Una forma de hacer turismo sostenible es sin dudas intentar preservar los sonidos de los lugares que se visitan. Quiet Parks International nació en 2018 con esa finalidad y en Latinoamérica ya hay más de 20 sitios de naturaleza nominados. En Argentina se puede encontrar un buen ejemplo de este tipo de ecoturismo en la reserva natural privada Margay.
Desde que un visitante ingresa a la reserva natural de Margay, en Argentina, la experiencia del lugar lo envuelve. El recorrido para llegar a las cabañas debe hacerse a pie, pues el ingreso de vehículos particulares solo llega hasta la recepción. A medida que avanza el camino, es posible percibir cada vez más y más el sonido de los árboles rozando sus ramas, del paso del río y del canto de las aves. Y aunque hace calor en algunas épocas del año, ya que Margay está en medio de la Selva Paranense, el único remedio es un silencioso ventilador de techo. Aquí, el ruido no está invitado.
Este sitio de descanso forma parte de uno de los territorios más amenazados en Suramérica. De acuerdo con datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Undp por sus siglas en inglés), en los últimos 120 años, esta ecorregión llamada Selva Paranense, Bosque Atlántico del Alto Paraná o Selva Misionera, ha perdido el 95 % de su superficie original, que era de aproximadamente 120 millones de hectáreas al sur de Brasil, el oriente de Paraguay y el noreste de Argentina.
El núcleo mejor conservado está en Argentina, en Misiones, donde se encuentra el mayor bloque continuo de selvas remanentes y es la región con mayor biodiversidad y complejidad ecológica de ese país. En medio de ese oasis, la reserva natural privada Margay protege 60 hectáreas llenas de biodiversidad, con lo que buscan promover no sólo la conservación del medio ambiente sino también brindar tranquilidad a quien lo visite.
El espacio, que se inauguró como “Don Enrique Lodge” en 2005, se transformó en un área de conservación privada y en la Reserva Margay en 2018. En el lugar se combinan actividades de conservación, tales como la reforestación del bosque con especies nativas o la aplicación de la agroecología, con la promoción de un turismo regenerativo.
Margay está actualmente nominada por sus administradores para formar parte de Quiet Parks International (QPI por sus siglas en inglés) a través de una certificación denominada “Quiet stay” o “estancia tranquila” que busca preservar la tranquilidad de un espacio natural, la protección de sus sonidos y un turismo más responsable con el medio ambiente.
En Latinoamérica existen alrededor de 25 sitios para estancia tranquilas nominados por diferentes actores, como propietarios de las zonas, administradores o activistas, y por parte de la misma QPI para conseguir la certificación que otorga esta organización internacional. Hasta el momento, sólo tres áreas privadas de Ecuador la han obtenido..
Preservando el silencio
La existencia de certificaciones que reconozcan la preservación del silencio y la conservación de los sonidos de la naturaleza habla del problema en que se ha convertido el ruido. El chileno Rodrigo Debia, experto en ecología aplicada y fundador de Academy Hub, explica que para comprender la situación, es importante en primer lugar reconocer la diferencia entre el ruido y el sonido. “Muchas veces estos términos parecen sinónimos, pero la realidad es que no lo son”.
El ecólogo explica que el sonido es la propagación de ondas sonoras de manera armoniosa, en rangos perceptibles o no dependiendo de la especie, y con frecuencias ordenadas. Mientras que, por otra parte, el ruido es un sonido no armonioso sin mensaje implícito alguno. “Por ello resulta molesto, porque éste no tiene razón de ser”, expresa.
Debia subraya que no existe el silencio absoluto en la naturaleza. Sin embargo, el sonido en esos espacios es de utilidad vital porque forma parte de los procesos comunicativos de la fauna, ya sea para generar alarmas, para reproducirse o vocalizar con su misma especie. Explica que, aunque entre varias especies la comunicación pueda ser diferente, todo es un conjunto que les permite la supervivencia en la naturaleza. “Hay algunas que tienen más desarrollados otros procesos comunicativos como el químico o el visual, pero finalmente, todos estos sentidos y estímulos se triangulan”, explica.
Los visitantes de la reserva de Margay pueden toparse con huellas de animales que muestran por qué están en la región con mayor biodiversidad de Argentina. Foto: Cortesía de Margay A la larga, el ruido causa daños en los ambientes naturales, principalmente en la fauna y en sus procesos comunicativos como la ubicación de presas o el apareamiento.
