Por Daniel Aguirre Román.
Más de un millón de jóvenes que ya votaron por primera vez en la elección anterior volverán a las urnas sin haber recibido una formación sistemática en Educación Cívica. La eliminación del ramo, paulatina y progresiva entre 1998 y 2016, dejó un vacío que hoy se expresa en dudas, desconocimiento institucional y una ciudadanía juvenil que llega a esta definición electoral menos preparada de lo que el país necesita.
En medio de este escenario, reflota una pregunta urgente: ¿cómo educamos a quienes deben sostener la democracia del futuro?
El vacío que dejó una asignatura clave
Por décadas, la Educación Cívica fue un ramo obligatorio en la enseñanza media chilena. Ese espacio —donde se enseñaba cómo funciona el Estado, cuáles son los derechos y deberes y cómo opera la democracia— desapareció silenciosamente en 1998, cuando se integró a Historia y Ciencias Sociales. En 2010, las horas de Historia se redujeron, profundizando aún más el problema.
La reparación llegó recién en 2016, con la Ley 20.911 que creó los Planes de Formación Ciudadana. Pero su implementación quedó en manos de cada comunidad educativa, generando resultados desiguales. Mientras los líderes estudiantiles de 2006 y 2011 sí alcanzaron a tener Educación Cívica como asignatura, las generaciones posteriores crecieron sin ella.
Consecuencias que persisten hoy
La Biblioteca del Congreso advierte que la eliminación del ramo produjo brechas en conocimientos democráticos básicos. La Encuesta Nacional de Juventudes 2024 lo confirma: solo 29% de los jóvenes declara interés por la política, y muchos votan sin comprender el funcionamiento institucional.
A eso se suma el declive de los liderazgos estudiantiles visibles. La exlíder pingüina y hoy alcaldesa de Quinta Normal, Karina Delfino, lo resume bien:
“Nos decían la generación del ‘no estoy ni ahí’. No era cierto. Sí había interés, pero no necesariamente en la política formal”.
Lo que ocurre dentro de los colegios
El profesor de Historia Sebastián Peñaloza —testigo de la Revolución Pingüina como estudiante y hoy docente— observa un cambio profundo: “Antes había una enseñanza más disciplinar: contenidos concretos, cómo se vota, qué hace cada institución. Hoy la ciudadanía se diluyó en valores, sin un hilo claro”.
Estudiantes de cuarto medio coinciden:
— “Nunca hemos tenido una clase solo de política o elecciones”, dice Marco, de un liceo industrial.
— “Sé cómo votar, pero no entiendo bien los partidos ni sus propuestas”, agrega Camila, de un colegio subvencionado de a comuna de El Monte.
Para Peñaloza, el problema es estructural:
“La formación ciudadana depende demasiado de la voluntad de cada colegio. Y muchos profesores no tienen formación para enseñarla”.
El Senado y una discusión que sigue detenida
En 2022, un proyecto buscó reinstalar Educación Cívica como ramo obligatorio desde básica a media. Fue presentado por los senadores Alejandra Sepúlveda (IND) y Esteban Velásquez (FRVS). Desde entonces, quedó detenido en la Comisión de Educación.
En medio de la campaña 2025, Velásquez reflexiona sobre una deuda que, asegura, tiene implicancias profundas para la democracia chilena.
La voz del senador Esteban Velásquez: “No podemos seguir formando ciudadanos con vacíos”
Para el senador, la motivación para impulsar el regreso del ramo es clara: “El currículum debe tener un horario obligatorio para la formación cívica. No puede quedar a la inspiración de los docentes. Debe existir por ley”.
A su juicio, la falta de una formación sistemática ha tenido efectos visibles:
“Cuando no existe una base sólida desde la educación formal, se forma un ciudadano con profundas incertidumbres. Aumenta la mirada individualista por sobre la colectiva. Ese es uno de los grandes vacíos que vemos hoy”.
Velásquez reconoce que la Formación Ciudadana fue un avance, pero insuficiente: “Funciona donde hay liderazgo escolar, docentes motivados, centros de padres activos. Pero muchas veces queda en la voluntariedad. Y ese es su principal problema”.
En el contexto electoral de 2025, su diagnóstico sobre la preparación de los jóvenes es crítico:
“Los jóvenes participan, pero con poca profundidad. No es culpa de ellos: no les hemos entregado las herramientas. Todos compartimos esa responsabilidad: la política, la educación, los medios, el sistema económico”. Y concluye: “La democracia se aprende ejerciéndola. La escuela no puede renunciar a esa responsabilidad”.
Un desafío que ya no puede esperar
El caso chileno demuestra que una decisión curricular puede moldear la cultura democrática de un país por décadas. La eliminación de la Educación Cívica generó brechas que hoy persisten en plena campaña presidencial: desafección juvenil, escaso conocimiento institucional y dificultades para analizar información política en medio de la polarización y la desinformación.
Chile deberá decidir si continúa con planes voluntarios o si avanza hacia un modelo donde la formación ciudadana sea un pilar tan esencial como leer, escribir y pensar críticamente.
El balotaje de 2025 no solo definirá un gobierno. También revelará cuán preparados están los jóvenes para sostener la democracia del futuro. Y en ese desafío, la educación cívica es una deuda que el país aún no salda.
El Maipo



