones tiene sus orígenes en la época prehispánica y son un claro ejemplo aquí del sincretismo religioso y cultural.
Gracias a los cronistas españoles del siglo XVI y los testimonios indígenas escritos se sabe que los señores y sacerdotes caminaban en ciertas ceremonias sobre tapetes de flores, pino o plumas de aves preciosas como el quetzal (ave nacional), la guacamaya o el colibrí.
Otro tanto aportaron las costumbres canarias durante la época hispánica introducidas por los franciscanos, que tuvieron a su cargo la mayor parte de la evangelización en Guatemala.
Con el paso de los siglos XVII y XVIII, las alfombras se hicieron propias porque se cargaron de nuevo contenido, incorporaron elementos de la cultura maya y pasaron a formar parte intrínseca de sus habitantes, al punto de que se pueden nombrar reconocidos hacedores.
En la colonial ciudad de Antigua Guatemala, donde se celebra la Semana Santa de mayor
relieve de este país, según testigos, sobresalen las piezas de Luis Montiel y su familia, cuya primera evidencia recoge un libro de 1971 de la biblioteca Universal Time Life.
Sin embargo, en esta capital compiten por su terminación y colorido las alfombras familiares de la calle de la Amargura y Callejón del Judío.
La más popular de todas se hace cada año en el centro histórico capitalino, donde devotos y voluntarios ponen a prueba su creatividad en cada pedazo del larguísimo lienzo para intentar romper otro récord Guinness, el último fue en 2014.
Una vez concluido el fatigoso trabajo podrá admirarse unos minutos; eso sí, quedará para la posteridad como muestra de una especial Semana Santa, recién nombrada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Fuente: El Maipo/PL