Quienes investigan el ruido y sus consecuencias en la fauna tienen claro que los daños son muchos y significativos. Un ejemplo son los estudios realizados en aves, como el caso del gorrión de cuello rufo (Zonotrichia capensis), que debido a la alta contaminación acústica en la ciudad de Bogotá, Colombia, tuvo que alterar su canto para poder comunicarse y llevar a cabo distintas actividades, como la reproducción y las advertencias a peligros.
Por otra parte, el ruido también puede causar daños importantes en el ser humano. El ecólogo acústico Gordon Hempton, fundador de Quiet Parks International, explica que, más allá de los daños físicos que puede causar el estar expuesto a ruidos muy fuertes como la pérdida auditiva, últimamente los malestares generados por ruido se expresan en la salud mental, con el estrés, la falta de concentración o incluso el insomnio.
Hempton atribuye la falta general de soluciones a que el ruido no se considera relevante porque no lo vemos. Rodrigo Debia está de acuerdo: “estudiamos lo que vemos, por eso es que todavía conocemos tan poco de las consecuencias del ruido a nivel ecosistémico [en cuanto a los daños a la fauna y flora, en particular]”, manifiesta. Debia considera que es necesaria una intersección entre las diferentes especialidades que pueden ayudar a entender de manera integral la problemática actual del ruido, especialmente con el crecimiento de las ciudades y la urbanización.
¿Cómo actuar ante el ruido?
Durante la década de 2010, Gordon Hempton sentía la necesidad de encontrar maneras de preservar la tranquilidad de los sonidos naturales. Por eso, cofundó en 2018 Quiet Parks International, una organización sin fines de lucro que busca “guardar la tranquilidad [que se manifiesta en el silencio] en beneficio de toda la vida”. Una de las acciones que realiza QPI es la entrega de certificaciones a lugares alrededor del mundo, ya sean públicos, privados, en la naturaleza o en alojamientos para turistas, que conserven la tranquilidad y protejan el sonido natural, lo más lejos posible de la contaminación acústica. La organización busca proteger la tranquilidad y el silencio, no sólo para los visitantes, sino también para la flora y la fauna donde se encuentran asentados.
Esta certificación permite a los alojamientos turísticos tener la denominación de Quiet Stays o, en español, “estancias tranquilas”. Así se busca contrarrestar los efectos negativos provocados por la contaminación acústica en zonas naturales y en sitios de hospedaje que brinden tranquilidad a sus huéspedes, pero que sean responsables y protectores con los espacios naturales que les rodea.
Actualmente, el proceso de las certificaciones es más subjetivo que científico, ya que si bien se hacen algunas mediciones de decíbeles, la unidad usada para medir los niveles del sonido, parte del diagnóstico es el resultado de encuestas a los voluntarios que acuden a los sitios y permiten medir los niveles de tranquilidad que genera en ellos.
En total, son más de 40 espacios, entre parques públicos, privados o áreas naturales protegidas los que están nominadas para recibir alguna de las certificaciones de QPI. Y aunque la mayoría de estos han sido puestos en la lista gracias al trabajo de búsqueda que ha realizado Hempton, existen espacios nominados por administradores de los lugares o personas interesadas en preservar la tranquilidad del sitio y los sonidos de la naturaleza, especialmente en espacios amenazados por factores como la urbanización o el extractivismo.
Ecoturismo silente en la naturaleza
En Ecuador ya hay tres espacios certificados. Uno de ellos es Kapawi, un espacio ecoturístico, perteneciente a la comunidad Achuar de Ecuador, y ubicado en la Amazonía. Juan Carlos García, uno de los administradores de este espacio de ecoturismo, explica que para ellos, este reconocimiento se suma a las acciones de conservación que llevan a cabo, como por ejemplo el uso de energías renovables o la intervención mínima del territorio para la creación de espacios de descanso turístico. “Siempre ha existido como un lugar de tranquilidad donde se pueden escuchar todavía los sonidos de la naturaleza”.
Esto se expresa desde que se llega al sitio. Por ejemplo, los botes que conducen a los visitantes al alojamiento son apagados por sus pilotos para evitar asustar a especies que viven en el río o en los alrededores más cercanos de su curso.
García comenta que una de las cuestiones importantes para ellos como comunidad es mostrar sus tradiciones y las acciones que llevan a cabo para preservar la naturaleza, y que así, esto se vuelva un aprendizaje para los visitantes. “Al visitar, las personas se fijan en lo que hacemos, quiénes somos y lo que hay que cuidar a nuestro alrededor. Y esto a su vez, provoca un interés que después, cuando vuelven a sus lugares de origen, se llevan consigo e incluso, puede que lo apliquen también”.
