Los que son del mismo tótem entonces se someten a la obligación sagrada, cuya violación trae consigo un castigo automático, de no matar (o destruir) su tótem, de abstenerse de comer su carne o de dañarle de otro modo.
(S. Freud, Tótem y tabú)
En Tótem y tabú (1913) Freud utiliza la metáfora de “matar al padre” para dar cuenta del camino psíquico necesario para que el individuo alcance su autonomía, su mayoría de edad. Pero no es solo esto, para el psicoanalista todo va, también, de que en este asesinato lo que se funda es la civilización, nada más y nada menos. Lo anterior se explicaría porque en la cena totémica en la que los hermanos dan muerte al padre para liberarse, lo que ocurre es la internalización de esa ley, de ese poder, destituyendo entonces la autoridad que desde ahí en más se vuelve en respeto hacia la memoria del padre, pero sin él, quedando instaladas las prohibiciones o tabúes –el incesto y el parricidio como las fundamentales– que favorecen la aparición de la cultura.
La figura del padre, entonces, deviene sagrada y a partir de ella lo que se cristaliza son las interdicciones que operarán como leyes morales para que el parricidio no vuelva a ocurrir. En otras palabras, se mata al padre para que la civilización emerja con los tabúes adheridos y la cultura misma alcance sus condiciones de posibilidad. En su búsqueda por encontrar en las formas de parentesco más antiguas, sobre todo en las primeras tribus australianas, Freud impulsa sin saberlo lo que después se conocerá como etnopsicoanálisis, corriente representada por la figura mayor del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss.
Pero, el punto, es apoyarnos sinópticamente en Freud para levantar la pregunta siguiente: ¿puede ser el padre asesinado por segunda vez? En política, al parecer esta cuestión delirante puede darse, en el plano simbólico, pero pasa, con la diferencia central de que en este caso el padre es asesinado la primera vez por una horda externa (una dictadura) y, posteriormente, por uno de los hijos perteneciente al clan interno (la familia).
Es lo que podemos ver en el caso de Frei Ruiz-Tagle quien, al mostrarse en una foto con José Antonio Kast (confeso pinochetista, falsacionista de la historia, ultraderechista de corte falangista-franquista como Jaime Guzmán –su maestro o, justo, su tótem– nostálgico de una tiranía feroz en la cual su familia participó de forma “más que activa”, ocupando cargos de altísima importancia, orbitando siempre en torno al círculo de hierro del general y evidenciando un compromiso a toda prueba con el régimen) y declarando además que tenían mucha cercanía en torno a lo que pensaban para Chile, se emparenta con la casta militar-civil que acabó, de la manera más siniestra, con la vida de su padre, por lo tanto, lo vuelve a asesinar.
Quien abraza a los que conspiraron con el crimen de un padre se vuelve, en una irónica alquimia histórica, de algún modo cómplice y se hace parte del crimen a lo largo de la extensa trama.
Nadie puede saber bien qué es lo pasa por la mente de “el hijo” Frei. Quizás, en su fuero ni tan interno, sentía que su familia y apellido era algo así como el significante amo de la Democracia Cristiana, al tiempo que una fuerza espiritual para el partido y, así, se volvían intocables levitando en un estado superior, intangible. Y de hecho por décadas lo fueron. No es común que un padre primero y un hijo después, al menos en Chile, sean presidentes de la república (antes de ellos, hasta donde sé, el único caso fue el de Alessandri Palma y Alessandri Rodríguez). Es verdad que La Patria Joven fue un fenómeno de irrupción de masas enorme en nuestra historia socio-política y no solamente significó el triunfo de Frei Montalva, sino que también la consolidación de los grupos medios que ya desde los gobiernos radicales venían alcanzado figuración y estabilizándose como un actor social de primera línea pero que, con Frei “el padre”, vitalizan todo un tramo del país configurando una suerte de sociología estructural que definía lo que era Chile en el auge máximo del socialcristianismo como alternativa al comunismo y al capitalismo.
Pero Frei, “el hijo”, esta vez fue demasiado lejos e ignora la vergüenza. Siempre ha sido un sujeto de derechas con un sesgo empresarial de gen neoliberal puro, al que se le permitió cualquier discolage dentro de su conglomerado, pero, en el instante en que se ve tentado a ponerse del lado de la ultraderecha, es sodomizado políticamente por ésta y deja de tener margen.
Sin olvidar el rol que la DC cumplió como partido golpista en los 70´, es posible que le sea insoportable “al hijo” no ser amado como lo fue “el padre”, en su momento, por un país casi completo. O que la memoria de Frei Montalva y la sombra de su legado lo persiga a tal punto que haya decidido lanzarse en un vuelo ciego al fondo del abismo de lo in-dignante y entrar en concubinato con sus verdugos, o los hijos de los verdugos o con los que simplemente bizcaron la mirada frente al magnicidio, pero que destaparon champaña cuando se logró el objetivo de acabar con el “gran Frei”. Y también y tal vez, la constatación por parte de Frei-hijo de que es un personaje menor en la historia de Chile comparado con cualquier presidente del último siglo.
La política es el espacio para que las pulsiones se liberen, las traiciones vuelen y los navajazos a la yugular se ritualicen. No es un grupo de niños boyscouts, lo sabemos, sin embargo, la foto y la comunión de Frei-hijo con Kast es de tal nivel de shock, que incluso la derecha manifestó su desconcierto. Es un moviendo bizarro, morboso y ominoso, a mi modo de ver, y que no le permite percatarse, a “Frei el hijo”, de que por encima de matar al padre por segunda vez, la escena que se genera es la de un suicidio político y la de una autofagia; se mata con sus propias manos y se devora con sus propios dientes y, definitivamente, pasa a la historia gruesa no solo como uno de los presidentes más intrascendentes y sin legado, sino como aquel que se atrevió a ser la intensidad tanática que fue por la memoria de su padre para transformarla en ofrenda y sacrificio al protofascismo por venir.
Javier Agüero Águila, CFI Universidad de los Lagos.
El Maipo/Le Monde Diplomatique
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