A miles de kilómetros de Kapawi, al sur de Argentina, la Reserva Natural Margay también busca enriquecer el turismo. Virginia Criado, la administradora y coordinadora de proyectos de regeneración de Margay, es experta en la riqueza de la región: tan sólo en Misiones, sobrevive la parte más conservada de la selva Paranaense, hogar de aproximadamente 50 % de especies de flora y fauna de todo el país.
Si bien Margay, un complejo de cabañas abrazado por bosque húmedo, tiene como actividad principal la oferta de cabañas de descanso para turistas, busca ser más. Se ha convertido en un área de conservación privada (ACP) de 60 hectáreas, aproximadamente, considerada como una zona de amortiguación de la Reserva de la Biósfera Yabotí, designada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura —Unesco— en 1995, un área natural de más de 200 000 hectáreas, donde se juntan ACP, reservas públicas y otras gestionadas por comunidades indígenas.
“Nosotros hemos pensado que el lugar debe ser un sitio de turismo regenerativo; es decir, va más allá de la idea del turismo sustentable, donde las actividades son más amigables con la naturaleza. La raíz de ello es fomentar un impacto restaurativo, no sólo con el ecosistema en sí sino también con los pueblos originarios que habitan la región”, enuncia Criado. Así, plantar especies nativas, recorrer el sitio a través de senderos y, en el caso de los visitantes más pequeños de edad, convertirse en guardabosques por un día, se convierten en actividades que dotan de esperanza al lugar.
Si bien estas maneras de conservar esa porción de la selva han contribuido a su cuidado, han pensado ir más allá y buscan también defenderlo de una cuestión que todavía científicos como Hempton o Debia consideran novedoso: la contaminación acústica. Por eso, tomaron la iniciativa de formar parte de la QPI y obtener un reconocimiento o certificación como “sitio tranquilo”. Aunque Margay fue nominado a una certificación de la QPI en 2023 y aún se encuentra en evaluación para lograrla, para el equipo es importante mostrar que las acciones por proteger el sonido natural del entorno ya se han emprendido.
Por ejemplo, aún cuando la entrada del lugar está alejada un kilómetro y medio de una de las carreteras que conecta al alojamiento con el resto de la región, los autos particulares no pueden ingresar. Por ello, los visitantes son animados a acceder a pie para llegar a las cabañas y evitar que los motores de los carros hagan ruidos fuertes.
Criado explica que el hecho de que el sitio se encuentre separado de una carretera vehicular resulta beneficioso para el sitio, algo en lo que coincide el ecólogo Rodrigo Debia. “En cuanto a la contaminación acústica, puede ser un poco más sencillo contrarrestarla en sitios naturales, ya que hay barreras naturales acústicas, como los mismos árboles, que evitan que las ondas del ruido sigan propagándose. Esto también es necesario tenerlo en cuenta cuando se construye infraestructura urbana”, comenta.
Ya que los visitantes recorren el camino para adentrarse en el bosque, descubren que 50 metros de distancia aleja unas cabañas de otras y que en ellas no encontrarán equipamiento que produzca ruido alguno. No hay aire acondicionado ni bocinas para escuchar música.
“Nosotros tenemos muy en claro que, al ser un área de conservación, no podemos traer a cientos de personas o construir muchas cabañas más, aunque esto sea rentable. Y sucede así porque no queremos perturbar el espacio con distintos tipos de contaminación, que van desde la acústica hasta la visual. Así logramos mantenerlo preservado y cumplir nuestro objetivo de regenerarlo”, explica Criado.
En el bosque se escucha el canto de los pájaros y el paso del viento entre las hojas de los árboles. Los sonidos de la naturaleza prevalecen y, en algunos puntos recónditos del mundo, como en el sur de Argentina o en el corazón de la Amazonía ecuatoriana, logran imponerse ante la ruidosa vida de sus alrededores.
El turismo está cambiando. La gente toma conciencia que su paso por un sitio no debe dejar una huella negativa y que el ecoturismo es mucho más que ir a conocer un sitio ‘verde’, natural o rústico. Preservar los sonidos naturales de un lugar también es hacer turismo sostenible.
Estefanía Cervantes – Mongabay
El Maipo/Ecoticias